Por: Juan Vicente Chopin
Sábado, 24 de marzo de 2018
Introducción
«AHORA NO ES
MONSEÑOR, HOY ES EL SANTO ROMERO»
No es fácil
hacerse idea de qué cosa signifique la canonización de un salvadoreño,
tratándose de la primera vez que algo así sucede en nuestro país. Ahora bien,
es una realidad, Monseñor Romero pronto será canonizado. Sin embargo, su
canonización no se puede separar de su martirio, y su martirio no se puede
separar del modo cómo vivió los principios constitutivos del Evangelio.
En la praxis
del Derecho Canónico de la Iglesia Católica, canonizar a alguien significa
incorporarlo en un canon o lista de personas que son propuestas como modelos
para toda la feligresía católica. De tal manera que la Iglesia con la
canonización no hace santa a la persona, sino que con un acto público y después
de un proceso de investigación, hace oficial el respeto y la devoción que
muchas personas de la comunidad le tributan al que va a ser canonizado.
A nosotros
corresponde interpretar, a la luz del Evangelio, el sentido teológico de este
signo de los tiempos y dilucidar las implicaciones socio-eclesiales que de ello
se desprenden. Para lo cual me detengo en tres puntos: 1. Sinfonía del martirio
en El Salvador; 2. Actualización del «kerygma» apostólico en la realidad
salvadoreña; 3. Implicaciones socio-eclesiales del martirio y la consiguiente
santidad de Monseñor Romero.
1. Sinfonía del martirio en El Salvador
Los mártires
son, como dice el libro del Apocalipsis, «los que vienen de la gran
tribulación; [los que] han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la
sangre del Cordero» (Ap 7,14).
Pero un
santo-mártir al estilo de Monseñor Romero no es un superhéroe como los que vemos
en la televisión y el cine: solitario, con súper poderes e invencible. La
santidad es la humanidad imbuida por la fuerza del Espíritu Santo. Es una
sinfonía en la que confluyen distintas voces e instrumentos.
Por ello, en
este 38 aniversario de su martirio y en el marco de su canonización, traemos a
la memoria algunas de las personas que han participado para hacer posible que
nosotros podamos acceder en nuestros días a la nota mayor de la Santidad de
Monseñor Romero.
En primer
lugar, entre los sacerdotes, recordamos a Mons. Luis Chávez y González
(1901-1987), el arzobispo predecesor de Mons. Romero y que sin lugar a dudas es
el que, de los arzobispos, mejor ha sistematizado y aplicado la Doctrina Social
de la Iglesia en El Salvador. Sin el aporte pastoral y social de Mons. Luis
Chávez y González, exceptuado el martirio, Mons. Romero no tendría el esplendor
que ahora tiene. Mons. Luis Chávez y González no sólo fue miembro de la
comisión preparatoria del Concilio, sino que introdujo a Mons. Romero en la
recepción del mismo en la realidad salvadoreña.
Muy importante
también ha sido el aporte de Mons. Rivera Damas, digno sucesor de Mons. Romero
en la sede arzobispal, amigo incondicional y compañero de trabajo de San Romero.
Una mención
especial merece Mons. Ricardo Urioste, que con su testimonio y la Fundación
Romero, mantuvo viva la memoria del Santo, aun en tiempos en que era subversivo
hablar de él. Mons. Urioste es una especie de Simón Cirineo, con la diferencia
que el Cirineo de los Evangelios fue obligado a ayudar a Jesús, en cambio
Urioste ayudó y promovió con plena libertad a Mons. Romero.
En esta
hermosa sinfonía también encontramos al padre Pedro Declercq, a Miguel Cavada,
a Ignacio Ellacuría y compañeros mártires de la UCA.
En segundo
lugar, entre los laicos, traemos a la memoria a María Julio Hernández, mujer
que, entre otros, tiene el mérito de haber transcrito las homilías de Mons.
Romero y haber dirigido la Tutela Legal del Arzobispado.
Muy importante
también el aporte de Edín Martínez al lado de Mons. Urioste al frente de la
Fundación Mons. Romero.
A todos ellos
nuestro sentido agradecimiento. No dudamos que están en cielo, sentados a la
mesa del Cordero al lado de Mons. Romero.
Finalmente, en
esta sinfonía siguen participando y manteniendo viva la memoria de los mártires
otras personas, como las Hermanas Misioneras de Santa Teresa, que administran
el hospital La Divina Providencia, donde fue martirizado Mons. Romero. Hago
especial mención de la madre Luz Isabel Cueva, mejor conocida como madre
“Lucita”.
También un
sentido agradecimiento a las mujeres que conforman la Comunidad de la Cripta de
Catedral, que como las mujeres que acompañaron a Jesús, de Galilea a Jerusalén,
se mantiene incólumes en su custodia de la tumba que contiene el sagrado cuerpo
del Santo.
Como católicos
también reconocemos el apoyo al sostenimiento de la memoria de Monseñor Romero
que hemos recibido de las iglesias evangélicas y que permanentemente están
poniendo en alto el legado de nuestro mártir. Un auténtico signo de los
tiempos.
2. Actualización del kerygma
apostólico en la realidad salvadoreña
Los apóstoles
de Jesús, a pocos días de su muerte, solían predicar a los judíos estructurando
su discurso en tres partes:
A.
Identificación de los asesinos de Jesús: Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidieron el indulto de un
asesino (Hch 3,14). Cuando dice
“ustedes”, en ese contexto se refiere a los jefes de los judíos y los jefes de
la autoridad romana.
B.
Reivindicación de la víctima: Pero
Dios le resucitó de entre los muertos (Hch 3,15).
C.
El asumirse históricamente como discípulos de Jesús y aceptar las
consecuencias: …y nosotros somos testigos
de ello (Hch 3,15).
Por haber
procedido de este modo en su predicación, es decir, señalando a los
responsables del asesinato de Jesús, diciendo que había resucitado y declarando
públicamente que eran sus discípulos, fue que también la mayor parte de ellos
fueron asesinados.
Ahora bien, si
nosotros actualizamos ese núcleo originario de predicación y lo aplicamos a
Mons. Romero también podemos decir:
A.
Ustedes asesinaron al Justo. Es decir, a Monseñor Romero. La palabra “ustedes” se
refiere, para nuestro caso y según el expediente vaticano de su beatificación,
a los miembros más radicales y virulentos de la oligarquía salvadoreña que
ingeniaron y financiaron su asesinato. Al escuadrón de la muerte, liderado por
Roberto D’Aubuisson, que según la Comisión de la Verdad, tuvo a su cargo la
logística y ejecución del asesinato de Mons. Romero, utilizando un franco
tirador. Hasta la fecha, la dirigencia del partido ARENA nunca ha presentado
disculpas públicas a la Iglesia Católica y a la sociedad salvadoreña por el
asesinato de Mons. Romero.
B.
Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Ciertamente, ha resucitado primero en el pueblo, pero
dentro de poco también la Iglesia lo reivindicará en modo oficial, según el
procedimiento canónico, por medio de la canonización. Está claro que la
resurrección de Jesús es única e irrepetible. En el caso de Mons. Romero se
trata de restituir dignidad a la víctima.
C.
…y nosotros somos testigos de ello. Se trata de la parte más difícil, porque supone una
identificación radical con el mártir. Algunos, políticos y eclesiásticos, han
intentado presentarlo públicamente como modelo de sus vidas, pero han sido
puestos en evidencia al no estar a la altura de las exigencias del modelo. No
se trata de manipular el legado y la persona de Mons. Romero, sino de
promoverlo honestamente.
3. Implicaciones socio-eclesiales del martirio y la santidad de Monseñor
Romero
En la línea de
declararnos admiradores y, en el caso más excelso, discípulos de Mons. Romero,
estamos llamados a recoger las implicaciones de la santidad de Monseñor Romero.
Actualmente,
Mons. Romero se constituye en un faro de luz para los salvadoreños. Su ejemplo
puede iluminar la opacidad de las situaciones corruptas que esperan redención.
En el plano socio-político
Así, la
santidad de Mons. Romero, fruto de su ética de la responsabilidad, contrasta
con los intereses mezquinos de los grupos hegemónicos y con las cúpulas de los
partidos políticos salvadoreños, dispuestos siempre a sacrificar las esperanzas
y el futuro de todo un pueblo, con tal de mantener a salvo sus intereses.
Cuando la población manifiesta un rechazo rotundo a la dirigencia de un partido
político, bien harían sus miembros, por honestidad, en deponer sus cargos y
ponerlos a la disposición de personas más capaces y mejor dispuestas al debate,
al diálogo y a la crítica.
Jesús fue
víctima de un proceso jurídico injusto. Por ello, sus santidad también
contrasta con un sistema judicial, cuyos jueces, magistrados y fiscales,
tienden a favoreces intereses económicos y políticos específicos, en detrimento
del bien común. Prueba de ello son la celeridad de las sentencias cuando se
trata de favoreces a intereses políticos y la parsimonia con que se actúa en
otros casos cuando no conviene a los propios intereses. Un ejemplo de ello lo
tenemos en la jueza suplente del Juzgado Tercero de Paz de San Salvador, quien
rechazó resolver la petición de reabrir el caso contra del expresidente de la
república Alfredo Cristiani por el asesinato de seis sacerdotes jesuitas y sus
dos colaboradoras, a manos del ejército en noviembre de 1989. O el caso de
Mons. Romero, que no obstante, las denuncias, sigue engavetado.
Mons. Romero
es considerado como “evangelizador y padre de los pobres”. En ese sentido,
vemos con preocupación que la nueva correlación en la asamblea legislativa
pueda poner en peligro el derecho humano al agua en nuestro país. Los grupos
empresariales nunca han renunciado a comercializar el agua, pero como
cristianos debemos anteponer el bien común a los intereses mercantilistas. El
agua no debe ser reducida a mercancía.
En el plano eclesial
Mons. Romero
es considerado también como “pastor según el corazón de Cristo”. De modo que
para la Iglesia, y en concreto para los pastores, él se constituye en una
interpelación constante al modo como vivimos nuestro ministerio sacerdotal.
Para los sacerdotes, obispos y cardenales que un día se opusieron a su
canonización, que lo llamaron “comunista”, “guerrillero”, “marxista”, etc., este
es un buen momento para convertirse y pedirle perdón a Mons. Romero por tanta
calumnia dicha en su contra.
La santidad de
Mons. Romero es ecuménica, en cuanto es respetada también por hermanos de
comunidades cristianas evangélicas. De modo que este es el momento para unirnos
en un frente social amplio, donde los pobres se interesen por los pobres y
unidos eviten el ser depredados, o como dice el Papa Francisco, fagocitados,
por la lógica del mercado y el capitalismo salvaje.
Finalmente,
cuanto nos gustaría y sería lo más correcto, que los que estén en primera fila
el día de la canonización de Mons. Romero, no sean los corruptos de turno, sino
los pobres, los marginados, los luchadores sociales, por quienes dio la vida
San Romero.
Agradecemos a
cada uno de ustedes por mantener viva, con su presencia, la memoria de los
mártires, en concreto la de Mons. Romero. Al mismo tiempo les exhortamos a no permitir
que se haga de Mons. Romero un santo de camarín, que no es molesto a nadie y
que se domestica con velas y limosnas.
Ahora inicia
una nueva etapa. La Iglesia de los mártires se abre paso.
! Viva Mons.
Romero !
No hay comentarios:
Publicar un comentario