Una adecuada
compresión de lo que normalmente denominamos caridad pastoral, supone por lo menos la comprensión de los
siguientes elementos:
1. El sentido que
adquiere la caridad en Jesucristo, el Buen Pastor.
2. La prolongación
histórico-sacramental de la caridad del Buen Pastor en sus discípulos.
3. La caridad
pastoral en algunos documentos de la Iglesia.
1. El sentido que adquiere la
caridad en Jesucristo, el Buen Pastor
Si hacemos una
primera aproximación al concepto de caridad
pastoral, notamos que los elementos que entran en correlación son dos:
caridad y pastoral. En este caso, el concepto central es la caridad, en cambio
el concepto pastoral estaría diciéndonos aquello a lo cual se está aplicando el
correlato principal –la caridad.
La caridad
pastoral es la prolongación histórico-sacramental del actuar del Buen Pastor en
la vida de los discípulos que participan del ministerio pastoral. En un sentido
lato se podría incluir en esta definición a aquellos discípulos que, sin ser
sacerdotes ministeriales, están llamados a orientar a grupos de personas a
partir de su testimonio de vida cristiana: profesores, padres de familia,
delegados de la Palabra, etc. Sin embargo, nuestro argumento se limita a la
función pastoral en el sacerdocio ministerial.
Caracterización de la caridad
cristiana
El sentido
cristiano de la caridad no se entiende en primer término como acción social en
favor de alguien. Aunque esto sea verdad y esté directamente conectado con el
misterio pascual, en realidad, la caridad no se reduce a acto caritativo, más
bien hay que entenderlo como principio constitutivo de la forma cristiana de
actuar. ¿Cómo explicar esto?
Si nos atenemos a
la teología joánica, en ella lo que se afirma es que «Dios es amor». En sentido
estricto, lo que ese texto dice es que practicar la caridad es una forma de
participar en el proceso de la entrada de Dios en la historia, en el sentido de que «el
que no ama no ha conocido a Dios» (1Jn
4,8).
Justamente, una de
las características básicas de la caridad es que se trata de una iniciativa de
Dios: «en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados» (1Jn 4,10). Esta
iniciativa de Dios determina la forma en que nosotros nos ejercitaremos en el
amor, también nosotros tomando la iniciativa, de modo que «si Dios nos amó de
esta manera, también nosotros debemos amarnos mutuamente» —de esa manera (1Jn 4,11).
Es así que el
amor, en cuanto esencia de la fe cristiana, no sólo informa acerca de algo encomiable que sucedió hace tantos años; no
sólo forma los intelectos en función
de una praxis histórica, sino que sobre todo es performativo, en cuanto, puede transformar nuestra vida hasta
hacernos sentir redimidos por la esperanza que el encuentro con Jesucristo
expresa (cfr. Spe Salvi, nn. 2 y 4).
Sentido de la caridad en el Buen
Pastor
La determinación
de algunas características básicas que encontramos en las narraciones
evangélicas acercade la caridad en función pastoral nos ayudan a completar el
sentido de la caridad pastoral.
a)
Carida pastoral
responsable. La frase que viene de inmediato a nuestra mente al hablar de la
correlación entre caridad y función pastoral es la que dice que «el Buen Pastor
da su vida por la ovejas». La frase está contenida en el largo discurso de Juan 10, 1-42. En ella lo que queda
claro es que la caridad del Buen Pastor no consiste en dar algo a alguien, sino
en darse uno mismo, es la actitud que establece la frontera entre el
asistencialismo y el principio misericordia. El asistencialismo, por muy bueno
que parezca, no busca transformar en modo radical la sistuaciones de
sufrimiento y de muerte que aquejan el entorno vital, en cambio la entrega de
sí provoca una crisis en el estado de las cosas, en cuanto, por una parte pone
de manifiesto el comportamiento demagógico y encubridor de quien promueve el
asistencialismo, y por otra parte, manifiesta el rostro más creíble del
discipulado cristiano. La muerte de Jesús pone en crisis el estado amañado de
las autoridades de la religión judía y genera el movimiento cristiano orientado
a atender a los marginados de la sociedad: «Dios amó tanto al mundo, que
entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que
tenga Vida eterna» (Juan 3,16). Si
esto mismo se dice en modo negativo, entonces adquiere la forma siguiente: «el
ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que
las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10,10). El pastor asalariado «no se preocupa por la ovejas» (Juan 10,13), de hecho huye cuando ve
venir al lobo, que las dispersa (Juan
10, 12). La donación total del pastor está sustentada en un acto de ética de la
responsabilidad: conoce a las ovejas, identifica a las más débiles y les ayuda;
a su vez, afronta con realismo histórico las consecuencias de ponerse de la
parte del que más sufre, no evade sus responsabilidades.
b)
Caridad pastoral
integral y sistemática. El ejercicio de la caridad es
vinculante para alcanzar la vida eterna, su puesta en práctica es condición
para salvarse. Ese es el planteamiento que está de fondo ante la pregunta: «Maestro,
¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?» (Lucas 10,25). La respuesta del doctor de la ley ante la
contrapregunta de Jesús «¿qué está escrito en la Ley?», evidencia la
integración de las disciplinas canónicas y los cánones religiosos en una
perspectiva de sistematicidad integradora: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a
tu prójimo como a ti mismo» (Lucas
10, 27). La respuesta es integral en sus componentes e implica que la
afirmación de fe en un Dios trascendente supone el ejercicio de la caridad en
la historia. Así se entiende que la narración que sigue a esta parte del
evangelio de Lucas presente, una vez superado el prejuicio de la religión, el
que se proceda a atender primero la emergencia de quien ha sido víctima de la
violencia —«entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y
vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó
de cuidarlo» (Lucas 10,34)—. Pero,
como ya dijimos que la caridad no es asistencialismo, ni se puede reducir a
primeros auxilios, entonces se requiere un proceso sistemático de
acompañamiento del que sufre —«Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio
al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo
pagaré al volver’ » (Lucas 10,35).
c)
La caridad
pastoral en función de servicio. La caridad, aunque
tradicionalmente se le sitúa al interno de la tradición cristiana, en realidad
ella no está determinada por ideologías, religiones, formas políticas de
pensamiento o sistemas económicos. Justamente su manipulación por alguno de
esos factores puede empañar su sentido originario. La narración joánica del
Buen Pastor dice claramente: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este
corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un
solo Rebaño y un solo Pastor» (Juan
10,16). Es el sentido de la discusión que sostiene con la mujer sirofenicia,
que al inicio Jesús le niega el favor de liberar a su hija de un demonio por
ser pagana, pero vista la fe de la mujer, le concede el favor (cfr. Marcos 7, 25-30). La narración no es
casual, pues está situada en el contexto de una fuerte discusión de Jesús con
fariseos y escribas que le reprochan el que sus discípulos no sigan las
prescripciones rituales. A ellos Jesús les dice: «¡Hipócritas! Bien profetizó
de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra
con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Marcos 7,6); les recrimina su rigorismo religioso que decanta en
narcisismo totalmente situado en la inmanencia histórica: «en vano me rinde
culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos» (Marcos 7,7). Se identifica, por tanto,
la razón del abandono del ejercicio de la caridad: «Ustedes dejan de lado el
mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres» (Marcos 7,8).
2. La prolongación
histórico-sacramental de la caridad del Buen Pastor en sus discípulos
El paso del
principio constitutivo de la caridad del Buen Pastor a la incorporación de los
discípulos en ella adquiere una forma sacramental. El texto bíblico que mejor
integra esa prolongación sacramental es el pasaje del Evangelio de Juan, que se
lee el Jueves Santo: Juan 13,1-17.
En este texto
confluyen varios factores que interesan al tema que estamos tratando:
a)
El principio constitutivo de la caridad: «sabiendo Jesús que había
llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los
suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13,1.3).
b)
El contexto pascual: «Antes de la fiesta de Pascua» (13,1). Esto
determina la relación entre caridad pastoral y eucaristía.
c)
El servicio como criterio de pertenencia a los discípulos de Jesús: «empezó
a lavar los pies a los discípulos» (13,5). La misma negativa de Pedro a dejarse
labar los pies y la recriminación que le hace Jesús refuerzan esta tesis: «Si
yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte» (13,8). Es decir, no podría
llamarse discípulo de Jesús.
d)
Ejercicio de la caridad como envío: «Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les
he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros»
(13,14). Hay un mandato explícito de
Jesús de poner por obra el ejemplo de Jesús: «Ustedes serán felices si, sabiendo
estas cosas, las practican» (13,17). Hay una íntima relación entre ejercicio de
la caridad y misión.
Solamente cuando
hemos asumido responsablemente este conjunto de características que supone el
ejercio de la caridad pastoral es que logramos comprender el que las
comunidades emergentes en el cristianismo primitivo puedieran decir: «el amor
de Cristo nos apremia» (2Co 5,14) y
que todo el entramado del movimiento cristiano y su tradición estén sustentados
sobre la base de tres virtures: la fe, la esperanza y la caridad; dejando claro
que la mayor de todas ellas es la caridad
(1Co 13,13, cfr. 13,1-4). Como
dice San Agustín: «La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el
fin; para conseguirmo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él
reposamos» (cfr. Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 1829).
3. La caridad pastoral en algunos documentos
de la Iglesia
3.1. En el Decreto
Presbyterorum Ordinis del Concilio
Vaticano II
Se habla de la íntima relación que
existe entre el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio de los presbíteros como
fundamento de toda caridad pastoral:
Los sacerdotes están obligados especialmente a adquirir
aquella perfección, puesto que, consagrados de una forma nueva a Dios en la
recepción del Orden, se constituyen en instrumentos
vivos del Sacerdote Eterno para
poder proseguir, a través del tiempo, su obra admirable, que reintegró, con
divina eficacia, todo el género humano. Puesto que todo sacerdote representa a
su modo la persona del mismo Cristo, tiene también, al mismo tiempo que sirve a
la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, la gracia singular de poder
conseguir más aptamente la perfección de Aquel cuya función representa, y la de
que sane la debilidad de la carne humana la santidad del que por nosotros fue
hecho Pontífice "santo, inocente, inmaculado, apartado de los
pecadores" (Hb., 7, 26). (n. 12).
Para poder asumir tan alta
responsabilidad, en el modo que lo plantea este documento, se requiere la
concurrencia de un acto de fe, de donde se sigue que el ejercicio de la caridad
pastoral presupone una fe firme. Esta búsqueda de la santidad la ejercen en unión con el obispo y con los presbíteros
(n. 12).
En el n. 13 aparece claramente
expresado el principio constitutivo de donde dimana el sentido de la caridad
pastoral: Así, uniéndose con Cristo,
participan de la caridad de Dios, cuyo misterio, oculto desde los siglos, ha
sido revelado en Cristo. En este mismo número se plantea la correlación
entre Eucaristía y ministerio pastoral: Así,
mientras los presbíteros se unen con la acción de Cristo Sacerdote, se ofrecen
todos los días enteramente a Dios, y mientras se nutren del Cuerpo de Cristo,
participan cordialmente de la caridad de Quien se da a los fieles como pan
eucarístico.
Para quienes, como nosotros, conocemos
o hemos vivido de cerca el martirio de sacerdotes y obispos, el numeral 13 hace
una afirmación de mucha importancia al respecto, que nos enmarca en la relación
entre caridad pastoral y martirio: Rigiendo
y apacentando el Pueblo de Dios, se ven impulsados por la caridad del Buen
Pastor a entregar su vida por sus ovejas, preparados también para el sacrificio
supremo, siguiendo el ejemplo de los sacerdotes que incluso en nuestros días no
han rehusado entregar su vida.
El n. 14 del documento en cuestión
sitúa el tema de la caridad pastoral entre la función sacramental de la Iglesia
al servicio del Señor y la misión que constituye su esencia. Esto es coherente
con el sentido originario de la caridad, que no puede ser separado con el
sentido de la misión, sobre todo si se asume que la Iglesia es la prolongación
histórico-sacramental de la misión originaria del Hijo. De modo que la caridad
pastoral es unión a la caridad de Cristo y despliegue de la misma por medio de
la sacramentalidad de la Iglesia: Cristo,
para cumplir indefectiblemente la misma voluntad del Padre en el mundo por
medio de la Iglesia, obra por sus ministros y por ello continúa siendo siempre
principio y fuente de la unidad de su vida. En el marco eclesial se
concreta aun más la caridad pastoral vinculada al Buen Pastor en la forma
eucarística:
De esta forma, desempeñando el papel del Buen Pastor, en
el mismo ejercicio de la caridad pastoral encontrarán el vínculo de la
perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad
pastoral fluye sobre todo del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta
por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que lo
que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del
sacerdote.
Este vínculo entre caridad pastoral y
eucaristía supone una correcta comprensión del misterio eucarístico, que no
puede reducirse a la adoración pública de las especies eucarísticas, habida
cuenta que tal ejercicio —el culto público a la hostia consagrada— no forma
parte de los datos originarios del misterio eucarístico, sino que se trata de
una piadosa tradición construida entre los siglos IX y XII. Una auténtica
comprensión del misterio eucarístico debe comprender —por lo menos— los
siguientes elementos: el modo como se entiende en los textos bíblicos
(evangelios y comunidades del cristianismo primitivo); el sentido memorial, del
sacrificio de Cristo y su rol configurador de la comunidad; la correlación que
implica entre martirio, comunión y misión; incluso lo que dice el Derecho
Canónico acerca de la prudencie de no exagerar el culto público par no deformar
el conjunto de su comprensión; el que las personas no hagan de la Eucaristía
sólo un elemento de la devoción, sino que incorporen su sentido teológico en su
propia vida.
El concepto de unidad que maneja el
documento está determinado por la relación entre el misterio trinitario y la
Iglesia en Cristo; a su vez, al interno de la Iglesia por la relación con el
obispo y con sus compañeros sacerdotes. Y todo ello estaría posibilitando el
ejercicio de la misión:
Porque no puede separarse la fidelidad para con Cristo de
la fidelidad para con la Iglesia. La caridad pastoral pide que los presbíteros,
para no correr en vano, trabajen siempre en vínculo de unión con los obispos y
con otros hermanos en el sacerdocio. Obrando así hallarán los presbíteros la
unidad de la propia vida en la misma unidad de la misión de la Iglesia, y de
esta suerte se unirán con su Señor, y por El con el Padre, en el Espíritu
Santo, a fin de llenarse de consuelo y de rebosar de gozo.
El n. 15 lo que hace es restringir el
sentido de la unidad y de la caridad pastoral a partir de un criterio
jerárquico. Según esto, la caridad pastoral se enmarca en la comunión jerárquica de todo el cuerpo. En seguida se
recomienda gastarse y agotarse de buena
gana en cualquier servicio que se les haya confiado, por humilde y pobre que sea. Pero, de inmediato hay que dejar claro
—sobre todo a los señores obispos— que la obediencia a ellos, que se presupone
en estas afirmaciones, ha de conjugarse con lo que dice el Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 786, a propósito de la función regia al interno de la
Iglesia:
Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de
todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en
rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir es
reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y en los que
sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y
sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia"
viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.
El n. 16 trata de la relación entre
caridad pastoral y celibato. Afirma claramente que la condición célibe no es exigida ciertamente por la naturaleza
misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva, sin
embargo la recomienda sobre todo para los sacerdotes de la Iglesia occidental y
afirma la disciplina canónica del celibato impuesto: el celibato, que al principio se recomendaba a los sacerdotes, fue
impuesto por ley después en la Iglesia Latina a todos los que eran promovidos
al Orden sagrado. Este Santo Concilio aprueba y confirma esta legislación.
El n. 17 trata de la relación entre
caridad pastoral y ejercicio de la pobreza evangélica. Se desaconseja el
comercio de bienes, a no ser aquellos negocios que beneficien el ejercicio de
la misión de la Iglesia y el adecuado sostenimiento del clero. El último
parágrafo de este número resume bastante bien el sentido de esta correlación:
Guiados, pues, por el Espíritu del Señor, que ungió al
Salvador y lo envió a evangelizar a los pobres, los presbíteros, y lo mismo los obispos, mucho más que los restantes
discípulos de Cristo, eviten todo cuanto pueda alejar de alguna forma a los
pobres, desterrando de sus cosas toda clase de vanidad. Dispongan su morada de
forma que a nadie esté cerrada, y que nadie, incluso el más pobre, recele
frecuentarla.
3.2. Exhortación Apostólica Postsinodal
Pastores Dabo Vobis
El documento reafirma la identificación del
ministerio de los presbíteros con el de Cristo Cabeza y Buen Pastor; la
importancia de entender el ministerio sacerdotal como servicio (n. 21). Vale la
pena referir la cita de San Agustín reclamada por el documento en este numeral:
El que es cabeza del pueblo debe, antes
que nada, darse cuenta de que es servidor de muchos. Y no se desdeñe de serlo,
repito, no se desdeñe de ser el servidor de muchos, porque el Señor de los
señores no se desdeñó de hacerse nuestro siervo.
El n. 22 presenta a Jesús como ejemplo de Buen
Pastor y el que mejor ha vivido la caridad pastoral: su vida es una manifestación ininterrumpida, es más, una realización
diaria de su «caridad pastoral». Al mismo tiempo se invita a los sacerdotes
a vivir en modo esponsal su ministerio.
El n. 23 ofrece una definición de caridad
pastoral:
Es el principio interior, la virtud que anima y
guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza
y Pastor…, participación
de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y,
al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y
responsable del presbítero.
El contenido esencial de la caridad pastoral es
la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de
Cristo y a su imagen. «La caridad pastoral es aquella virtud con la que
nosotros imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio. No es
sólo aquello que hacemos, sino la donación
de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su grey. La
caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de
comportarnos con la gente. Y resulta particularmente exigente para
nosotros...».
La caridad pastoral es donación del propio
sacerdote a la Iglesia. Se insiste en la comunión jerárquica. Se recuerda el
vínculo que mantiene con la Eucaristía.
En un modo claro, el n. 24 vincula vida
espiritual, caridad pastoral y misión; de modo que la consagración es para
la misión…bajo el signo del Espíritu, bajo su influjo santificador.
3.3. Documento de Aparecida (CELAM)
El documento de Aparecida integra la
doctrina fundamental de la Iglesia. De resaltar el evidente sentido misionero
que se le adjudica a la identidad del presbítero y el sentido misericordioso y
samaritano de su sacerdocio.
El n. 191 se refiere formación permanente, que esté centrada en la escucha
de la Palabra de Dios y en la celebración diaria de la Eucaristía, abierta
también a aquellos que han sido enviados a otras Iglesias motivados por un
auténtico sentido misionero.
En cambio, el n. 192 resulta
interesante porque plantea una serie de desafíos a la vida y ministerio de los
sacerdotes. Plantea tres: la cuestión de la identidad teológica del ministerio
presbiteral, su inserción en la cultura actual y situaciones que inciden en su
existencia.
·
N. 193. La
identidad teológica del ministerio presbiteral: El sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse solamente un
mero delegado o sólo un representante de la comunidad, sino un don para ella
por la unción del Espíritu y por su especial unión con Cristo cabeza.
·
N. 194. Inserto
en la cultura actual: El presbítero
está llamado a conocerla para sembrar en ella la semilla del Evangelio, es
decir, para que el mensaje de Jesús llegue a ser una interpelación válida,
comprensible, esperanzadora y relevante para la vida del hombre y de la mujer
de hoy, especialmente para los jóvenes
·
N. 195. Celibato y vida espiritual intensa fundada
en la caridad pastoral: cultivo de
relaciones fraternas con el Obispo, con los demás presbíteros de la diócesis y
con laicos… El ministerio sacerdotal que brota del Orden Sagrado tiene una
“radical forma comunitaria” y sólo puede ser desarrollado como una “tarea
colectiva”.
Por lo que respecta el n. 197, plantea
desafíos de carácter estructural:
·
parroquias demasiado grandes;
·
parroquias muy pobres;
·
parroquias situadas en sectores de extrema violencia e
inseguridad;
·
mala distribución de presbíteros en las Iglesias del
Continente.
Un elemento que puede ayudar mucho a
configurar la identidad sacerdotal es el que presenta el n.198, que describe al
sacerdote como hombre de la misericordia
y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los
que sufren grandes necesidades. Ello supone un modelo de Iglesia también
samaritana y misericordiosa.
Aquello que es específico de este
documento es presentar al sacerdote como discípulo, misioneros y servidores (n.
199):
·
discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados
con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se
nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración;
·
misioneros: movidos por la caridad pastoral: que los lleve a cuidar
del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados predicando la
Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros,
diáconos, religiosos, religiosas y laicos;
·
servidores
de la vida: que estén atentos
a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los
derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad;
·
llenos de
misericordia: disponibles para
administrar el sacramento de la reconciliación.
Para que sea viable la propuesta hecha
por el documento, se requiere, como dice el n. 200, de una pastoral presbiteral que privilegie la espiritualidad específica y
la formación permanente e integral de los sacerdotes. Al respecto, es muy
interesante lo que dice también acerca de los presbíteros que abandonaron el ministerio; sugiere que cada Iglesia particular procure establecer
con ellos relaciones de fraternidad y de mutua colaboración conforme a las
normas prescritas por la Iglesia.
4.
Conclusión
4.1. La
caridad pastoral es, en primer lugar, principio constitutivo de la forma del actuar cristiano. Su fuente es el amor de Dios que se ha revelado
en Cristo bajo la forma del Buen Pastor, Samaritano y amigo de los pobres.
4.2. La
caridad pastoral, por tanto, no consiste simplemente en acción social. La
acción social es consecuencia de la incorporación que una persona, desde el punto
de vista de la fe, hace del amor de Dios en su vida. Por tanto es el amor de
Dios lo que da forma a la praxis cristiana, y no la praxis cristiana la que da
forma al amor de Dios.
4.3. La
caridad pastoral tiene cuatro elementos correlativos, sin los cuales no se
puede hablar de ella: Caridad, Eucaristía, Misión, Testimonio.
4.4. Si la dinámica
de incorporación del amor de Dios en la vida del discípulo es la clave de la caridad
pastoral, entonces en dicho proceso de incorporación se sigue una ley de gradualidad:
la intensidad con que se vive la caridad de Cristo es directamente proporcional
al proceso de credibilidad. Es más creíble quien más ama.
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