La concepción de la Iglesia en el beato Oscar A. Romero
sigue un proceso de evolución, que corresponde con el desarrollo en él del
carisma profético, según las modulaciones que van a imponer las circunstancias
históricas salvadoreñas y la realización del Concilio Vaticano II. En las notas
que él escribe como sacerdote de la Diócesis de San Miguel en el semanario Chaparrastique, encontramos tres ejes
argumentativos que van a configurar en el nivel de los presupuestos el modo
cómo entiende la Iglesia: 1. Su conflicto con la masonería; 2. Su patriotismo;
3. Su anticomunismo. El resultado es una Iglesia «patriótica», triunfalista[2];
una Iglesia conquistadora a la manera de una militia christi, donde el cristiano es un militare Deo, en la línea de la salus
animarum, es decir, conquistar almas para el Señor, a la manera como la
entendía San Ignacio de Loyola. En esta forma de entender la Iglesia predomina
la expresión sentir con la Iglesia, que
será retomada por el padre Oscar Romero como lema de su episcopado. Este sentir con la Iglesia se concreta en la romanidad, es decir, ese amor
incondicional al Romano Pontífice, presente en el cuarto voto ignaciano y en el
respeto a la forma jerárquica de la Iglesia[3].
En todo caso, no encontramos en los escritos del joven
sacerdote Oscar Romero una sistematización de lo que normalmente se entiende
por Iglesia, sino algunas nociones de lo que en su tiempo se entendía por tal y
una aproximación al concepto de Iglesia que presentan los documentos del
Concilio Vaticano II. Sin embargo, cabe destacar que aparece como muy original
su propuesta de una Iglesia como soplo
divino, donde la dignidad humana es exaltada y fecundada por la gracia
divina.
El padre Oscar Romero nació en Ciudad Barrios (San
Miguel), el 15 de agosto de 1917. En 1929, a sólo doce años, entró en el
Seminario Menor de San Miguel. A la edad de 20 años fue trasladado al Seminario
Mayor de San Salvador y en el mes de agosto se inscribió en la Pontificia
Universidad Gregoriana de Roma. Entre 1937 y 1943 culmina sus estudios de
sacerdote y culmina su licenciatura, no pudiendo concluir sus estudios de
doctorado. Su ordenación sacerdotal se realizó en 1942, en la capilla del
Pontificio Colegio Pío Latinoamericano. En 1943 regresa a San Salvador. Es
nombrado párroco en 1944, en el pueblo de Anamorós de la Diócesis de San
Miguel. Luego es nombrado Vicario General de esa diócesis. En 1967 es nombrado secretario
de la Conferencia Episcopal de El Salvador.
El presente artículo toma como fuente primaria los
artículos que el padre Oscar Romero escribió en el semanario Chaparrastique entre los años 1944 a
1967. El padre Oscar Romero fue director de dicho periódico desde 1945[4].
1.
PRESUPUESTOS
Para poder entender la idea que tiene el padre Oscar
Romero de la Iglesia es esencial analizar las circunstancias en que está
escribiendo sus notas periodísticas, porque ello va acentuar o atenuar su
concepción de la misma. Desde sus orígenes, la Iglesia, aunque surja del
designio divino como sostiene el padrea Oscar Romero, sin embargo, se va
configurando en el proceso histórico. Muchos de los dogmas de la Iglesia se
formularon para responder a las objeciones de las diversas herejías que
surgieron en su interior. Al leer sus notas en el periódico Chaparrastique son tres las
circunstancias que hacen de acicate a su labor editorial: el conflicto con los
masones, su patriotismo y su anticomunismo.
4.1. La masonería
La filosofía siempre ha estado presente en el movimiento
cristiano. En los primeros años de su desarrollo, el cristianismo tuvo que
vérselas con el movimiento gnóstico. En tiempos modernos, desde el siglo XVII, la
sociedad de masones especulativos pronto
se convirtió en el contrapeso secular más importante de la Iglesia Católica que
no tardó en excomulgarlos[5].
El pasaje de Simón Mago, que aparece en los Hechos
de los Apóstoles, es considerado por muchos como las primeras señales de la
incorporación en el movimiento cristiano de intereses económicos, elementos
mágicos y filosóficos (cfr. Hch 8,
9-25). Lo cierto es que este tipo de movimiento es difícil de combatir pues son
una especie de hiedra que se adhiere al movimiento cristiano, combinando
elementos judeocristianos con elementos filosóficos y pretende ser una forma
paralela de moralidad y de realización personal.
En el proceso de beatificación de Monseñor Romero,
reaparece la masonería como una de las fuerzas contrarias a su pensamiento. Muchos
de los millonarios salvadoreños concedían favores a la Iglesia con el fin de
gozar del favor de los pastores, que a su vez podían orientar a las bases de la
iglesia para que no protestaran ante las injusticias que se les cometían.
Cuando a raíz de la llegada del Concilio Vaticano II, la Iglesia inicia la aplicación
de la Doctrina Social de la Iglesia, es decir, a apoyar, defender y organizar a
las clases desposeías, la oligarquía salvadoreña entiende ese modo de proceder
como una traición. En este sentido la Positio
del martirio del beato Oscar Romero es muy puntual en establecer esa
conexión segmentada en la historia entre las expresiones de la masonería
durante el ministerio del padre Oscar Romero y lo que después será el conflicto
de Monseñor Romero con la oligarquía salvadoreña:
«La oligarquía
consideraba también la Iglesia entre sus propiedades. En realidad varios de
estos “constructores de iglesias” no eran católicos fervientes. Habían apoyado
el catolicismo en cuanto pilar de su orden social. Era un fenómeno antiguo, muy
conocido en Europa donde cierto liberalismo agnóstico, e incluso masónico y
anticlerical, había constatado la influencia de la Iglesia sobre las clases no
pudientes, para mantener el orden social. Hasta la década de los sesenta ―es
verdad― también la Iglesia católica salvadoreña había buscado la alianza con
los regímenes conservadores para volver a adquirir esa centralidad en la vida
del país que le había quitado el laicismo del siglo XIX»[6].
La primera vez que encontramos en los escritos del padre
Oscar Romero alusiones al racionalismo moderno es en una nota del año 1944, en
donde aparece ya claramente perfilada en sus escritos la caridad como elemento
configurador de la esencia del cristianismo. Este elemento se mantendrá como
eje transversal en todo su ministerio, en el modo de entender una Iglesia
siempre orientada a la trascendencia. El padre Oscar Romero opone el ejercicio
de la caridad cristiana con la filantropía de corte racionalista. Su tesis
central es que «la meta de la caridad es Dios», y ese principio lo va a
desplegar en una serie de sentencias:
«Nuestros tiempos,
nuestra patria, más que de filantropía necesita de caridad. El sueño de la
filantropía es un ideal meramente humano, de telas abajo y como tal, caduco. El
ideal de la caridad es un ideal divino, de pupilas abiertas hacia el cielo y,
como tal, eterno. Necesitamos caridad ―ideal de eternidad― y no filantropía
efímera, en estos tiempos en que lo meramente humano se derrumba o cruje. La
beneficencia que necesitamos es la que se inspira en el Evangelio y en las
encíclicas papales. No esa otra beneficencia de formas ambiguas, de inspiración
extranjera. Queremos la caridad de nuestro catolicismo neto. No la filantropía
de peligrosa convivencia con credos extranjeros»[7].
Otras veces, el padre Oscar Romero se refiere al
liberalismo como uno de los enemigos de la Iglesia: «Muchos gobernantes mezquinos
―los Herodes modernos― temieron esa afluencia triunfal de almas que buscaban a
Cristo. Y por eso tratan de impedir esos triunfos de la Iglesia ya con leyes
abiertamente hostiles, ya con una conocida táctica de hipócrita liberalismo»[8].
El padre Oscar Romero no condena el progreso en cuanto
tal, sino las formas ateas del mismo: «No es que se condene el progreso, sino
el ateísmo de nuestro progreso»[9]. Tampoco
encuentra oposición entre lo científico y lo religioso: «no hay pues oposición
entre el concepto religioso y el concepto científico; son distintos pero no se
oponen ni se eliminan y al legislar sobre los complejos intereses de una
nación, estos dos conceptos deben conjugarse sabiamente»[10]. En
ese sentido se adelanta respecto a la mayoría de sacerdotes de su época en
abordar argumentos relativos a lo que hoy se denomina «crítica de la razón
instrumental» o «paradigma tecnocrático»[11]:
«La fuerza más potente del mundo no es el vapor, sino la fe. La energía más
valiosa del mundo no es la electricidad sino el amor. El ideal más digno del
hombre no es el campeón de boxeo, sino el santo. El tesoro más sublime del
hombre no es la máquina, sino el alma»[12].
En otra parte nos dice:
«…la vida moderna
ha robado el tiempo a los valores espirituales: la carrera vertiginosa de la
vida sigue el ritmo de la edad maquinaria que vivimos. El hombre está orgulloso
de este adelanto técnico… sin embargo es necesario detenerse de vez en cuando
unos minutos para orar. El hombre que no tiene tiempo para orar se ha hecho una
máquina… solo es hombre el hombre que se sobrepone a la máquina y el vértigo
moderno para sentirse en la serenidad de la plegaria un hijo de Dios»[13].
El sacerdote Oscar Romero proporciona una lista de los
aspectos que aparecen en la Constituyente y que a su modo de ver dañan los
intereses de la Iglesia: la enseñanza como atribución del Estado; restricciones
a las congregaciones religiosas; el matrimonio civil; restricciones a la
Iglesia Católica[14].
Ahora bien, el primer enfrentamiento que el padre Oscar
Romero tiene con los masones y liberales es en lo relativo al matrimonio civil,
como el único reconocido por el Estado, dejando de lado el matrimonio
religioso:
«El único
matrimonio que la historia y la razón reconoce es el sancionado por la
autoridad religiosa. Solo fue desvergüenza de la masonería y del liberalismo,
acostumbrados a robar los bienes de la Iglesia, quiere despojarla también de
este derecho plurisecular concedido por Dios. Y solo fue triste privilegio de
nuestros avances liberales la pretensión de cambiar la sagrada solemnidad del
altar por un frío escritorio de alcaldía en la celebración del más sagrado
contrato entre el hombre y la mujer.
Así es de ilógica
la tendencia sectaria de un liberalismo trasnochado e indigesto que solo cabe
en los sesos obtusos y en el alma hipócrita de nuestros masones y liberales»[15].
A partir de este momento la polémica con los masones
arrecia y aparece con toda nitidez el ímpetu del padre Oscar Romero, expresión
de su carácter que luego se hará más notorio en la vivencia del carisma
profético al frente de la sede metropolitana. Habla por primera vez el padre
Oscar Romero del laicismo que se está abriendo paso en la vida pública
salvadoreña. Interesante notar que el padre Oscar Romero no condena la
condición laica o laicidad, sino esta misma llevada a sus extremos: «Así es de
insensata la sabiduría cuando se aleja de Dios: los que proclaman libertad hasta Dios, se han sentado
en su curules para querer imponer su asqueroso laicismo. Destronar a Dios y
colocar en su lugar el laicismo»[16].
El padre Oscar Romero se muestra indignado ante la avanzada liberal y masónica;
les llama «Pigmeos del laicismo salvadoreño» y les considera dignos de lástima:
«De Dios nadie se ríe! Las logias, el liberalismo, etc., podrán tener por un
tiempo el imperio de sus intrigas tenebrosas, pero sobre su caducidad, se
cantarán los triunfos definitivos del Señor»[17].
A propósito de la asamblea constituyente de 1950, el
padre Oscar Romero presenta una serie de argumentos legales para preservar los derechos
de Iglesia. De hecho, el texto de la Constitución de ese año, en el artículo
160 dice: «Se prohíbe el establecimiento de congregaciones conventuales y toda
especie de instrucciones monásticas», pero el artículo 161 dice que «se
reconoce la personalidad jurídica de la Iglesia Católica. Las demás iglesias
podrán obtener, conforme a la ley, el reconocimiento de su personalidad». En
este punto, el padre Oscar Romero introduce un argumento valioso, porque nos da
la clave de lectura de por qué en vísperas de su asesinato, el 23 de marzo de
1980, hizo un llamado a las bases del ejército a desobedecer una orden injusta
e inmoral. Consideremos lo que dice en 1950:
«Por exceder
sustancialmente los límites de su potestad sería injusta toda ley que
contrariara la ley divina. Y por dar al César no solo lo del César sino también
lo de Dios, sería el caso de repetir con entereza lo de S. Pedro: “hay que
obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Es injusta la ley
que no distribuye con equidad las cargas sobre los súbditos en tanto en cuanto
sean necesarias para el bien común.
Tales excesos en
recta doctrina no se llamarían leyes sino violencias, y no hay obligación de
obedecerlas en conciencia.
Ojalá pues,
nuestros Legisladores tengan presente que la justicia no pide favores sino
derechos. Y que si atropellan los derechos de las realidades salvadoreñas en la
nueva Constitución, se habrá edificado, tal vez con mucho trabajo y ciertamente
con mucho costo para la nación, un edificio pero cuyos cimientos se echan en
arena»[18].
Por tanto, el llamado a la desobediencia pacífica que
Monseñor Romero hizo a las bases del ejército el 23 de marzo de 1980 no era una
idea peregrina, sino que está sólidamente sustentado en los argumentos que el
padre Oscar Romero sostuvo desde 1950.
El segundo aspecto en que el padre Oscar Romero se
encuentra en desacuerdo con los liberales es en el tema de la educación de
corte laico[19].
El padre Oscar Romero alude a las veinte mil firmas que se han presentado a la
Asamblea Constituyente para que desaparezca la enseñanza laica y se «implante
en nuestras escuelas la enseñanza religiosa católica»[20].
En el marco de una misa ofrecida a los maestros
migueleños, el padre Oscar Romero sostiene que no se puede desterrar del
proceso educativo los valores sobrenaturales: «La persona humana que el
cristianismo concibe tiene exigencias y tendencias ultraterrenas,
sobrenaturales. Y desconocer esas tendencias para dar al niño una educación
naturalista, laica, es truncar en lo más vivo la educación»[21].
En su manera de entender la educación, la tarea del maestro consiste en «formar
cabales ciudadanos de la Patria, de la Iglesia y del Cielo»[22].
En cambio, «la pretendida libertad laica no es más que un parapetarse de la
masonería en la escuela. El laicismo escolar no defiende ninguna libertad sino
que termina atacando la religión»[23].
En este contexto, el sacerdote Oscar Romero dice unas palabras proféticas, que
a la vuelta de 30 años resultaron ser ciertas, en la expresión de la oligarquía
recalcitrante que organizó su asesinato: «porque queremos sea troquel de
hombres sanos y no laboratorio de criminales y descreídos…por eso pedimos
enseñanza religiosa en las escuelas»[24].
Efectivamente, el profetismo del sacerdote Oscar Romero se nota en la
puntualización de la importancia que tiene el sistema educativo de una sociedad
para evitar la criminalización de los habitantes de un país y en el señalar que
las oligarquías descreídas pueden llegar incluso a la comisión de crímenes.
Como sucede con todos los prelados de la Iglesia Católica,
en conciencia tienen que defender los intereses de la institución a la que
sirven. El padre Oscar Romero lo que está haciendo es siguiendo las directrices
anti-masónicas que le vienen de la Iglesia de Roma. Además, obispos como Mons.
Luis Chávez y González[25]
también tuvieron argumentos contra los masones.
4.2.
El patriotismo del padre Oscar Romero
El segundo presupuesto para entender la eclesiología del
padre Oscar Romero es su sentimiento patriótico o su concepción de la patria[26].
Un primer influjo de este patriotismo lo recibe el padre Oscar Romero de
Monseñor Luis Chávez y González, según lo hace notar él mismo: «Con una
humildad que subyuga, con una sencillez que avasalla. Monseñor Chávez ha sabido
colocarse a la altura del momento que vive la Iglesia en la patria del Divino
Salvador»[27].
Y en seguida agrega, en el marco del recuerdo por la erección de la diócesis de
San Salvador: «Para Monseñor Chávez esa historia centenaria debe coronarse con
una manifestación palpable de la juventud perenne de la Iglesia en nuestra
nación; y su incansable afán hace que la patria se conmueva ―no solo la patria
salvadoreña, sino la patria que él definió: “todas las repúblicas del istmo”»[28].
Es evidente que el padre Oscar Romero se suma a la corriente unionista en
Centroamérica y El Salvador. No se debe olvidar que Monseñor Luis Chávez y
González era muy operativo y había promovido la creación del CEDAC, el secretariado del episcopado
centroamericano, proponiendo desde 1968 como secretario del mismo al padre
Oscar Romero.
Para el padre Oscar Romero, en el momento en que escribe,
el pueblo salvadoreño es un pueblo católico y no se puede separar el
sentimiento nacional de las fiestas de su patrón, el Divino Salvador: «En estos
momentos de democracia, la auscultación del pueblo es fundamental. Y las
fiestas agostinas son un micrófono de esa voz: el pueblo salvadoreño es un
pueblo católico. Oigámoslo». Llega incluso a preguntarse: «…quién es más
patriota, el que fomenta ese vínculo de unión o el que trata de disolverlo? El
que niega los derechos de la Iglesia o el que los defiende?»[29].
El patriotismo del padre Oscar Romero es taxativo, pero
siempre lo mira relacionado con el amor a Dios y a la Iglesia: «siempre será
cierto que los mejores patriotas coinciden ser los hombres que mejor adoran a
Dios»[30].
En él, amor a la Patria y amor a la Iglesia son dos cosas concomitantes:
«Un motivo que impele
al sacrificio, es el amor a la patria. Como ningún egoísmo es más repugnante
que el de aquellos falsos ciudadanos que, pudiendo hacer algo por su patria, se
resguardan en su vida muelle a costa tal vez de los esfuerzos ajenos.
El hombre debe amar
a su patria. Y cuando el bien de ella lo exige, debe el patriota sacrificarle
hasta la vida. Lo contrario sería no ser patriota. Sin arrancar ese amor a la
patria ―y más bien robusteciéndolo― el católico debe amar hasta el delirio,
hasta el sacrificio, a su Iglesia»[31].
Aquí podríamos estar de frente a uno de los argumentos
que más arroja luz sobre el martirio de Monseñor Romero. En el sentido que su
patriotismo nunca lo separa de la promoción de las vocaciones sacerdotales y de
la Iglesia. De tal suerte que su patriotismo es distinto del patriotismo de
quienes lo asesinan, puesto que ellos también se llaman «patriotas», pero
decantan en el odio. El patriotismo del padre Oscar Romero es siempre positivo
y propositivo, constructivo, y el de sus verdugos es homicida. En este sentido
estaríamos frente a un falso patriotismo. El contraste mayor se da cuando el
padre Oscar Romero afirma del sacerdote que «nadie como él hace patria»[32].
En cambio, los escuadrones de la muerte durante la guerra civil salvadoreña,
siendo arzobispo Monseñor Romero, distribuían hojas volantes con la frase:
«haga patria, mate un cura». Entonces la raíz de la crisis de vocaciones en el
país él lo ve en un falso patriotismo y en una falsa comprensión de la
religión: «Es que nos hemos acostumbrado a ver la religión como una cosa de
sacristías y procesiones y escapularios…Y que se quiere identificar al
sacerdote con esa religión entendida a medias»[33].
Este argumento nos muestra que el padre Oscar Romero no puede ser catalogado a priori como un cura conservador.
El padre Oscar Romero distingue entre una aristocracia
espiritual, que tiene que ver con la dignidad del sacerdocio y una aristocracia
mundana que no quiere saber nada de sacrificios. El padre Oscar Romero viene de
una familia trabajadora, como la mayor parte de sacerdotes de El Salvador, y le
choca el que las familias más acomodadas sean las más apáticas a la entrega
vocacional:
«Si los hogares
cristianos comprendieran bien la invitación de Cristo; si la falsa aristocracia
comprendiera este honor; si más que el brillo efímero de su posición social o
de sus riquezas relativas, o de sus pretensiones mundanas, apreciará esta
verdadera aristocracia del espíritu, esta sólida riqueza del cielo… de qué
distinta manera recibirían las íntimas confidencias de un hijo, de una hija a
quien Cristo llama para ser su colaborador…»[34].
Como se puede notar, el distanciamiento del padre Oscar
Romero con las clases acomodadas no inicia por cuestiones políticas, sino por
motivos de falta de colaboración con la Iglesia. Y no se refiere a dinero, sino
a vocaciones sacerdotales. Él no esconde su malestar cuando las personas
pudientes le dan dinero en concepto de limosna: «Que la limosna despectiva…es
que se tira como quien echa un mendrugo
a un perro, mejor se queda en las cajas acaudaladas donde duermen como en un
infierno anticipado, aquellas que Cristo llamó demonios de iniquidad»[35].
Él acusa a la tendencia liberal de dañar las relaciones entre el Estado y la
obra del Seminario: «una injusta mentalidad liberal de tipo totalitario,
atropellador, ha implantado en un pueblo netamente católico el laicismo, que
nos ha acostumbrado a ver todas las obras de la Religión del pueblo como algo
ajeno a los deberes del Estado»[36].
En su opinión, apoyar la obra del Seminario es un acto de patriotismo, puesto
que los sacerdotes, al igual que los demás profesionales, contribuyen en la
construcción de la nación. En ese sentido les recuerda a los liberales que uno
de sus máximos representantes, Gerardo Barrios, tuvo a bien firmar un
concordato con la Santa Sede, donde se le conceden beneficios a la Iglesia:
«Los liberales salvadoreños no deberían olvidar que uno de los gobernantes que
ellos mismos reconocen como de los mejores, el Gral. Gerardo Barrios, fue
verdaderamente comprensivo de este deber del Estado cuando firmó su concordato
con la Santa Sede»[37]. Ante
el abandono a la Iglesia que acusa el padre Oscar Romero por parte del laicismo
oficial recurre a la generosidad de los ciudadanos: «que la generosidad de los
ciudadanos, supla la mezquindad de nuestro laicismo oficial»[38].
En su forma más radical, para el padre Oscar Romero
«tener patria libre es un don inapreciable de Dios»[39].
Y el modelo de patriotismo es Jesucristo: «Jesucristo mismo ―flor de la
humanidad y modelo de hombres― es el modelo de patriotismo»[40]. Él
condensa su patriotismo en una frase muy utilizada por los salvadoreños y que
él considera que resume el alma nacional:
«¡primero Dios!»[41].
Para poder entender esta forma radical de patriotismo cristiano es necesario
resaltar que para el padre Oscar Romero el patriotismo no es solo un
sentimiento, sino, sobre todo, es una virtud; con él pretende demostrar que el
catolicismo no se interesa solamente por las cosas del cielo, sino también por
las de la tierra:
«Con frecuencia se
repite la objeción de que el catolicismo por vivir soñando en la patria del
cielo, descuida su trabajo por la patria del suelo.
Calumnia! Nuestro
evangelio tiene una máxima de oro: dar al César lo que es del César, dar a Dios
lo que es de Dios. Y el cristianismo proclama como una virtud el patriotismo. Y
porque anhela la patria eterna y muchos méritos para la gloria, trata de
perfeccionarse aquí abajo siendo útil a los demás
La esperanza de una
patria inmortal, los motivos de la conciencia son los únicos resortes que
mueven al sacrificio del deber consciente y oculto que va forjando la Patria.
Porque patriotismo
ni es solo la emoción del 15 de septiembre. Patriotismo es estudiar para que la
ciencia nacional se eleve; patriotismo es contribuir con su conducta a que la
juventud de la patria sea una juventud de carácter; patriotismo es hacer con mi
comportamiento que los ciudadanos de otras patrias aprecien a mi nación porque
tiene hombres de palabra, de moral pura, de fe limpia. Y ese patriotismo solo
lo forja un gran a mor a la Patria inmortal»[42].
Confiesa el padre Oscar Romero su ferviente patriotismo:
«Y con gratitud juramos una vez más nuestra consagración a la Patria»[43].
Pero se trata de un patriotismo crítico, con sentido común. De frente a la
actitud pasiva de los ciudadanos, el padre Oscar Romero reacciona: «El
salvadoreño es por naturaleza un ciudadano que se lleva a donde se quiere;
basta empujarlo. Parece que no tiene voluntad propia, porque cualquiera lo
puede manejar. Pueblos de esta clase solo necesitan un capataz y ya se subyugan»[44]. Pero
¿quién domina al pueblo? El padre Oscar Romero lo tiene claro: «No se puede
pensar que manden menos y que impongan su voluntad con la anuencia omnímoda a
la manada de ovejas. Es necesario [que el salvadoreño] sacuda su marasmo y su
apatía, el miedo lo apabulla pues teme las represalias de los pocos que manejan
a los dos millones. Que deje el salvadoreño de ser manada o hato para que entre
en rol de los hombres libres, mediante el uso de sus derechos que nadie ni nada
le puede restringir»[45].
Su visión de la patria es otra:
«¿Cuál Patria? ¿La
que sirven nuestros gobiernos no para mejorarla sino para enriquecerse? ¿La de
esa historia cochina de liberalismo y masonería cuyos propósitos son embrutecer
al pueblo para maniobrarlo a su capricho? ¿La de las riquezas pésimamente
distribuidas en que una “brutal” desigualdad social hace sentirse arrimados y
extraños a la inmensa mayoría de los nacidos en su propio suelo? ¿La de los
profesionales y obreros y padres de familia, etc. sin pisca de sentido de
responsabilidad?»[46].
El patriotismo del padre Oscar Romero no es ingenuo, ni
sentimentalista; tiene un fuerte sentido crítico. Es evidente que él se
posiciona de la parte de las clases desposeídas, pero lo molesta que los
miembros de dichas clases no se sacudan el yugo que los tiene oprimido. Lo
importante aquí es notar que la actitud crítica del padre Oscar Romero con
respecto a los hechos de la realidad no le surge cuando llega a ser arzobispo,
sino que es algo permanente en su persona. En todo caso se puede aceptar que,
al llegar como arzobispo a San Salvador, tenía razón acerca de los reclamos que
como sacerdote venía haciendo.
4.3. El
anticomunismo del padre Oscar Romero
La tercera cuestión a la que alude ampliamente el padre
Oscar Romero es al sistema comunista. Aspecto que va a posicionar a la Iglesia
y su misión de frente al mundo. Las primeras alusiones al socialismo las
encontramos en marzo de 1945. Hablando de Pío XI, se refiere a la cuestión
social como «una apremiante cuestión moderna»[47].
El padre Oscar Romero sostiene que Pío XI en la encíclica Quadragesimo Anno (15 de mayo de 1931) «traza este lindero
infranqueable que divide, en la cuestión social, el campo cristiano y el campo
socialista, aun en su forma más mitigada»[48].
Pero el padre Oscar Romero condena también al fascismo,
manteniendo así una postura equilibrada. En una defensa que hace a favor del
Papa Pío XII, ante las acusaciones de favorecer el fascismo, afirma: «Ni con el
nazi-fascismo ni con el comunismo. La palabra serena del Vaticano en medio de
las borrascas de la política y de los grandes errores, ha hablado muy claro al
que quiere oír. Y si hoy es más fácil entender la verdad frente al
nazi-fascismo cuyos escombros husmean, esperamos que también se entenderá y
ojalá no muy tarde, la serena voz del Vaticano que condena el peligro
comunista»[49].
El sacerdote Oscar Romero se declara anticomunista:
«Queremos expresar nuestra firme adhesión al movimiento anticomunista»[50].
Es la primera publicación donde trata el tema en modo específico. Aun cuando ha
dejado clara su postura anticomunista, considera importante estudiar los puntos
de coincidencia:
«Hay pues en el
comunismo un fenómeno que es interesante estudiar. Y por de pronto encontramos
entre el cristianismo y el comunismo interesantes puntos de contacto. El
comunismo aboga por una sociedad sin clases, justa y pacífica; el cristianismo
también. El comunismo tiene el sentido de las masas populares; el cristianismo
también.
Pero lo que los
diferencia radicalmente es que esos mismos ideales se buscan por caminos muy
diferentes; el comunismo pretende construir esa nueva civilización con sus
solas fuerzas humanas, y para lograrlo todos los medios son lícitos. Mientras
que el cristianismo sostiene que es imposible ese nuevo orden sin contar con la
justicia y la caridad de Cristo instaladas en las almas: sin Cristo se
destruirán ciertas injusticias, pero se entronizarán otras peores»[51].
En varias partes de sus escritos el padre Osar Romero
sostiene que «la raíz más perniciosa del comunismo en nuestra patria está en la
misma universidad»[52].
Los argumentos anticomunistas del padre Oscar Romero coinciden con la entrada
como rector de la Universidad de El Salvador del Doctor Fabio Castillo Figueroa
en 1963[53] y
al cual acusa de permitir la infiltración comunista en dicha universidad[54]. Llegó
incluso a pedir la creación de una universidad católica[55]. El
lenguaje que usa el padre Oscar Romero en este caso no difiere mucho del que
más tarde la oligarquía utilizará contra él en sus medios impresos, en su caso,
acusándolo de permitir la infiltración marxista en la Iglesia Católica.
Al final, el padre Oscar Romero reconoce que el Concilio
Vaticano II no hizo una condena pública y solemne del comunismo, al estilo de
los anatemas de los concilios anteriores y que la Iglesia se ha orientado por
la línea del diálogo. Aun manteniendo la condena doctrinal, el padre Oscar
Romero propone que apliquemos las nuevas orientaciones dadas por el concilio en
materia social, en particular las que aparecen en la Gaudium et Spes, porque «solo en su profundo humanismo cristiano
podrá saciarse el trágico vacío que supone la pobre alma del comunismo»[56].
En vísperas de su llegada como secretario de la
Conferencia Episcopal de El Salvador y de su nombramiento como obispo auxiliar
de San Salvador, el padre Oscar Romero va matizando sus posturas, pasa de un
anticomunismo radical a una postura más evangélica a favor de la persona, pero
equidistante del capitalismo y del comunismo. El cambio se explica porque en
ese momento se ha verificado también en el episcopado y el magisterio de Mons.
Luis Chávez y González un giro decidido y lúcido hacia la Doctrina Social de la
Iglesia, además con aplicaciones prácticas. El padre Oscar Romero se ve
obligado a defender la imponente Carta pastoral del arzobispo, titulada La responsabilidad del laico en el
ordenamiento de lo temporal, donde hay duras críticas al sistema
capitalista. Es la primera vez que la oligarquía llamará comunista a un arzobispo,
se trata de Mons. Luis Chávez y González. En ese documento se lee, por dar un
ejemplo: «Si las estructuras políticas o económicas de un país, condicionan a
un parte importante de la población a vivir en situaciones donde el hombre
normal no puede alcanzar su pleno desarrollo humano, esas estructuras tienen
que cambiar. Porque es el hombre el centro de la sociedad y ésta tiene que
estar ordenada a él y no éste a la sociedad»[57].
Igual tuvo que defender el documento Populorum
progressio del Papa Pablo VI, publicada el 26 de marzo de 1967, que trata
acerca de la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. Este tipo de
publicaciones van a modelar el pensamiento social del padre Oscar Romero y él
será fiel al magisterio de la Iglesia. Nos dice el padre Oscar Romero: «Del
sector capitalista surgió inmediatamente el calificativo de marxista para la
ideología de la “Populorum Progressio”… Pero la verdad es que nuestra
maravillosa encíclica no es ni marxista ni capitalista»[58].
Ante estos argumentos, el padre Oscar Romero pudo haberse
quedado callado, pero no lo hizo, aun a sabiendas que, por ese camino de
defensa de la Doctrina Social de la Iglesia, también él sería acusado de ser
marxista. Ya como arzobispo reaparecerán estos temas en su homilías, discursos
y cartas pastorales. El padre Oscar Romero fue coherente en mantener su
fidelidad a la Iglesia en cuestiones de análisis social.
2.
IMÁGENES
DE LA IGLESIA
Las imágenes de
la Iglesia son consecuencia de la auto-comprensión que sus miembros tienen de
ella a lo largo de la historia[59].
Otros prefieren hablar de modelos de
la Iglesia[60],
pero en este caso estamos de frente a un concepto moderno, propio de la crítica
científica en el modo como aparece en los argumentos de Thomas Kuhn[61]
aplicados a la teología. Mientras las imágenes
de la Iglesia son representaciones simbólicas que buscan ilustrar a los
fieles respecto del modo cómo se debe entender y vivir la Iglesia, los modelos de la Iglesia son formas
descriptivas que buscan clasificar las diversas expresiones de la Iglesia a lo
largo de la historia. Las imágenes de
la Iglesia las encontramos desde los orígenes del movimiento cristiano, los modelos de Iglesia se construyen en el
contexto de la realización del Concilio Vaticano II, aunque la teoría de los
modelos de Iglesia presente modelos anteriores al evento conciliar.
Las imágenes de la Iglesia en el padre Oscar Romero van a
surgir, por tanto, del modo cómo él en cada momento entiende la Iglesia. Es
importante pues analizar brevemente cuál es la idea de fe católica que él tiene
para poder comprender por qué utiliza ciertas imágenes para referirse a la
Iglesia. En este sentido la tesis central del padre Oscar Romero es la siguiente:
«el catolicismo de muchos, deja mucho que desear y que en verdad un catolicismo
a medias es tan enemigo de la Iglesia ―o peor― que el mismo protestantismo, el
laicismo o la masonería, porque tan enemigo de la verdad es el error, como la
verdad mutilada o desmentida con la conducta»[62].
Ya el título mismo del artículo apunta a cosas esenciales: «¿somos católicos?».
En la tesis del padre Oscar Romero hay un celo por la autenticidad en la
vivencia de la fe. Solo un creyente maduro llega a la conclusión de que los
problemas más agudos de la Iglesia le vienen a ella de su interior, de los miembros que traicionan los
principios del Evangelio y al mismo tiempo pretenden ser «buenos creyentes».
El padre Oscar Romero promueve la integración de la
profesión de fe en una deontología y en una moral práctica, que atraviesa en
modo transversal el ámbito personal y privado hasta cuestiones que tienen que
ver con la justicia social:
En efecto, ¿de qué
sirve el bautismo, la primera comunión, el ir a misa, el desfilar en una
procesión del silencio o del santo entierro… si todo ese culto externo no es la
expresión de una fe y una moral cristiana que se lleva en el alma como
cristiano práctico que se traduzca en actos de la vida íntima, familiar,
profesional, social? ¿De qué sirven las limosnas, aunque sean cuantiosas, para
levantar obras materiales de la Iglesia, si con los trabajadores y necesitados
no se practica la justicia social y la caridad cristiana que la Iglesia reclama
en su doctrina social?[63]
En conclusión, para el padre Oscar Romero la Iglesia no
se restringe a lo meramente ritual o sacramental, no es ni apariencia ni
abstracción. Para él la verdadera Iglesia es la que, inspirada por Dios,
desemboca en una praxis de vida, personal y social, a partir de los postulados
de la doctrina social de la Iglesia. Se trata de un «catolicismo militante»[64],
donde los laicos tienen notable protagonismo[65] y
para formar parte de él se requiere ser «un enamorado de la cruz»[66].
Ya en las formas más maduras de la eclesiología del padre Oscar Romero,
entiende la religión en un enfoque más moderno, en cuanto ella «eleva a los
cristianos no haciéndoles escapar a los problemas que tienen aquí abajo, sino
haciéndoles capaces espiritual y humanamente de enfrentarse con ellos y
transformarlos», es decir, «no hay que poner a Dios al lado de lo real y fuera
de este mundo, ya que amar a Dios es amar todo lo que él nos ha dado…a todos
nuestros hermanos. A mar a Dios efectivamente es responder a esa voz del cual
el mismo mundo material es ya un eco»[67].
2.1.
La Iglesia como soplo divino
Para el padre Oscar Romero, «la Iglesia es el soplo
divino sobre el barro humano»[68],
es decir, «un conjunto de valores humanos impulsados por el soplo de Dios»[69].
El texto fue publicado el 20 de mayo de 1961. Con lo cual, estamos en vísperas
de la realización solemne del Concilio Vaticano II. El punto de transición es
exacto y la eclesiología del padre Oscar Romero está por entrar en la vorágine
de los años 60’s, de la ilustración moderna, pero también al esplendor de ese
giro providencial hacia el mundo y sus sufrimientos, nítidamente plasmados en
la Lumen Gentium y, sobre todo, en la
Gaudium et Spes.
Según el orden cronológico que vamos siguiendo en el
manejo de la fuente primaria para redactar este artículo, esta imagen tendría
que ir al final de este apartado, sin embargo dada la lucidez con que trata el
tema de la Iglesia, hemos querido colocarla antes, por ello, el lector
percibirá como si el padre Oscar Romero retrocediera en su modo de presentar la
Iglesia bajo las restantes imágenes: triunfalista,
conquistadora y patriótica. Tómese este sub-apartado como una
conceptualización fundamental de lo que el padre Oscar Romero entiende por
Iglesia.
Es dominante en la exposición del padre Oscar Romero la
tesis de que la Iglesia tiene su origen en el misterio eterno de Dios: «La
Iglesia brotó de un soplo de Dios sobre los hombres. Y por eso tiene rostro
humano y alma de Dios. Y porque tiene rostro humano, lleva en su rostro la
huella de la miseria humana; pero tiene alma de Dios, la Iglesia es santa como
Dios e inmortal. Nadie como ella sabe mirar la serenidad del triunfo del
torbellino de la historia»[70].
La figura del barro en esta imagen quiere llamar la
atención en el sentido que la Iglesia es el fruto correlato del acto creador, en
tanto los miembros de la Iglesia constituyen una «nueva creación», así: «como
nadie ha sido capaz de detener las energías que encierra la naturaleza desde
que emergió de la nada por el soplo creador de Dios… quién será capaz de
detener el ímpetu de este otro soplo divino que forjó la Iglesia como una nueva
creación espiritual que emerge sobre el barro humano?»[71].
Resultan aquí dos consecuencias. Por una parte la Iglesia aparece frágil, es
decir pecadora; y justamente por esa expresión los poderes de este mundo se
atreven a atacarla, creyendo que la pueden vencer; pero, por otra parte, su
fragilidad esconde el misterio del Dios encarnado, misterio que no puede ser
derrotado por los poderes del mundo. Se da, pues, en la Iglesia un consorcio
entre lo divino y lo humano: «Esos elementos fusionados explican el misterio de
la Iglesia con sus pretensiones tan celestiales y sus realidades tan terrenas»[72].
Es comprensible el ímpetu y la determinación con que el
padre Oscar Romero defiende a la Iglesia, porque está convencido de que lo que
sustenta a la Iglesia no es el pecado que se puede verificar incluso en los
miembros que la conforman, sino ―y sobre todo― en su alma divina:
«Pero por qué no se
fijan también en el inmenso tesoro de su Santidad? Porque así como es injusto
despreciar a una persona de alma noble solo porque tiene feo el rostro… es una
injusticia detenerse a ver solo los defectos humanos de la Iglesia y no tratar
de penetrar hasta el corazón, hasta el pensamiento, hasta allá donde tendrían
que encontrarse con la esplendente santidad del mismo Dios, oculta en el ropaje
humano de la Iglesia. Y allí se convencerían que la Iglesia es divina, es santa
no porque todos sus hijos sean santos, sino porque su esencia, su fin, sus
medios, sus leyes, sus exigencias, sus sanciones, sus ideales… toda su vida
íntima es de santidad.
La misma existencia
de la fragilidad humana está probando la santidad y la verdad de la Iglesia.
Porque sus malos sacerdotes, sus católicos infieles al matrimonio, sus jóvenes
degenerados, etc. no están así por estar de acuerdo con la Iglesia, sino
contrariando sus leyes santas que reprochan y sancionan»[73].
Entonces, concluye el padre Oscar Romero, hay que dar
«paso a la Iglesia», porque «Dios va con Ella y nadie puede detener su marcha»[74];
de modo que, «pese a lo humano de su rostro, lleva el soplo de Dios en el alma…
y nadie la puede detener»[75].
Hay que tener en cuenta esta determinación del padre Oscar Romero, porque este
modo de entender y vivir la Iglesia es lo que hará de él un obispo
intransigente con el pecado, en todas sus expresiones, y es lo que en
definitiva lo pondrá en el horizonte profético del martirio. Sus asesinos
entienden la Iglesia como un medio para mantener su hegemonía política y
económica en la sociedad salvadoreña, para el padre Oscar Romero, en cambio, la
Iglesia es una institución de origen divino que no debe ser instrumentalizada
ni manipulada por nadie.
Siete días después de que el padre Oscar Romero abordó
este tema, escribió otra nota, donde aparece por primera vez en sus escritos
del Chaparrastique claras alusiones a
la Doctrina Social de la Iglesia. Pero, lo interesante es que aparece también
en ese texto, la frase que luego se hará famosa, es la que dice: «hay que
quitarse los anillos». La cita de 1961 es la siguiente:
«Cierto Obispo de
Italia aconsejaba a sus diocesanos spogliatevi,
se non vi spoglieranno (despojaos, si no os despojarán). Que equivale a
decir, apresuraos a buscar al agudo problema social ―hoy más insoslayable que
nunca― una solución digna, conforme a la razón y la fe, de acuerdo con la
justicia social y el amor cristiano, la solución que proclama la Rerum Novarum… porque de otra manera
Dios permitirá como un azote el triunfo de una solución de violencia, de odio,
de fuerza bruta»[76].
El mismo pensamiento lo encontramos en la homilía
del 6 de enero de 1980. En
esa ocasión dice lo siguiente: «El Cardenal Lorscheider me dijo una comparación
muy pintoresca: hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los
dedos, creo que es una expresión bien inteligente. El que no quiere soltar los
anillos, se expone a que le corten la mano y el que no quiere dar por amor y por
justicia social, se expone a que se lo arrebaten por la violencia»[77].
Lo importante en ambas citas es, en primer lugar, que el
padre Oscar Romero ya tenía clara la importancia que tiene la cuestión social
en la vida de la Iglesia. En segundo lugar, tenemos otro ejemplo de la
continuidad en el pensamiento del padre Oscar Romero. Es decir, mantiene la
misma tesis desde 1961 hasta 1980 y en el mismo sentido. De nuevo habría que
replantear la tesis de la conversión en el padre Oscar Romero.
En esta imagen de la Iglesia, el soplo divino es la
esencia de la Iglesia. El rostro humano de la Iglesia pone de manifiesto la
fragilidad de la misma, pero su éxito en la predicación del Evangelio no está
sustentado en la humanidad de la Iglesia, sino en su origen divino. Esta
constatación es la que va a llevar al padre Oscar Romero a ser determinado en
la defensa de la Iglesia, incluso cuando aparece con toda su crudeza su
condición humana y pecadora.
3.1.
Iglesia conquistadora de almas para el Señor
Una imagen de la Iglesia muy presente en los escritos del
padre Oscar Romero es la de la Iglesia
conquistadora. Una especie de militia
christi que busca incansablemente la salvación de las almas (salus animarum). Se trata, como dice él
de «conquistar el mundo para Dios»[78]. En
esta imagen de la Iglesia aparece con mayor claridad el aprecio que el padre
Oscar Romero tiene por la congregación fundada por Ignacio de Loyola, al punto
de retomar una frase del santo como lema de su futuro episcopado: sentir con la Iglesia. A propósito dice
lo siguiente: «“Sentir con la Iglesia” fue siempre el inconmovible dogma de la
Compañía de Jesús, que lleva además en sus mismas bases constitucionales la
promesa jurada, escrita por la misma mano de Ignacio de Loyola de “servir a
Dios en la obediencia fiel a nuestro Santo Padre el Papa Paulo III y a los
Romanos Pontífices que sean sus sucesores”»[79].
«Sólo así puede realizar la Iglesia el programa del
divino Fundador. Programa de conquista para una fe, una fe que es intransigente
en sus dogmas y que va contra todas las inclinaciones del hombre»[80].
El padre Oscar Romero habla de «la vida conquistadora de la Iglesia», en la
cual los sacerdotes juegan un papel protagónico: «Cristo ha querido, que
solamente a través del sacerdocio realice la Iglesia su vida conquistadora»[81];
también el seminario donde se forman los futuros sacerdotes juega un papel
esencial en la conquista que realiza la Iglesia: «El cenáculo, el primer seminario. Después otros
y otros seminarios, cenáculos nuevos, donde nuevos apóstoles esperan su
pentecostés para lanzarse intrépidos heraldos a realizar la vida conquistadora
de la Iglesia»[82].
En ese sentido el día del seminario dice que «suena como un clarín de cruzada»[83]. En
esta visión de la Iglesia, la misión de la misma consiste en «conquistar almas
para hacerles el bien»[84].
La Iglesia no puede descansar, es decir, «no puede estar tranquila mientras sus
labores de pacíficas conquistas no se dilaten sobre toda la humanidad»[85],
es decir, se trata de «lanzarse a la conquista de las naciones»[86].
Además, «la Iglesia tiene derecho a escoger sus conquistadores»[87].
Aparece, pues, la Iglesia como un ejército formado en
misión de pacífica conquista: «Pero esa Esposa de Cristo necesita hijos
adalides de sus conquistas, que empuñando con brazos robustos la bandera de la
religión, con fe clara y espíritu intrépido, la defiendan y la propaguen por
todo el mundo»[88].
El jefe de ese ejército conquistador es el Papa que: «señala a cada soldado su
puesto de combate»[89].
La misión de la Iglesia consiste en «conquistar todo el mundo y subyugarlo al
imperio de Cristo. El imperio de Cristo es la Iglesia Católica»[90].
La iglesia aparece triunfalista en este período de la
vida del sacerdote Oscar Romero: «Hoy sobre todas las fronteras la Iglesia
pasea triunfante su bandera de pacíficas conquistas»[91].
El contexto en que dice esto es en la fiesta de la Epifanía y alude a la
expansión de la Iglesia en todo el mundo. La misma patria salvadoreña, según
él, debe abrirse a esa conquista pacífica que trae el Señor: «Y repitamos una
vez más para los que la ignoran o simulan ignorarlo: esa Iglesia viene en busca
de nuestra Patria, con el noble afán de una madre que quiere conquistar pueblos
no para robarles sus terrenos y dominios, sino para enriquecer a los hombres
con celestiales riquezas»[92].
Un poco más tarde tiene que hacer distinciones ante la
acusación de ser imperialista que los comunistas y liberales hacen a la Iglesia.
Citando a Pío XII, sostiene que: «La Iglesia ciertamente no abriga ambición
alguna de dominio sobre los pueblos o sobre las cosas meramente temporales. Su
único anhelo es el de llevar la luz sobrenatural de la fe a todas las gentes,
de favorecer el incremento de la cultura humana y civil y la concordia fraterna
entre los pueblos»[93].
La imagen de la
Iglesia conquistadora es la manera cómo el padre Oscar Romero pone de
manifiesto su aprecio por la Compañía de Jesús, hasta hacer del principio sentir con la Iglesia el lema de su episcopado.
Esta imagen de Iglesia no significa una Iglesia que irrespeta la soberanía y la
cultura de los pueblos, o una Iglesia opresora. Se refiere a ese ejército de
evangelizadores dispuestos a dar la vida por la causa del Reino de Dios.
3.2.
La Iglesia patriótica y revolucionaria
La primera vez que
el padre Oscar Romero habla de la correlación entre Iglesia y patria es el
contexto de una nota dedicada a Monseñor Luis Chávez y González y en la que
afirma:
«Iglesia y patria
en una fraternal conjunción son para Monseñor Chávez el móvil de sus pacificas
batallas por el reino del Divino Salvador.
Por eso nuestro
magnífico seminario interdiocesano es para él “la obra radical de mejoramiento
y elevación patrios” a la que se debe “prestar apoyo no solo por motivos
cristianos y religiosos, sino aun por simple dictado de humanidad y
patriotismo”»[94].
Tal parece que la idea de la correlación entre Iglesia y
patria no le molesta al neo-sacerdote[95].
El padre Oscar Romero tiene claridad del papel que está jugando el arzobispo en
lo que él llama la «encrucijada de la historia patria»[96]. El
8 de mayo de 1944 el general Maximiliano H. Martínez había anunciado su
inminente renuncia a la presidencia, como consecuencia de una huelga general. En
realidad, el episcopado de Monseñor Luis Chávez y González es uno de los más
largos de la historia de la Iglesia salvadoreña, fue obispo de 1938 a 1977. Por
tanto, tuvo que vérselas con las propuestas masónicas del general Maximiliano
H. Martínez; fue miembro de la comisión preparatoria del Concilio Vaticano II,
además de tener el mérito de aplicar las orientaciones pastorales de dichos
documentos, en modo particular lo que concierne a la Doctrina Social de la
Iglesia y a la modernización de la pastoral en El Salvador. El mismo padre
Oscar Romero reconoce que Monseñor Luis Chávez y González buscaba en la
formación de sus seminaristas «cristalizar su ideal de ser sacerdotes
“sanamente modernos”»[97].
La iglesia patriótica del padre Oscar Romero no se funda preponderantemente
en un argumento político, como podría pensarse, sino en un teísmo férreo. El
binomio fe y patria conforman la base de su argumentación: «Fe y Patria en
admirable conjugación de sentimientos inspirarán el amor abnegado y el servicio
noble de la nación»[98] y
en esa conjugación, Jesucristo es el «Divino Patriota»: «Fe y Patria en nuestro
credo son inseparables. Ellas inspiraron las lágrimas del Divino Patriota
cuando lloró sobre Jerusalén, que precipitaba al abismo su nacionalismo
precisamente por su incredulidad ante el mensaje de Jesús»[99].
En su disputa con los masones, como ya quedó dicho, él
lucha porque el nombre de Dios no sea desterrado de la Constituyente de 1950,
puesto que sabe que impactando en el concepto de Dios se impacta directamente
en su mediación sacramental que es la Iglesia. Según él, la expresión «¡Primero
Dios!» es la frase que mejor condensa el nacionalismo teísta que él propugna:
«Y no es porque el pueblo tenga de Dios un “concepto derrotista”, sino
precisamente se siente más optimista, y más realizado cuando se arraiga a sus
empresas con la expresión tan suya: “primero Dios”»[100].
Para el padre Oscar Romero, la religión del pueblo salvadoreño es la religión
católica[101].
A su modo de ver, el objetivo último de los masones es desterrar a Dios de la
Constituyente para terminar con la autoridad moral que ostenta la Iglesia[102]
y lograr de ese modo concretar sus intereses, que no tienen nada que ver con un
proceso auténticamente revolucionario: «El pueblo salvadoreño quiere a Dios en
la Constitución… La otra “masa que se mueve por allí” será siempre la masa de
aquellos cuyo Dios es su vientre… o acaso la “masita” que se movía en el
bolsillo asalariado por la intriga… Esa sí que es oscurantista y
antirrevolucionaria»[103].
Según esto, la idea de un proceso revolucionario no es extraña para el
sacerdote Oscar Romero. En todo caso hay que determinar cómo entiende el
sacerdote migueleño el concepto de revolución.
El concepto de «revolución» aparece en los escritos del
sacerdote Oscar Romero, en el contexto de la Constituyente de 1950. Según él,
las pretensiones revolucionarias prometidas por los legisladores se han quedado
cortas, al excluir o restringir los intereses de la Iglesia Católica:
«El
pueblo saludó jubiloso la revolución hace dos años, porque esperaba como fruto
sabroso de tanta alharaca una constitución ecuánimemente revolucionaria que
hiciera justa estima de las genuinas realidades nacionales. Hoy va a recibir
esa constitución… pero qué desilusión! qué resentido va el pueblo! Cuál es el
fruto de dos años llamados revolucionarios? Una institución que proclama los
viejos y agrios postulados de la masonería. Y ese nuevo yugo sobre el sufrido
pueblo precisamente en la fiesta de su independencia»[104].
La Iglesia, dice el sacerdote Oscar Romero, lleva a cabo
una «revolución milenaria», cuyo cometido principal es trabajar por el Reino de
Dios y su justicia: «Pero a pesar de todo, la iglesia seguirá haciendo el bien
en El Salvador. No porque busque aplausos ni comodidades, sino porque su
destino es por adelante [sic] en su
revolución milenaria que hace el bien a todos, buscando el Reino de Dios y su
justicia»[105].
En esta visión revolucionaria, la Iglesia no es una entidad pasiva o que pueda
ser amedrentada. Antes bien, surge altiva, no obstante las vicisitudes: «Y es
ésta la primera colaboración de la Iglesia: trabajar en la nación, no por fines
bastardos: nunca la arrastraron la adulación ni el soborno, ni la acobardó la
amenaza, su ideal fue siempre trabajar por el Reino de Dios y su justicia. Solo
esta colaboración es ya preciosa para el carácter nacional que debieran
aprender tantos mequetrefes de la política y de la prensa títere»[106].
Esta forma de ver el papel de la Iglesia en la historia, nos muestra que el
sacerdote Oscar Romero no contempla la idea de que ella esté sometida a los
poderes que rigen el mundo. Es una instancia que cuestiona y critica al
consciente dominante, porque su potestad no le viene de los hombres, sino de
Dios. En este sentido no es extraño que afirme que la Iglesia es la más
auténtica revolucionaria de la historia:
«Viendo este
principio [el de la potestad divina] la Iglesia es la más auténtica
revolucionaria de la historia. Porque predica obediencia de los ciudadanos
hasta el sacrificio, pero mientras el mandatario y sus leyes se mantengan en su
papel de participantes del domino de Dios. Porque una vez salidos de ese cauce,
el mandatario ya no es digno de obediencia y el ciudadano debe obedecer primero
a Dios; en este caso la historia no conoce rebeldía ni revolución más valiente
que la resistencia de la Iglesia… auténtica revolución de 20 siglos con
incomodables [sic][107]
páginas de sangre y persecución»[108].
El 23 de marzo de 1980, el arzobispo Oscar Romero, en su
homilía, aplicará el principio que está propugnando en la cita anterior. Es
decir, ante las leyes injustas que se han promulgado contra la población y ante
la orden de matar a un inocente que da un jefe militar, las bases del ejército
no están obligadas a obedecerla, dado que «una ley inmoral, nadie tiene que
cumplirla»[109].
De nuevo encontramos un elemento de continuidad entre el sacerdote Oscar
Romero, y su posterior ministerio como arzobispo.
El padre Oscar Romero muestra desconcierto antes los
proyectos revolucionarios en curso, en cambio insta, fiel a la imagen de la
«iglesia revolucionaria», a sus lectores diciendo «aceleremos la revolución del
Evangelio»: «Desilusionados de tantas llamadas revoluciones que surgen hoy para
devorar mañana a sus propios hijos, la única Revolución que vale la pena
acuerpar hasta el heroísmo es la de la Iglesia que viendo usurpadas por el
enemigo de Cristo las Posiciones que Él conquistó, lucha por volver a
entronizarlo como Rey para estructurar un mundo sobre las bases de luz y de
vida de su Evangelio»[110].
En la visión del padre Oscar Romero: «ninguna voz ha estremecido tan
eficazmente las tiranías y despotismos de la historia, como la serena voz de la
Iglesia en defensa de este eterno concepto de libertad»[111].
Otra característica importante en la iglesia patriótica
del sacerdote Oscar Romero es ―aunque parezca extemporáneo― su «estar en
salida» y su dimensión política. El argumento lo plantea siempre en el marco de
la disputa con masones y comunistas. En el sentido que ambas corrientes
coinciden en que la religión, según el precepto moderno, ha de circunscribirse
al ámbito privado y no inmiscuirse en asuntos de la política de Estado. El
sacerdote, con lucidez excepcional, muestra ya su vena profética, que luego
será más visible cuando sea arzobispo: «La consigna de la masonería y del
comunismo que está siendo llevada a cabo por sus serviles sabuesos, es alejar
el influjo de la Iglesia de la vida del pueblo»[112].
En los argumentos en que se detiene el joven sacerdote encontramos una de las
causales que provocará más tarde su asesinato. El sacerdote Oscar Romero no
acepta que los poderosos de turno jueguen con la fe del pueblo y con la
Iglesia, le molesta que la manipulen y se aprovechen de ella. Vale la pena
reproducir lo que dice:
«Su táctica es
conocida; proclamar respeto, libertad… pero solo en cosas accidentales. En su
vida sustancial, en su irradiación fundamental, todas las trabas a la pobre
Iglesia. Al episcopado, al Clero grandes honores, grandes recepciones.
Invitaciones a cantar Te Deum, a bendiciones etc. Pero que no reclamen
enseñanza religiosa para el pueblo, que no se le dé personería jurídica a la
Iglesia, que se pongan trabas al matrimonio religioso.
Todo su argumento
brillante que deslumbran los ignorantes es que el sacerdote no debe mantenerse
en política sino que debe ocuparse de su iglesia y de su sacristía.
Y sin embargo la
misión del sacerdote fue delineada con trazos de infinito por Jesucristo: “id y
enseñad a todas las gentes”. Y a menos de ser traidor, el sacerdote no puede
encerrarse en la sacristía cuando el error y el engaño de las gentes arde con
voracidad de incendio allá afuera en las leyes, en las instituciones, en el
pueblo»[113].
Según estos argumentos, no es del todo cierta la tesis de
la conversión de Oscar Arnulfo Romero arzobispo. El joven sacerdote tiene claro
cuál es el papel que la Iglesia debe jugar en la sociedad moderna. Y esto lo
dice mucho tiempo antes de la realización del Concilio Vaticano II y de su
nombramiento como arzobispo. Sus lapidarias palabras en torno a la función que
los sacerdotes y la Iglesia deben jugar en un contexto político han quedado
rubricadas: «El sacerdote no hace política… pero “cuando la política toca el
altar”, como hoy en El Salvador, cuando descarada o hipócritamente la masonería
por medio de sus sabuesos ataca los derechos de la Iglesia, entonces por deber
de vocación, los obispos y los sacerdotes no pueden encerrarse en los templos,
porque es afuera del templo donde arde el peligro de la Religión que por deber
tiene que defender»[114].
La frase central del parágrafo la toma, según explicará más tarde como
arzobispo, del magisterio del Papa XI, a quien se la escuchó cuando él era
joven estudiante en Roma[115].
Con ello demuestra que hay una continuidad en su modo de pensar y de actuar.
3.3.
Otras imágenes de la Iglesia y la llegada del Concilio
Vaticano II
En el marco de la
redacción de este artículo se han tomado
en cuenta solo las imágenes de la Iglesia que más ha desarrollado el padre
Oscar Romero. Pero él hizo referencia a otras imágenes sin llegar a
desarrollarlas. Por ejemplo, él habla de la Iglesia como Esposa de Cristo[116] o la Esposa del varón de dolores[117]. Esta imagen
aparece también en el contexto de la primera imagen que hemos presentado, es
decir, de la Iglesia como soplo divino[118].
En otra parte entiende la Iglesia al modo del hilemorfismo aristotélico, como
un compuesto de alma y cuerpo[119].
Habla también de la Iglesia como sociedad
perfecta (Societas perfecta)[120].
Otras veces habla de la Iglesia como madre
y maestra, así como aparece en la encíclica Mater et Magistra de Juan XXIII[121].
En la línea ignaciana habla de la Iglesia como sociedad jerárquica[122], en la cual la jerarquía es considerada
como «la voz auténtica de Dios»[123].
En esta expresión eclesial: «La Iglesia es objeto de fe porque detrás de esta
organización visible jurisdiccional humana que es la jerarquía cuya máxima expresión es el Papa, se esconde una virtud
invisible secreta, divina, siempre activa, que la identifica con la misma vida
del Salvador de los hombres»[124].
Alguna vez habla de la Iglesia como Cuerpo
Místico[125]. Y con el advenimiento
del Concilio Vaticano II inicia a hablar de la Iglesia como Pueblo de Dios[126].
La llegada del Concilio Vaticano II puso al padre Oscar
Romero en un proceso de cambio profundo en su modo de entender la Iglesia. Mira
en el evento conciliar una oportunidad para rejuvenecer la Iglesia y la
sociedad: «Sintamos en nosotros el deseo de cambiarnos de renacer y de crecer
en nuestro cristianismo, porque “cristianos adultos” es lo que necesita nuestro
mundo de hoy y nuestra sociedad envejecida»[127].
Incluso habla de que el Concilio ayudará a la «renovación del concepto de
Iglesia, un profundo sentido de apertura, de diálogo y de ecumenismo», y
aparece por primera vez en sus escritos el concepto de una Iglesia «humilde y
servidora»[128], bajo la convicción de
que «mandar en la Iglesia es servir»[129].
Para el padre Oscar Romero servir no
es solo un sentimiento, sino que está sustentado en el principio ignaciano del sentir con la Iglesia. Es probable que
la fecundidad del ministerio del padre Oscar Romero tenga que ver con la
capacidad de obediencia que impone el cuarto voto ignaciano, es decir, la
aplicación de la obediencia a la romanidad.
Así como Ignacio de Loyola tuvo que vérselas con los vientos reformistas
protestantes en su época, así el padre Oscar Romero está dispuesto a obedecer a
la Iglesia a propósito de las reformas que suponía la realización del Concilio
Vaticano II:
«Si se puede hablar de reforma, no se debe entender
cambio, sino más bien confirmación en el empeño de conservar la fisonomía que
Cristo ha dado a su Iglesia, más aun, de querer devolver siempre su forma
perfecta que por una parte corresponda al plan primigenio y que por otra sea
reconocida como coherente y aprobada en aquel desarrollo necesario, que como
árbol de la semilla, ha dado a la Iglesia, partiendo de aquel diseño, su
legítima forma histórica y concreta… Debemos servir a la Iglesia tal cual es y amarla con sentido inteligente de
la historia y con la humilde búsqueda de la voluntad de Dios que asiste y guía
a la Iglesia, aun cuando permite que la debilidad humana oscurezca algo la
pureza de sus líneas y la belleza de su acción. Esta pureza y esta belleza son
las que estamos buscando y queremos promover…»[130].
Pero siempre posicionado en el axioma ignaciano sentir con la Iglesia, critica en el
proceso de aggiornamento (puesta al
día), tanto a los que profesan en la
Iglesia un apego incondicional a lo viejo, como a los que van con un
desmesurado espíritu de novedades: «Para no caer en el ridículo de estar
apegado a lo viejo sin criterio; y para no caer en el ridículo de ser un
aventurero de “sueños artificiosos” de novedades, lo mejor es vivir hoy más que
nunca aquel clásico axioma: SENTIR CON LA IGLESIA, que concretamente significa
apego incondicional a la Jerarquía. Porque son el Papa y los Obispos los
hombres inspirados por Dios para el “aggiornamento” de la Iglesia en todas las
horas de su historia»[131].
La densidad de este momento, dice el padre Oscar Romero, «no necesita ya
discusiones sino fidelidad»[132].
Vale la pena mencionar el modo cómo entiende el
episcopado el padre Oscar Romero al terminar el Concilio Vaticano II y ya cercana
su consagración como obispo auxiliar. Inspirándose en el magisterio de Pablo
VI, y con motivo de la consagración episcopal de Monseñor Álvarez como auxiliar
de San Salvador, describe el ministerio episcopal de un modo que recuerda mucho
el modo cómo lo entiende el actual Papa Francisco:
«El Papa [Pablo VI]
evocó dos expresiones históricas para definir el nuevo estilo de los obispos no
según aquella línea de superioridad, exterioridad, honor suntuoso que llamó “marca
superflua y anacrónica”, porque en otros tiempos cuando el poder episcopal
estaba unido al poder temporal no provocaba escándalo en el pueblo y se veía
con naturalidad en el obispo la suntuosidad de un príncipe temporal y mundano.
Pero ahora no es
así, no debe ser así, repetía el Santo Padre. La expresión histórica de
nuestros días reclama la pobreza y sencillez evangélica. Que se procure lo
necesario para mantener un decoro sobrio y digno para la autoridad, pero que se
agradezca a Dios por haber abandonado lo que de exterior y mundano se había pegado
a esa autoridad divina.
El Papa definía con
tres palabras el nuevo perfil del Obispo: sentido de responsabilidad, sentido
de servicio, amor.
La voz del Maestro
y las apremiantes circunstancias de esta hora gritan a los capitanes del Reino
de Dios que no se escala esa dignidad para satisfacción personal sino para
sacrificio; que el heredero de los poderes del Salvador debe estar en el mundo
“no para ser servido sino para servir” y que una corriente de caridad y amor
debe invadir y animar todo su ministerio pastoral»[133].
Evidentemente, el modo cómo entiende el episcopado da una
idea del modo cómo entiende la Iglesia, puesto que para él, en la jerarquía se
manifiesta la voluntad de Dios, y el respeto a ella es respeto a Dios. El padre
Oscar Romero está a punto de entrar de lleno en el ambiente episcopal[134]
y está escribiendo las últimas notas como director del periódico Chaparrastique. Las líneas generales de
su visión de la Iglesia han sido modeladas y se dispone a su aplicación como
obispo auxiliar de San Salvador (1970), luego como obispo diocesano en Santiago
de María (1974-1977) y en modo preponderante como arzobispo de San Salvador
(1977-1980). Sus palabras dan cuenta de su proceso de madurez eclesial: «Y ya
sabemos que fe no solo es creer en lo que dice Dios, sino actuar como Él
quiere. Y Dios no puede querer una sociedad como la que actualmente se
estructura en El Salvador sobre injusticias, vicios e ignorancias. Quien cree
en Dios debe dar a su fe un sentido
dinámico y una proyección social»[135].
El padre Oscar Romero ha entrado en una nueva etapa de su ministerio
sacerdotal.
3.
CONCLUSIONES
Revisados los materiales propuestos como fuente primaria
para la elaboración de este artículo, es decir, las notas del padre Oscar
Romero publicadas en el periódico Chaparrastique
entre 1944 y 1967, llegamos a los siguientes hallazgos o conclusiones.
Encontramos por lo menos cuatro factores que van a
determinar el modo cómo va presentando la Iglesia el padre Oscar Romero: la
masonería, el patriotismo, el anticomunismo y la realización del Concilio
Vaticano II.
No es posible separar el concepto de Iglesia del concepto
de Patria en los escritos del padre Oscar Romero. Ser un buen patriota
significa para él defender y apoyar los derechos de Dios y de la Iglesia. En consecuencia, la
misión de la Iglesia es religiosa y patriótica. Esto es particularmente
evidente cuando solicita ayuda para la formación de los seminaristas, es decir,
para el seminario. También es evidente cuando la corriente liberal e ilustrada,
es decir, los masones, atentan contra los derechos de la Iglesia. En este caso,
el padre Oscar Romero no puede ser considerado un clérigo moderno, en cuanto
proclama que la religión católica es la religión de los salvadoreños y del
Estado salvadoreño. Su apertura a la modernidad coincide con el advenimiento
del Concilio Vaticano II.
El patriotismo del padre Oscar Romero pondrá en evidencia
los falsos patriotismos que se dan en la sociedad salvadoreña, en modo
particular, el patriotismo de los oligarcas radicales, en el sentido que cuando
necesitan el apoyo de la Iglesia Católica para lograr sus intereses políticos,
económicos o de dominación en general, entonces utilizan los servicios de la
Iglesia. Pero si la Iglesia se pone de la parte de los pobres, entonces la
Iglesia Católica y su jerarquía son traidores a la Patria, llegando incluso a
usar de violencia contra ellos.
Dado su acentuado anticomunismo en ese periodo, no es
posible acusar al padre Oscar Romero de secundar o promover ideas marxistas o
comunistas. Tal acusación es falsa y mal intencionada.
El resultado de la investigación pone en cuestión la
tesis de que el padre Oscar Romero se convirtió, es decir, que haya pasado de
una visión conservadora de la Iglesia a una visión más liberadora. En este
trabajo sostenemos que hay una progresión o evolución en la visión de la
Iglesia que tiene el padre Oscar Romero. Su obediencia a la Iglesia, fruto de
su aprecio por el cuarto voto de los jesuitas, lo lleva a respetar las
directrices que emanan de la autoridad romana. Si se tiene que ser
anticomunista, el padre Oscar Romero aparece como tal, pero si la Iglesia le
manda orientar el discurso hacia la Doctrina Social de la Iglesia, él lo hace.
Fidelidad a la Iglesia aquí significa respeto y promoción de la constante
reforma de la Iglesia.
Las imágenes de la Iglesia que más sobresalen en los
escritos de ese período del padre Oscar Romero son tres: la Iglesia como soplo divino, la Iglesia conquistadora y la Iglesia
patriótica. De las tres, la que nos parece más original es la primera,
puesto que conjuga el origen y sustentación divina de la Iglesia y su expresión
humana y frágil. La segunda tiene una clara matriz jesuítica y la tercera se
construye a partir de la dialéctica con los masones, es decir, de la entrada
del pensamiento liberal e ilustrado en la legislación salvadoreña, poniendo en
cuestión los privilegios de la Iglesia Católica.
Las imágenes que se perfilan son las de una Iglesia
humilde y servidora. Aparecen también las imágenes de Pueblo de Dios propias
del Concilio Vaticano II, pero no las desarrolla lo suficiente en ese momento.
En todo caso, se debe afirmar que el padre Oscar Romero
no busca en los escritos estudiados dar una explicación sistemática de lo que
él entiende por Iglesia. Las imágenes predominantes de la Iglesia las
construye, ya sea por el aprecio que en ese momento tiene de una en especial,
fruto seguramente en su proceso de formación sacerdotal, o bien como
consecuencia de las polémicas que está teniendo con ciertos sectores o
tendencias de la sociedad salvadoreña. También influye la eclesiología de la
época preconciliar y conciliar.
Finalmente, hay que resaltar, como virtud, esa capacidad
de escribir que tenía el padre Oscar Romero, esto nos ha dado un tesoro
invaluable a la hora de analizar en un rango amplio de tiempo la evolución de
sus ideas eclesiológicas. También nos manifiesta el temperamento del padre
Oscar Romero, intransigente y determinado en aquello que según su conciencia es
correcto. Esto, por parte del sacerdote Oscar Romero, puede tomarse como el
fundamento antropológico de su profetismo, supuesta la gracia divina requerida
para ejercer el carisma profético.
[1]
Doctor en teología por la
Pontificia Universidad Urbaniana de Roma. Director de la Escuela de Teología y
del Doctorado en Teología de la Universidad Don Bosco de El Salvador. Docente
del Seminario Mayor Monseñor Romero de Santiago de María, El Salvador.
[2] No se debe confundir la
expresión triunfalista de la Iglesia peregrina con la forma triunfante de la
misma en sus santos.
[3] Cfr. A. Antón, El misterio
de la Iglesia. Evolución histórica de las ideas eclesiológicas, Vol. I: En busca de una eclesiología y de la reforma
de la Iglesia, BAC, Madrid 1986, 794-799.
[4] Estamos citando como fuente la
transcripción de dichos artículos, publicados en: Arzobispado de San Salvador, Mons. Oscar A. Romero, su pensamiento en la prensa escrita, (Sin
Editorial), San Salvador, 1992. En la transcripción se encuentran muchos
errores tipográficos y es probable que algún dato esté incorrecto. Por ejemplo,
el material no explica el modo cómo han sido escritos los números de páginas
del periódico Chaparrastique, es
decir, dónde termina la página n. 1, la n. 2, etc. de cada artículo. Por tal motivo aquí citaremos solamente el
número serial y la fecha del semanario, indicando el número de página del
material de la transcripción. Sin embargo, es un material de alto valor,
considerando que no se conoce un archivo completo de los ejemplares del Semanario Chaparrastique. Queda
pendiente la tarea de confrontar la transcripción con cada uno de los artículos
citados en su forma original.
[5] El material escrito acerca de la
masonería es ingente. Para el caso de las relaciones entre la Iglesia Católica
Salvadoreña y la masonería, recomiendo los siguientes trabajos: R. A. Valdés Valle, Masones, liberales y ultramontanos salvadoreños: debate político y
constitucional en algunas publicaciones impresas, durante la etapa final del
proceso de secularización del estado salvadoreño (1885-1886), UCA (Tesis
doctoral), San Salvador 2010. R. A.
Chanta Martínez, «Antimasonería y antiliberalismo en el pensamiento de
Oscar Arnulfo Romero 1962-1965», en Revista
de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña, Vol. 3,
n. 1, Mayo 2011-Noviembre 2011, pág. 122-141.
[6] Congregatio
de Causis Sanctorum, Positio Super Martyrio Ansgarii Arnolfi
Romero, Tipografía Nova Res, Roma 2014, 27.
[7] O. A. Romero, «Caridad, no filantropía», en Semanario Chaparrastique, N° 1530 (29 de julio de 1944); citado en:
Arzobispado
de San Salvador, Mons. Oscar A. Romero, su pensamiento en la
prensa escrita, pág. 11-12. En adelante citaremos solamente la página de la
fuente citada.
[8] O. A. Romero, «La Epifanía», en Semanario
Chaparrastique, N° 1552 (6 de enero de 1945), pág. 31.
[9] O. A. Romero, «Si habéis resucitado con Cristo», en Semanario Chaparrastique, N° 1766 (9 de
abril de 1949), pág.
143.
[10] O. A. Romero, «Dios en la Constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1823 (10 de junio de 1950),
pág. 174.
[11] Estos argumentos han sido
ampliamente tratados últimamente por el Papa Francisco, si bien la tesis
procede la llamada Escuela de Fráncfort: Papa
Francisco, Carta Encíclica Laudato
Sì (24 de mayo de 2015), nn. 107, 195, 210 y 219.
[12] O. A. Romero, «Si habéis resucitado con Cristo», en Semanario Chaparrastique, N° 1766 (9 de
abril de 1949), pág. 143-144.
[13] O. A. Romero, «El primer mandamiento y la oración», en Semanario Chaparrastique, N° 2025 (14 de
agosto de 1954), pág. 325-326.
[14] Cfr. A. Romero, «Ley o capricho?», en Semanario Chaparrastique, N° 1836 (9 de
septiembre de 1950), pág. 188.
[15] O. A. Romero, «Efectos civiles para el matrimonio cristiano exige la
democracia salvadoreña», en Semanario
Chaparrastique, N° 1788 (17 de septiembre de 1949),
pág. 147-148.
Véase también: O. A. Romero,
«Matrimonio civil versus matrimonio religioso», en Semanario Chaparrastique, N° 2904 (6 de julio de 1963),
pág. 562-564.
[16] O. A. Romero, «El salmo de hoy», en Semanario Chaparrastique, N° 1818 (6 de mayo de 1950),
pág. 143-162.
[17] Ibídem., pág. 163-164.
[18] O. A. Romero, «Justicia en la constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1819 (13 de mayo de 1950),
pág. 166.
[19] O. A. Romero, «¿Son verdaderamente católicas nuestras escuelas?», en Semanario Chaparrastique, N° 2889 (16 de
marzo de 1963), pág. 548-553.
[20] O. A. Romero, «Veinte mil ciudadanos salvadoreños se dirigen a la
Asamblea, repudian el laicismo de nuestras escuelas y solicitan la enseñanza
religiosa», en Semanario Chaparrastique,
N° 1822 (3 de junio de 1950), pág. 171.
[21] O. A. Romero, «El laicismo empequeñece al maestro», en Semanario Chaparrastique, N° 1825 (24 de
junio de 1950), pág. 179.
[22] O. A. Romero, «El laicismo empequeñece al maestro», en Semanario Chaparrastique, N° 1825 (24 de
junio de 1950), pág. 180.
[23] O. A. Romero, «O enseñanza religiosa en la escuela o un pueblo de
descreidos», en Semanario Chaparrastique,
N° 1828 (15 de julio de 1950), pág. 183. Véase también: O. A. Romero, «La Iglesia engendradora de escuelas», en Semanario Chaparrastique, N° 1949 (10 de
enero de 1953), pág. 267-269.
[24] O. A. Romero, «O enseñanza religiosa en la escuela o un pueblo de
descreidos», en Semanario Chaparrastique,
N° 1828 (15 de julio de 1950), pág. 184.
[25] Sobre este obispo, véase: P. A. Martínez, Luis
Chávez y González, Archbishop of San Salvador (1938-1977): The Changing Face of
the Salvadoran Church, The Catholic University of America (Dissertatio),
Washington 2012.
[26]
Hay que decir que los
salvadoreños, en línea de máxima, somos «patriotas», ya sea que hablemos de
corrientes de derechas o de izquierdas. No siempre somos conscientes de ello,
puesto que casi nadie pone en cuestión qué cosa signifique ser patriota o qué
sentido tenga serlo en un contexto moderno. Este tema es muy sensible hasta la fecha.
[27] O. A. Romero, «Monseñor Luis Chávez», en Semanario Chaparrastique, N° 1525 (24 de junio de 1944),
pág. 5.
[28] Ibídem.
[29] O. A. Romero, «El pueblo salvadoreño rubrica una vez más su
entusiasta catolicismo. Tres estampas de las fiestas agostinas», en Semanario Chaparrastique, N° 1532 (12 de
agosto de 1944), pág. 12.
[30] O. A. Romero, «Catolicismo y patriotismo», en Semanario Chaparrastique, N° 2911 (24 de agosto de 1963),
pág. 574.
[31] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945),
pág. 38-39.
[32] Ibídem., pág. 40.
[33] Ibídem., pág. 40.
[34] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1558 (17 de febrero de 1945),
pág. 42.
[35] O. A. Romero, «Se acerca el día del seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 1820 (20 de
mayo de 1950), pág. 168.
[36] O. A. Romero, «El seminario y el Estado», en Semanario Chaparrastique, N° 1821 (27 de mayo de 1950),
pág. 168-169.
[37] O. A. Romero, «El seminario y el Estado», en Semanario Chaparrastique, N° 1821 (27 de mayo de 1950),
pág. 169.
[38] Ibídem., pág. 170.
[39] O. A. Romero, «¿Qué es patria? Discurso pronunciado por el Pbro. Lic.
Oscar Romero en el Te Deum del 15 de septiembre celebrado en la catedral de San
Miguel», en Semanario Chaparrastique,
N° 1638 (21 de septiembre de 1946), pág. 73.
[40] Ibídem., pág. 74.
[41] O. A. Romero, «Dios en la Constitución », en Semanario Chaparrastique, N° 1823 (10 de junio de 1950),
pág. 172.
[42] O. A. Romero, «¿Qué es patria? Discurso pronunciado por el Pbro. Lic.
Oscar Romero en el Te Deum del 15 de septiembre celebrado en la catedral de San
Miguel», en Semanario Chaparrastique,
N° 1638 (21 de septiembre de 1946), pág. 74-75. Véase también: O. A. Romero, «Fe y Patria», en Semanario
Chaparrastique, N° 2130 (22 de septiembre de 1956),
pág. 365.
[43] O. A. Romero, «¿Qué es patria? Discurso pronunciado por el Pbro. Lic.
Oscar Romero en el Te Deum del 15 de septiembre celebrado en la catedral de San
Miguel», en Semanario Chaparrastique,
N° 1638 (21 de septiembre de 1946), pág. 74.
[44] O. A. Romero, «La dejadez cívica salvadoreña», en Semanario Chaparrastique, N° 2352 (24 de
marzo de 1962), pág. 490.
[45] O. A. Romero, «La dejadez cívica salvadoreña», en Semanario Chaparrastique, N° 2352 (24 de
marzo de 1962),
pág. 490-491. O. A. Romero, «Después de las elecciones», en Semanario Chaparrastique, N° 2839 (14 de
marzo de 1964),
pág. 628.
[46] O. A. Romero, «¿Cuál Patria?», en Semanario
Chaparrastique, N° 2375 (8 de septiembre de 1962),
pág. 519.
[47] O. A. Romero, «Un santo antiguo promotor del hombre moderno», en Semanario Chaparrastique, N° 1562 (17 de
marzo de 1945), pág. 47.
[48] Ibídem., pág. 47.
[49] O. A. Romero, «El Papa y las responsabilidades de la guerra», en Semanario Chaparrastique, N° 1574 (16 de
julio de 1945), pág. 60.
[50] O. A. Romero, «Marxismo y cristianismo», en Semanario Chaparrastique, N° 2021 (17 de julio de 1954),
pág. 312. O. A. Romero, «El comunismo ya rodea a San Miguel», en Semanario Chaparrastique, N° 2358 (12 de
mayo de 1962), pág. 498-499. O. A. Romero, «Enfermedad de muerte», en Semanario Chaparrastique, N° 2886 (23 de febrero de 1963),
pág. 543-545.
[51] O. A. Romero, «Marxismo y cristianismo», en Semanario Chaparrastique, N° 2021 (17 de julio de 1954),
pág. 313-314.
Véase también: O. A. Romero, «Educación
marxista», en Semanario Chaparrastique,
N° 2022 (28 de julio de 1954), pág. 315-318.
[52] O. A. Romero, «La universidad se prostituye», en Semanario Chaparrastique, N° 2363 (16 de junio de 1962),
pág. 503. O. A. Romero, «La peor tiranía que existe en El Salvador», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (23 de
junio de 1962), pág. 504-507. O. A. Romero, «Cerremos filas», en Semanario Chaparrastique, N° 2961 (22 de agosto de 1964),
pág. 658-659. Se
refiere a la Universidad Nacional.
[53] Su nombre completo es Víctor
José Fabio Fernando Castillo Figueroa. Fue rector por dos periodos de la
Universidad de El Salvador, de 1963 a 1966 y de 1990 a 1995. No ha de
confundirse con su homónimo, el actual Fabio Castillo que fue coordinador
general del FMLN. Cfr. R. B. Parada Reina,
Fabio Castillo Figueroa y sus periodos
rectorales: 1963-1966/1990-1995, UES (Tesis de licenciatura), San Salvador
2016.
[54] O. A. Romero, «¿Universidad o agencia de Rusia?», en Semanario Chaparrastique, N° 2958 (1 de
agosto de 1964), pág. 654-655.
[55] O. A. Romero, «Es la hora de la Universidad Católica», en Semanario Chaparrastique, N° 2971 (31 de
octubre de 1964), pág. 678-679. O. A. Romero, «¿Barra u horda?», en Semanario Chaparrastique, N° 2974 (21 de noviembre de 1964),
pág. 680-681.
[56] O. A. Romero, «¿Condenación o diálogo?», en Semanario Chaparrastique, N° 3083 (4 de febrero de 1967),
pág. 740-741.
[57] L. Chávez y González, Trigésima
Séptima Carta Pastoral La
responsabilidad del laico en el ordenamiento de lo temporal (6 de agosto de 1966), pàg. 17.
Para profundizar este argumento véase: J.
V. Chopin, Teología del martirio
cristiano. Implicaciones socio-eclesiales, Fundacultura, San Salvador 2017,
253-291.
[58] O. A. Romero, «La “Populorum Progressio” ni marxista ni capitalista»,
en Semanario Chaparrastique, N° 3093
(22 de abril de 1967), pág. 745.
[59] El que mejor ha presentado estas
cosas es Hugo Rahner, en su obra Symbole der Kirche, Salzburg 1954. Hemos
consultado la edición italiana: H. Rahner,
Simboli della Chiesa. La ecclesiologia
dei Padri, San Paolo, Milano 1995.
[60] En este tema el libro más famoso
es: A. Dulles, Modelos de la Iglesia. Estudio crítico sobre
la Iglesia en todos sus aspectos, Sal Terrae, Santander 1975.
[61] Cfr. Th. Kuhn, La
estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica,
México 2013.
[62] O. A. Romero, «¿Somos católicos?», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961),
pág. 457.
[64] O. A. Romero, «Movilización general de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2386 (21 de
octubre de 1961), pág. 477. O. A. Romero, «1964… Año vocacional», en Semanario Chaparrastique, N° 2930 (4 de enero de 1964),
pág. 611.
[65] O. A. Romero, «El apostolado seglar», en Semanario Chaparrastique, N° 2956 (18 de julio de 1964),
pág. 652-653.
[66] O. A. Romero, «Cruz y triunfo», en Semanario Chaparrastique, N° 2352 (24 de marzo de 1962),
pág. 494.
[67] O. A. Romero, «Vida de fe y realidades terrenas», en Semanario Chaparrastique, N° 2950 (6 de
junio de 1964), pág. 644-645. O. A. Romero, «“Ecclesiam Suam”», en Semanario Chaparrastique, N° 2960 (15 de agosto de 1964),
pág. 657-658.
[68] O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2354 (7 de abril de 1962),
pág. 449.
[69] O. A. Romero, «Lo único que falta !!!», en Semanario Chaparrastique, N° 2362 (9 de junio de 1962),
pág. 502-503.
[70] O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961),
pág. 449.
[71] Ibídem., pág. 449.
[72] O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961),
pág. 449-450.
[73] O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961),
pág. 450.
[74] Ibídem., pág. 449.
[75] Ibídem., pág. 451.
[76] O. A. Romero, «La “Rerum Novarum” perenne y urgente», en Semanario Chaparrastique, N° 2365 (27 de
mayo de 1961), pág. 453. Mantiene esa misma
postura todavía en 1966, como se puede ver: O. A. Romero, «Una Carta Providencial», en Semanario Chaparrastique, N° 3062 (27 de agosto de 1966),
pág. 724. O. A. Romero, Editorial, en
Semanario Chaparrastique, N° 3068 (8
de octubre de 1966), pág. 728-730.
[78] O. A. Romero, «Lo que podemos hacer por el seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 2063 (28 de
mayo de 1955), pág. 347.
[79] O. A. Romero, «Apuntes del P. Romero en el 50 aniversario Jesuítico»,
en Semanario Chaparrastique, N° 2966
(26 de septiembre de 1964), pág. 673.
[80] O. A. Romero, «Pentecostés día del Seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 1520 (20 de
mayo de 1944), pág. 1.
[82] O. A. Romero, «Pentecostés día del Seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 1520 (20 de
mayo de 1944), pág. 2. Véase también: O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945),
pág. 40.
[83] O. A. Romero, «Lo que podemos hacer por el seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 2063 (28 de
mayo de 1955), pág. 345.
[84] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945),
pág. 39.
[85] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1558 (17 de febrero de 1945),
pág. 42.
[86] O. A. Romero, «Pentecostés y seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 1671 (24 de mayo de 1947),
pág. 93. O. A. Romero, «Movilización general de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2386 (21 de
octubre de 1961), pág. 477-478.
[87] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1558 (17 de febrero de 1945),
pág. 42.
[88] Ibídem., pág. 42.
[89] Ibídem., pág. 43.
[90] O. A. Romero, «Misiones y clero nacional», en Semanario Chaparrastique, N° 1842 (21 de octubre de 1950),
pág. 197.
[91] O. A. Romero, «La Epifanía», en Semanario
Chaparrastique, N° 1552 (6 de enero de 1945), pág. 31.
[92] Ibídem., pág. 32.
[93] Pío
XII, Encíclica Evangelii
Praecones (2 de junio de 1951), n. 23. Cfr. O.
A. Romero, «Misiones, cultura de pueblos», en Semanario Chaparrastique, N° 1987 (17 de octubre de 1953),
pág. 277.
[94] O. A. Romero, «Monseñor Luis Chávez», en Semanario Chaparrastique, N° 1525 (24 de junio de 1944),
pág. 5-6.
[95] Cfr. O. A. Romero, «Iglesia y Patria», en Semanario Chaparrastique, N° 3064 (10 de septiembre de 1966),
pág. 725-726.
[96] O. A. Romero, «Monseñor Luis Chávez», en Semanario Chaparrastique, N° 1525 (24 de junio de 1944),
pág. 6. La
frase original se la encuentra en un documento firmado por los obispos de San
Salvador, Santa Ana y San Miguel: L.
Chávez y González – S. R. Villanova y Meléndez – M. A. Machado y Escobar,
Instrucción Pastoral Colectiva de los excelentísimos prelados de la provincia
eclesiástica de El Salvador. Acerca del
neo-paganismo racial y totalitario y el sistema comunista (1 de julio de
1944), pág. 3.
[97] O. A. Romero, «Monseñor Luis Chávez», en Semanario Chaparrastique, N° 1525 (24 de junio de 1944),
pág. 6.
[98] O. A. Romero, «Fe y Patria», en Semanario
Chaparrastique, N° 2130 (22 de septiembre de 1956),
pág. 365.
[99] Ibídem.
[100] O. A. Romero, «Dios en la Constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1823 (10 de junio de 1950),
pág. 172.
[101] O. A. Romero, «A propósito de un revoltijo protestante. Libertad de
cultos», en Semanario Chaparrastique,
N° 1824 (17 de junio de 1950), pág. 176.
[102] Cfr. O. A. Romero, «Moral católica y moral laica», en Semanario Chaparrastique, N° 1979 (22 de agosto de 1953),
pág. 270-273. O. A. Romero, «Moral laica y moral católica. Las tres fuentes de la
moralidad», en Semanario Chaparrastique,
N° 1989 (31 de octubre de 1953), pág. 280-283. O. A. Romero, «Moral laica y moral católica», en Semanario Chaparrastique, N° 2005 (20 de febrero de 1954),
pág. 291-294. O. A. Romero, «Moral laica y moral católica», en Semanario Chaparrastique, N° 2006 (27 de febrero de 1954),
pág. 294-297. O. A. Romero, «Moral laica y moral católica. El pecado», en Semanario Chaparrastique, N° 2009 (27 de
marzo de 1954), pág. 297-300.
[103] O. A. Romero, «Dios en la Constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1823 (10 de junio de 1950),
pág. 172.
[104] A. Romero, «Ley o capricho?», en Semanario Chaparrastique, N° 1836 (9 de septiembre de 1950),
pág. 189.
[105] O. A. Romero, «La colaboración de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 1838 (23 de
septiembre de 1950), pág. 192.
[106] Ibídem., pág. 190.
[107] Es probable que en el original
diga: «incontables».
[108] O. A. Romero, «La colaboración de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 1838 (23 de
septiembre de 1950), pág. 191.
[109] O. A. Romero, «La Iglesia un servicio de
liberación personal, comunitaria, trascendente», Homilía del 23 de marzo de
1980, en Id., Su pensamiento, Vol. VIII, Imprenta Criterio, San Salvador 2000, 384.
[110] O. A. Romero, «Nueva señal de victoria», en Semanario Chaparrastique, N° 2366 (3 de junio de 1961),
pág. 454.
[111] O. A. Romero, «La verdad os hará libres», en Semanario Chaparrastique, N° 2367 (10 de junio de 1961),
pág. 456.
[112] O. A. Romero, «Sacerdote, a tu sacristía…?», en Semanario Chaparrastique, N° 1832 (12 de agosto de 1950),
pág. 185.
[114] O. A. Romero, «Sacerdote, a tu sacristía…?», en Semanario Chaparrastique, N° 1832 (12 de agosto de 1950),
pág. 187.
[115] Cfr. O. A. Romero, «Misión de la Iglesia», Homilía
del 8 de mayo de 1977, en Id., Su pensamiento, Vol. I-II, Imprenta
Criterio, San Salvador 2000, 28.
[116] cfr. O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945),
pág. 42. O. A. Romero, «¿El que está con el Papa está con Cristo?», en Semanario Chaparrastique, N° 2883 (26 de
enero de 1963), pág. 541. O. A. Romero, «La fiesta de la transfiguración, regalo de la
providencia a nuestra patria», en Semanario
Chaparrastique, N° 2911 (24 de agosto de 1963), pág. 579.
[117] O. A. Romero, «Por la cruz a la Luz», en Semanario Chaparrastique, N° 3042 (2 de abril de 1966),
pág. 700.
[118] Cfr. O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961),
pág. 450.
[119] O. A. Romero, «A pesar de las decepciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1719 (6 de mayo de 1948),
pág. 104-105.
[120] cfr. O. A. Romero, «Justicia en la constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1819 (13 de mayo de 1950),
pág. 166. O. A. Romero, «Ley o capricho?», en Semanario Chaparrastique, N° 1836 (9 de septiembre de 1950),
pág. 188.
[121] O. A. Romero, «Mater et Magistra», en Semanario Chaparrastique, N° 2373 (22 de julio de 1961),
pág. 459-460.
[122] O. A. Romero, «¿Es que se nos cambia la religión?», en Semanario Chaparrastique, N° 2380 (5 de
enero de 1963), pág. 533. O. A. Romero, «¿Creemos en la Iglesia Católica?», en Semanario Chaparrastique, N° 2885 (16 de
febero de 1963), pág. 539-541.
[123] O. A. Romero, «San Miguel moviliza sus fuerzas espirituales», en Semanario Chaparrastique, N° 2891 (30 de
marzo de 1963), pág. 554.
[124] O. A. Romero, «El cónclave», en Semanario
Chaparrastique, N° 2901 (15 de junio de 1963), pág. 562.
[125] O. A. Romero, «El Espíritu Santo y María», en Semanario Chaparrastique, N° 2948 (23 de mayo de 1964),
pág. 642. O. A. Romero, «Construyamos la Diócesis», en Semanario Chaparrastique, N° 3035 (12 de febrero de 1966),
pág. 695.
[126] O. A. Romero, «Misiones y libertad religiosa», en Semanario Chaparrastique, N° 3019 (17 de
octubre de 1965), pág. 735. O. A. Romero, «Seminario y bien social», en Semanario Chaparrastique, N° 3047 (14 de mayo de 1966),
pág. 703. O. A. Romero, «El 8 de diciembre se clausura el Jubileo
Posconciliar», en Semanario
Chaparrastique, N° 3076 (3 de diciembre de 1966), pág. 732-733.
[127] O. A. Romero, «¿Es que se nos cambia la religión?», en Semanario Chaparrastique, N° 2380 (5 de
enero de 1963), pág. 533.
[128] O. A. Romero, «La Iglesia está en Concilio», en Semanario Chaparrastique, N° 2965 (19 de septiembre de 1964),
pág. 661-663. O. A. Romero, «La verdadera presencia de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2996 (15 de
mayo de 1965), pág. 710-711.
[129] O. A. Romero, «Los dos clericalismos son perniciosos. Solo hay una
solución: autenticidad en el sacerdote y en el laico», en Semanario Chaparrastique, N° 3101 (17 de junio de 1967),
pág. 752.
[130] O. A. Romero, «Modernizarse no es profanarse», en Semanario Chaparrastique, N° 2972 (7 de
noviembre de 1964), pág. 679.
[131] O. A. Romero, «“Aggiornamento”», en Semanario Chaparrastique, N° 2981 (16 de enero de 1965),
pág. 691-692.
[132] O. A. Romero, «Es la hora del “Aggiornamento”», en Semanario Chaparrastique, N° 3027 (11 de
diciembre de 1965), pág. 737-738.
[133] O. A. Romero, «Nuevo estilo episcopal», en Semanario Chaparrastique, N° 3033 (29 de enero de 1966),
pág. 692-693.
[134] Fue secretario de la Conferencia
Episcopal de El Salvador de 1967 a 1974. Fue secretario del SEDAC, el
secretariado del episcopado centroamericano, desde mayo 1968.
[135] O. A. Romero, «El fulgor de las encíclicas en la transmisión del
poder», en Semanario Chaparrastique,
N° 3104 (8 de julio de 1967), pág. 755.
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