Por: Carlos Enrique Barrera Gómez[1].
INTRODUCCIÓN
Hablar de vocación y misión es hablar de algo que
está en lo más profundo de la naturaleza misma de la persona creyente y de la
Iglesia. No se puede soslayar la importancia que tienen estas realidades sin
correr el riesgo de caer en un detrimento de la persona creyente así como de la
comunidad en donde nace y crece su fe, es decir, la Iglesia. Hablar de vocación
y misión es hablar del sentido de la condición de hijos e hijas de Dios, del
porqué somos lo que somos y estamos donde estamos.
Nuestro artículo trata sobre la íntima relación
entre vocación y misión. Hemos querido tocar este punto por motivaciones de tipo pastoral y de
clarificación de conceptos, así como por el hecho de hacer notar que ambas
realidades se reclaman y están presentes en la naturaleza misma de la Iglesia. Y
que por lo mismo, no conviene obviar su conocimiento y profundización.
El presente trabajo consta de tres momentos, en el
primero tratamos de dejar constancia de la existencia de la vocación, la misión
y de su íntima relación en los textos de
la Sagrada Escritura. Es la que fundamenta los dos momentos siguientes. En esta
parte se ha desarrollado la vocación, la misión y la relación existente entre
ambas, desde la perspectiva comunitaria, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. No hemos tratado aquí la cuestión desde su dimensión personal.
Consideramos que si bien tanto la
vocación y misión se dan de modo concreto en la historia personalmente, éstas
sin embargo, no se pudieran dar si no tuvieran primero la dimensión
comunitaria, pues es en la comunidad que Dios llama y encomienda una misión. Por
ello hemos optado por tratar este punto, sabiendo que haría falta el aspecto
personal, que aquí lo damos por supuesto. En este sentido, estudiamos la
vocación y la misión tanto en el pueblo de Israel, como en la Iglesia, el nuevo
pueblo de Dios.
En un segundo momento pasamos a tratar algunos
elementos doctrinales que encontramos en ciertos documentos del magisterio de
la Iglesia, tanto universal como latinoamericano. Conviene aclarar que en esta
parte no hacemos un análisis pormenorizado de lo que dicen los documentos, sino
que hacemos una presentación de enseñanzas básicas que nos puedan ayudar a
plantear la idea que se desarrolla en el tercer momento de nuestro escrito. Así
como también presentar un elenco de enseñanzas magisteriales que corroboran y
actualizan las ideas profundas que encontramos sobre la vocación y misión en la
Sagrada Escritura.
En un tercer momento remarcamos la idea de la íntima
relación entre vocación y misión y proponemos que no se haga una segmentación
más que en el plano académico, pues en la realidad son elementos de la
naturaleza de la Iglesia y del creyente que no pueden formar dicotomía, por eso
incluso nos atrevemos a utilizar un vocablo heredado del pensamiento
contemporáneo, que no pretende decir nada nuevo al respecto, pero sí hacer
énfasis desde el plano metafísico-antropológico respecto a la relación entre
vocación y misión.
I. VOCACIÓN Y
MISIÓN EN EL ANTIGUO
Y EN
EL NUEVO PUEBLO DE DIOS
1.
Israel, el
pueblo de la llamada y de la misión[2]
1.1 Israel, pueblo elegido
Comenzamos
diciendo que si hay una realidad con la cual Israel se identifica es con su condición
de pueblo elegido (Cfr. Ex 34, 9; 19,5; Nm 23,1-8; Dt 7,7); alguien se ha atrevido
a decir que la conciencia de Israel como pueblo elegido es tan antigua como la
conciencia de pueblo[3]. Otros
opinan que la elección de Israel en cuanto comunidad es la que más se menciona
en los escritos sagrados[4]. Esto
sólo nos da una idea de la importancia teológica de la doctrina sobre la
elección del pueblo de Dios, llamado también con frecuencia pueblo elegido.
El término que
en el Antiguo Testamento encontramos para referirse a la elección es bakhir (escogido, elegido)[5]. Este
término no sólo se aplica a la comunidad sino también al individuo, aquí nos
centramos en el primer caso. Con el término bakhir
se remarca que Israel tiene un destino diferente de los otros pueblos, pero esa
circunstancia no indica que se deba a su mérito sino que es fruto del amor gratuito
de Dios, como muy bien queda plasmado en el siguiente texto del Deuteronomio:
«Eres
un pueblo consagrado a Yavé, tu Dios. Yavé te ha elegido de entre todos los
pueblos que hay sobre la faz de la tierra, para que seas su propio pueblo. Yavé
se ha ligado a ti, y te ha elegido, no por ser el más numeroso de todos los
pueblos (al contrario, eres el menos numeroso). Más bien te ha elegido por el
amor que te tiene y para cumplir el juramento hecho
a tus padres. Por eso
Yavé, con mano firme, te sacó de la esclavitud y del poder de Faraón, rey de Egipto»
(Dt 7,6-8).
El teólogo
protestante J. E. Stam apunta que es significativo que el término bakhir aparezca por primera vez en el
libro del Deuteronomio por el hecho histórico del éxodo[6], y
es que Israel se sabía elegido por haber
sido sacado por Yahvéh de Egipto. La
elección se hace notar más cuando el pueblo toma conciencia que Yahvéh ha
obrado prodigios porque son el pueblo elegido, prodigios por ejemplo como los
narrados en el libro del Éxodo: las plagas en contra de Egipto (Cfr. Ex 7-11),
el paso por el Mar Rojo ante la inminente amenaza de muerte por parte del ejército
egipcio (Cfr. Ex 14, 5-30), el maná en el desierto (Cfr. Ex 16,1-15), el agua
salida de la piedra (Cfr. Ex 17, 1-7). En todos estos textos está de fondo la
idea de que Dios actúa eso a favor del pueblo en cuanto que es elegido, llamado
entre los demás pueblos. Así por ejemplo, puede notarse de modo explícito cómo
Yahvéh tiene una especial elección por Israel al que le da su favor aún
pudiéndolo hacer con otro pueblo, más bien lo que hace es alejar el dominio que
de ellos padece y entregarle la tierra que le había prometido desde sus
antepasados primigenios, aún cuando eso implique sacar de esas tierras a otros
pueblos:
«Luego le dijo: “Yo soy el
Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.” Al
instante Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de que su mirada se fijara
sobre Dios. Yavé dijo: “He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he
oído sus quejas cuando lo maltrataban sus mayordomos. Me he fijado en sus
sufrimientos, y he bajado, para librarlo
del poder de los egipcios y para hacerlo subir de aquí a un país grande y
fértil, a una tierra que mana leche y miel, al territorio de los cananeos, de
los heteos, de los amorreos, los fereceos, los jeveos y los jebuseos. El clamor
de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto cómo los egipcios los
oprimen. Ve, pues, yo te envío a Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo,
los hijos de Israel.” Moisés dijo a Dios: “¿Quién soy yo para ir donde Faraón y
sacar de Egipto a los israelitas?”» (Ex 3, 6-11).
Las preguntas
que saltan a la vista inmediatamente son: ¿acaso sólo Israel sufre de
opresiones? ¿Acaso sólo Israel era necesitado de un territorio estable? Sin
duda que no, aquí está presente el hecho de que el escritor sagrado quiere
dejar claro que Dios actúa esto en favor de Israel en cuanto que lo ha elegido
para una misión importante. Aquí se habla «de un pasado en un presente hacia el
futuro»[7].
Recordemos que la elección del pueblo tuvo lugar mediante la llamada de los
patriarcas[8],
pero se irá actualizando a lo largo de la historia de Israel, en vistas a que
se cumpla en la plenitud escatológica. I. Ellacuría comentando este hecho
bíblico apostilla:
«No
basta con un Dios de los padres, recibido en una experiencia que ya pasó, por
más que siga viva en el
pueblo; se trata también de un presente, el presente de un pueblo oprimido y explotado,
en el cual se reasume la experiencia pasada de los padres y se la renueva por
la experiencia histórica, la cual en su negatividad obliga volverse al Dios de
la vida, libertad y unidad social; se trata finalmente de un futuro de promesa
y esperanza, el cual no anula esa negatividad y recupera de modo antiguo la
experiencia antigua, un futuro en el cual colaboran Dios y el hombre y que
dependerá, aunque de distinto modo, de la fidelidad de Dios y de la correspondencia
humana»[9].
Por eso respecto
al pueblo de Israel se dice que «la elección es la de un destino diferente al
de los otros pueblos, de una condición singular debida, no a un concurso ciego
de circunstancias o a una serie de éxitos humanos, sino a una iniciativa deliberada
y soberana de Yahwéh»[10].
Sin
embargo, se tiene que tener en cuenta que esa elección no busca llevar al
pueblo de Israel a considerarse mejor que los demás pueblos sino servidor de
todos, porque «la elección es principio de servicio»[11]; vista
así la elección de Israel conlleva la exigencia de compasión hacia el
extranjero y el oprimido (Cfr. Dt 10,15.22; 15, 13-15) porque «si Dios entabló
un diálogo privilegiado con Israel no fue para convertirlo en un pueblo superior
a los otros, en una élite privilegiada sino para ser un pueblo testigo de su Designio
de amor y de su llamada universales»[12].
Como
podemos ya ir apreciando, la elección se da por el hecho de que Israel es
depositario también de una llamada particular, la de ser testigo del único y
verdadero Dios que ama[13], esto
conlleva también una misión, la de proclamar a otros que Dios es el único entre
los dioses y que ama a todos[14]. En este
sentido, la elección está en función de la vocación y misión que el pueblo
elegido tiene por parte de Dios.
También hay
que decir que la elección no debe ser entendida como hecho que viene de Dios
buscando rechazar a unos y apreciar a otros, entender así la elección sería un
grave desacierto, caeríamos en un error ya conocido en la historia de la
Iglesia, la doctrina de la doble predestinación[15]. Si la
elección es para una vocación-misión, o en otras palabras para servir al plan
de Dios, entonces la elección no conlleva un objetivo de corte egoísta sino que
la elección bíblica, y en el sentido de elección comunitaria que estamos
tratando, tiene como característica esencial la alteridad. Israel es elegido de
modo gratuito, y gratuitamente está invitado a ser luz para los demás pueblos.
J. Ratzinger decía a inicios de la década de los noventa: «En cuanto pueblo elegido, Israel debe ser el lugar
de verdadero culto y a la vez sacerdocio y templo para el mundo»[16]. Bajo
esta perspectiva Israel es elegido para ser bendición para los demás pueblos y
llevarlos a Dios, esto que decimos trasluce ya su vocación y misión. Porque
toda elección de parte de Dios conlleva una vocación que vivir y una misión que
cumplir y está dotada de alteridad. No existe ninguna elección para el beneficio único del elegido, sino que el elegido,
en este caso el pueblo de Israel, es elegido para que se convierta en luz para
los demás.
Resumiendo,
podemos decir que la Elección de Israel tiene los siguientes elementos: 1) Origen, que es Dios mismo, Dios elige a
su pueblo y en su pueblo a personas concretas por iniciativa de su amor (Cfr.
Dt 7,7); 2) Fin, la
elección tiene una finalidad que es la de construir el pueblo santo (Cfr. Dt
26, 19; 7,1-6); 3) Resultado, pone a
Israel a parte de los otros pueblos para ser guía y enseñarles el camino de la
salvación y liberación[17].
Todo lo
dicho hasta el momento se debe tener muy
presente, pues las elecciones particulares en el Antiguo Testamento se
dan dentro del pueblo de Israel, esto implica que la elección no es
individualista sino que nace en el pueblo, en una comunidad y en función de la
edificación, en cierto modo, de esa comunidad a través de la vocación-misión
otorgada.
1.2 Israel, pueblo convocado
Hemos
dicho que la elección de Israel está en función de su vocación y misión. Cuando
hablamos de Israel como pueblo convocado queremos remarcar esencialmente lo
siguiente: que su existencia y su ser tiene fundamento y sentido en cuanto es pueblo
con-vocado, es
decir, con-llamada de parte
de Dios, y esto le hace tener un origen que está en la eternidad, para hacer presente lo eterno en lo histórico
y llevar lo histórico a su plenitud en la eternidad[18].
Conviene decir también, que Israel es
llamado por Dios para una misión. Israel no existe por y para él, existe por y
para el Eternamente Otro que se ha hecho uno de nosotros, así como para cumplir
con su Plan Salvífico[19]. Por
último, para que esto se realice se da entre Dios y su pueblo una mutua
correspondencia, pues no solo Dios debe hacer su parte también Israel está
llamado a ejecutar la suya, hay una interrelación, esto es el carácter
dialógico de la vocación del pueblo.
La llamada
de Dios es «una llamada que hace, de una polvareda de tribus nómadas, un pueblo»[20]. La
vocación hace que el pueblo sea pueblo, éste no es solamente el resultado de
una decisión propia de la voluntad humana, el pueblo existe ante todo por la
iniciativa de Dios. J. A. Estrada sostiene que: «la negación de
Dios lleva consigo la descalificación de Israel: se convierte en no-pueblo y
las promesas y bendiciones divinas se tornan en maldición y condena (Jer 7,
16-28)»[21]. Olvidarse
de su llamada constituye para Israel el origen de sus desgracias, «es la
amnesia de la historia propia lo que lleva a Israel a la idolatría»[22] y
con ella al abandono en su propia debilidad, constituyéndose así en presa fácil
de abusos y muerte (Como en el caso del destierro, Cfr. Jer 25, 1-14; 2 Re
24-25; Jer 52, 30). Por tanto, lo sociable y comunitario no nace en Israel por mero
contrato social, no es al estilo que proponía Jean Jacques Rousseau a partir de
esa mentalidad que busca poner al hombre como creador de todo lo verdaderamente
bueno y considerar lo que viene de Dios como un modo retrógrado e ilusorio de
entender la realidad, y por ende, limitante del ser humano; bajo este modo de
concebir, lo comunitario-social es consecuencia del ser humano que toma la
iniciativa de establecerlo[23]. No es así en Israel, y
no será así tampoco en el nuevo pueblo de Dios.
Israel
entiende que es pueblo no por iniciativa humana sino por iniciativa divina, es
esto lo que da plenitud y valor a lo comunitario. Es lo que se lee en Gen 1, 3:
Haré de ti una gran nación y te
bendeciré; voy a engrandecer tu nombre, y tú serás una bendición. Bendeciré a
quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. No es Abraham
quien decide formar un pueblo, a él se le pide obedecer para que de él se inicie una gran nación. Este hecho es el que le
hace a Israel tener un sentido profundo como pueblo, el cual no está presente
solamente en el hecho de su formación como tal y en su existencia social en la
historia, sino como algo querido por Dios en su amor sin límites para una
finalidad que no se reduce al plano histórico e intramundano sino que conlleva
el plano meta-histórico y trascendente, escatológico.
Por eso tiene
tanta importancia el término hebreo qahal
con el que se remarca el aspecto de con-vocación
del Pueblo elegido. J. Ratzinger plantea
que el pueblo de Israel se constituía como
entidad cultual, y a partir de ello también en entidad jurídica y
política[24],
es decir, en pueblo reconocido como tal por los demás pueblos de su entorno. El
pueblo de Israel se constituye a partir de su dimensión religiosa. En este
sentido, podemos decir también, a partir de su llamada de Dios. No hay que olvidar
que en el lenguaje bíblico la acción de llamar se identifica con la de nombrar,
poner nombre, tener autoridad sobre lo nombrado; la significación se vuelve más
profunda cuando ese llamar viene de Dios, no sólo indica autoridad sobre algo,
sino que ese algo, o a veces alguien, es creado a través de la llamada, o del
nombramiento. Dios crea cuando llama. T. Bargiel ha escrito: «Llamar, dar nombre a una cosa significa en el lenguaje bíblico hacerla
existir, Dios al llamar al hombre, lo crea según el proyecto de vida que ha
pensado para él (Gen 17,5; Is 45, 4; Jn 10, 3-28)»[25]. En este sentido, Dios crea al
pueblo cuando éste se reúne en acción cultual para darle alabanza, reconocer su
señorío y pedir su ayuda y sabiduría, es aquí donde el pueblo se constituía
como pueblo y de aquí retoma las fuerzas y luces para cumplir con la misión que
Dios le pedía.
Por tanto,
Israel tiene los elementos de vocación: La alianza en el Sinaí es un
llamamiento de Dios a ser su pueblo (Cfr. Jer 30,22; Ex 19-24), por eso es que
la ley y los profetas están llenos de llamadas al Pueblo (Cfr. Dt 4,1; 5,1;
6,4; 9,1; Os 2,16; 4,1; 11, 1; Sal 50,7; Isaías 7,13, 42,6-7; 43, 1-12; 49,1-6).
Por ejemplo, el tema de la elección y de la vocación queda bien plasmado en
textos como el del capítulo 41 de Isaías: «Pero tú,
Israel, eres mi siervo. Tú eres mi
elegido, pueblo de Jacob, raza de Abraham, mi amigo, yo te traje de los confines de la tierra. Te llamé de una región lejana,
diciéndote: “Tú eres mi servidor, yo me fijé en ti y te elegí.» No
temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza,
pues yo soy tu Dios; yo te he dado fuerzas, he sido tu auxilio, y con mi
diestra victoriosa te he sostenido» (Is
41, 8-10).
Además,
esta llamada pone al pueblo aparte y Dios se hace garante (Cfr. Ex 19,4; Dt 7,
6), le pide a Israel que no busque apoyo más que en Yahvéh, su Dios (Cfr. Is 1,
1-11; 7, 4-9;); por último, podríamos decir que este llamamiento pide una
respuesta y un compromiso (Cfr. Ex 19,8; Jos 24, 24). Israel tendrá que
responder a la llamada de Dios y he aquí el otro aspecto que salta a nuestra
consideración, la misión. El pueblo de Israel responderá a la llamada
cumpliendo su misión de pueblo elegido para guiar a los otros pueblos al
encuentro con el Dios vivo, salvador y liberador de la humanidad. En este
hermoso diálogo existencial entre Dios y su pueblo; Dios que llama, el pueblo
que responde con su fidelidad y confianza, se irá realizando la misión del
pueblo elegido y llamado.
1.3 Israel, pueblo enviado
Habiendo dicho
algunas ideas claves sobre la elección y la vocación de Israel, nos toca ahora
decir algunos puntos sobre su misión. ¿Hay en Israel una conciencia de ser un
pueblo misionero, llamado a anunciar a los demás pueblos la salvación ofrecida
por Yahvéh? ¿En qué sentido decimos que Israel es pueblo enviado? ¿A qué se le
envía, cuál es su misión? Tratemos de responder a estas interrogantes.
En Isaías
49, 3.6 se lee: El me dijo: “Tú eres mi
servidor, Israel, y por ti me daré a conocer.”[…] “No vale la pena que seas
mi servidor únicamente para restablecer
a las tribus de Jacob, o traer sus sobrevivientes a su patria. Tú serás,
además, una luz para las naciones, para que mi salvación llegue hasta el último
extremo de la tierra.”. Este pasaje del Deuteroisaías nos expresa con claridad que
Israel tiene como pueblo elegido y llamado que es, la misión de guiar a los
demás pueblos a la verdad del Dios que se le ha revelado, en eso consiste
iluminar, ser luz de las naciones.
Por eso
es que autores como R. Sánchez-Chamoso plantean que «Dios creó un pueblo
profético-misionero. La Biblia ofrece un esquema fijo: llamado para ser enviado,
a comenzar por la vocación de Israel, pueblo profético, pueblo-puente para llegar por medio de él a todos los demás pueblos»[26].
Otros se plantean la pregunta ¿Hay que
hablar también de una misión del pueblo de Israel? A lo cual se responden
diciendo que «sí, si se piensa en el estrecho nexo que hay siempre entre misión
y vocación. La vocación de Israel define su misión en el designio de Dios.
Elegido entre todas las naciones, es el pueblo consagrado, el pueblo-sacerdote
encargado del servicio de Yahvéh (Cfr. Ex 19,5)»[27].
Ahora bien, tenemos ya un dato preciso, Israel es enviado a ser luz de las
naciones, esto es a revelar con su presencia y su historia la vida de los demás
pueblos, ya que con su presencia e
historia Dios ha hablado para toda la humanidad. Así pues, a Israel se unirán
las demás naciones para dar culto a Dios (Cfr. Is 19,21-25; 60) por eso es que
Israel es invitado a ser testigo como pueblo del Dios verdadero ante los dioses
de los otros pueblos, que son producto de la inventiva humana (Cfr. Is 43,
10.12; 44,8) y transmitir al mundo la
luz imperecedera de la ley (Cfr. Sab 18,4) por eso está abierto a los prosélitos (Cfr. Is 56,3.6)[28].
«Israel tiende finalmente a convertirse en pueblo misionero, particularmente en
el medio helenístico de Alejandría, en el que se traducen al griego sus libros
sagrados»[29].
Teniendo
en cuenta lo dicho respondamos a las interrogantes que nos hacíamos al inicio
de este apartado. En primer lugar, en Israel no hay una conciencia profunda de
envío, saben que son un pueblo enviado a los otros, pero este envío no se debe
entender en el sentido de ir a predicar a los demás, aún cuando hay casos
excepcionales como el de Jonás, aún así en éste vemos cómo Jonás no sale
contento porque los ninivitas se convirtieron al escuchar su predicación, esto
nos indica que si los israelitas sabían que tenían que ser luz para los demás
eso no implicaba que tuvieran conciencia clara de salir a predicar, a anunciar
al Dios que se les había revelado, probablemente entienden ese ser luz en cuanto que
los otros pueblos debían venir a Israel a nutrirse de ese Dios que habitaba con
ellos. Por eso Bernard-Marie Ferry concluye que: «El hebreo posee el verbo sălāj, traducido generalmente en los LXX
por apostellō o exapostellō (unas 700 veces); sin embargo, no se trata de un envío
«misionero» pues la función de
los enviados es más bien de mensajeros, o de mediadores. El pueblo de Israel no
parece decidido a ir a
enseñar a todas las naciones»[30].
Sin
embargo, eso no quita que sea un pueblo enviado en cuanto que siendo fiel a
Alianza se convierte en punto de referencia para los demás pueblos. Claro que
el concepto de misión con la riqueza y profundidad como ha llegado a nosotros
no parece ser algo transmitido en el Antiguo Testamento, será algo propio del
nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia.
Entonces,
a Israel debemos entenderlo como pueblo enviado no tanto en el sentido de que
contenga una «preocupación misionera» sino en cuanto que Dios a través de él
pone el germen misionero desde el primer momento que elige a Abraham para
formar a su pueblo, pues en él serán benditas todas las razas de la tierra
(Cfr. Gen 12,3). La bendición de Dios ha comenzado a concretizarse para la
humanidad entera en Israel, esa era su misión y para eso Dios lo constituyó
Pueblo suyo. El desarrollo de esa semilla de misión alcanzará plenitud en el
tiempo de la Iglesia, la cual es enviada por el Enviado del Padre, Jesucristo,
que es lo que tratamos a continuación.
2.
La Iglesia, el
nuevo pueblo de la llamada y de la misión
2.1 Iglesia, Pueblo de elegidos y llamados
En el punto de
partida de la Iglesia, como en el de Israel, hay una elección de Dios (Cfr. Jn
15, 16; Dt 7, 6). Algunos consideran que el texto de la segunda carta de San
Juan puede referirse a la Iglesia, ya sea universal o particular, pero que
tiene ese carácter de «señora elegida» por Cristo como esposa (2 Jn 1; Ef 5,
25-27; Cfr. 2 Cor 11, 2; Ap 19,7)[31].
El teólogo francés J. Guillet ha señalado al respecto: «La
elección de los doce manifiesta pronto que Jesús quiere cumplir su obra
teniendo “consigo a los que quería” (Mc 3,13s). Éstos representan en torno a él
a las doce tribus del nuevo pueblo y este pueblo tiene su origen en la elección
de Cristo (Lc 6,13 Jn 6,70), que se remonta a la elección del Padre (Jn 6,37;
17,2) y se hace bajo la acción del Espíritu Santo (Hech 2,1)»[32].
La Iglesia de
los escritos neotestamentarios se sabe originada en la historia de Israel,
asume la herencia del Antiguo Testamento y se llega a convertir en el nuevo Pueblo
de Dios (Cfr. Rm 9, 25-26; 2 Cor 6,16), en el verdadero «Israel de Dios» (Gal
3, 29). En la Iglesia se reúnen por ello los judíos y gentiles (Cfr. Hch 28,
27-28)[33].
En 1Pe 2, 9 se
le atribuye a la incipiente comunidad cristiana los títulos del pueblo de la
primera Alianza: Pero ustedes son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una
nación consagrada, un pueblo
que Dios hizo suyo para
proclamar sus maravillas; pues él los ha llamado de las tinieblas a su
luz admirable. P. Buis apunta que la noción de elección se le aplica «a
cada uno de los miembros del Nuevo Pueblo de Dios. Pablo suele hablar de la
elección en plural: “nos eligió en
Cristo” (Ef 1,4). En este sentido, “elegido” es sinónimo de “cristiano” (2 Tim
2, 10; Tit 1, 1; 1 Pe 1, 1)»[34].
La Iglesia aparece
en el Nuevo Testamento como «comunidad de los elegidos» (Cfr. Rm 8, 33; Col
3,12; 2 Tm 2,10) que forman la comunidad de los llamados (Cfr. Rm
1,6; 1 Cor 1, 24; Ap 17,14). Si bien el término Ekklēsía no es un término nacido con los ambientes cristianos, pues
ya tenía existencia en el mundo profano de Grecia y significaba únicamente una
reunión plenaria de personas, una aglomeración de gente, como incluso aparece
en algunos textos del Nuevo Testamento (Cfr. Hch 19,39; 19,32.40)[35],
eso no quita que fue con el cristianismo que tomó una concepción religiosa. En
este sentido la Ekklēsía designaba,
según el esquema que nos presenta W. Warnach,
a la comunidad de los redimidos o salvados (Mc 16,18; 1Cor 12,28; Ef 1,
22; 3,10.21; Flp 3, 6; Col 1,18.24), la comunidad localmente limitada (Hch 8,1;
11,22; 14,27; 15,41; 1 Cor 7,17; Gal 1,22; Filp 4,15; Ap 2,1.8) o a la
comunidad doméstica (Rm 16,5; Col 4, 15, Flm 2)[36].
Más profundamente, en la Biblia de los LXX el término aparece unas 100
veces, según los exégetas en algunas
ocasiones con la determinación hebrea de qāhāl la cual es traducida como Ekklēsía, otras veces con la
determinación precisa de qāhāl Yāhweh traducido como Ekklēsía Kyriou[37]. Si bien no es el único término
utilizado para referirse a la reunión de personas convocadas por Dios en
Cristo, pues también se ocupa Synagōgē[38];
con todo, es el término Ekklēsía que
nos conecta con la elección del pueblo de Dios en la Antigua Alianza. Se ha
dicho que Israel se constituía como Pueblo, no sólo en el aspecto religioso,
sino también en el político-social, a partir de la asamblea llamada por Dios;
con el término Ekklēsía se quiere
expresar que la Iglesia es la comunidad que se constituye a partir de la llamada de Dios, manifestada
incluso físicamente en la reunión litúrgica en torno a la práctica sacramental.
La Ekklēsía guarda esa noción de
convocación. El término procede
etimológicamente de ekkaléin, ekkaleō (Convocar, llamar)[39].
Los cristianos son los llamados a la fe en Cristo, para que desde esa fe puedan
cumplir con su misión de hijos de Dios. «El punto de reunión interior del nuevo
pueblo es Cristo; por otra parte, se convierte en un solo pueblo a través de la
llamada de Cristo y de la respuesta a la llamada, a la persona de Cristo»[40].
Como se puede apreciar, la Iglesia, en cuanto nuevo Pueblo de Dios, es
constituida por Cristo como el nuevo pueblo de los elegidos y llamados para la
salvación eterna (carácter escatológico de la elección), presente en la
historia de los hombres para que estos se incorporen a ella y estando injertados
vivan en la vida de Cristo Cabeza (Col 1, 18; Ef. 4,15; 1 Cor 12,13 etc.). De
allí que Ekklēsía (Iglesia) y
Eklekte (Elegida) no se asocie sólo por su asonancia en la lengua griega
sino porque esencialmente el Pueblo de
Dios de la Nueva Alianza tiene en su ser dichas realidades (Cfr. 2 Juan 13; Ap.
17,14).
2.2 Iglesia, Pueblo enviado
Ahora bien, esa
comunidad de los elegidos y llamados que es la Iglesia es también comunidad de
enviados. Como en la Antigua Alianza, el pueblo de Dios era elegido, llamado y
enviado; en la Nueva Alianza el nuevo pueblo de Dios es también elegido,
llamado y enviado[41].
La Iglesia no existe para sí misma sino para el Evangelio de Jesús, podría
aplicarse bajo esta perspectiva aquellas palabras del gran apóstol de los
gentiles: «De hecho, ninguno de nosotros
vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el
Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte
pertenecemos al Señor». (Rm 14, 7-8). Este ser totalmente de Jesucristo podría aplicarse al hecho de que en la
Iglesia, ninguno de sus miembros vive de modo básico su ser cristiano, como perteneciente
al nuevo pueblo de Dios, si no procura
que el reino de Dios se instaure con todo lo que esto implica.
La Iglesia «debe
continuar la obra iniciada por Jesús, para lo que cuenta con la asistencia del
Señor (Mt 28,20) y con el Bautismo del Espíritu (cfr. Hch 1, 5.8.22; 2,32;
3,15; Jn 1,33; 3,5-6; Lc 3,16) […] Los evangelios, que nacen en la Iglesia, son
escritos “misioneros” que marcan el programa y la pauta de la Iglesia»[42].
O sea que podemos decir que, en el caso de la Iglesia, no sólo se da el hecho
de que la Sagrada Escritura hable de ella como esencialmente misionera, como
pueblo enviado; sino también que la
Sagrada Escritura (Nuevo Testamento), en cierto modo, es fruto de ese aspecto
propio de la naturaleza de la Iglesia, es decir, de su esencia misionera.
Este dato sólo
nos remarca el hecho que a la Iglesia el tema de la misión o el hecho de ser
enviada a anunciar la Buena Nueva del Señor, le pertenece a su entraña y sin
ella carece de sentido. Si habíamos dicho que el pueblo de Israel era enviado,
pero que él mismo no se sentía con la «preocupación misionera» de ir donde los
otros a anunciar al Dios único y verdadero, en el caso de la Iglesia, nuevo
pueblo de Dios, eso se supera y ella sí se sabrá enviada desde sus mismos
inicios.
Bíblicamente eso
queda plasmado, en primer lugar, con el hecho de que Jesucristo, su fundador,
es enviado por el Padre para realizar la obra de Redención. «El Señor es con
todo su ser el enviado, el que ha bajado del
Cielo, el que ha cambiado su “ser con” el Padre en “estar con” los
hombres»[43].
Jesucristo es
enviado para anunciar el Evangelio (Cfr. Mc 1,38), cumplir la ley y los
profetas (Mt 5,17), aportar fuego al
mundo (Cfr. Lc 12,49), llamar no a justos sino a pecadores (Cfr. Mc 2,17).
Buscar lo perdido (Cfr. Lc 19,10), dar su vida en rescate (Mc 10,45), nos
enseña a ser obedientes a la voluntad del Padre (Cfr. Jn 4,34) a decirnos lo
que ha aprendido de Él (Cfr. Jn 8,26), etc. Es más, Jesús pide una fe en su
misión (Cfr. Jn 11, 42; 17,8.21.23.25) y esto conlleva tener fe en Él, como el
Hijo enviado (Cfr. Jn 6,29) y fe en el Padre que lo envía (Cfr. Jn 5,24; 17,3).
Jesús es presentado por ello como el enviado por excelencia (Cfr. Jn 9,7) y
como dice Hebreos 3,1 «el apóstol de nuestra fe». Jesús enviado a su vez envía
a sus apóstoles: para predicar delante de él (Cfr. Lc10,1), como obreros a su
mies (Cfr. Mt 9,38; Jn 4,38), son esos enviados del rey para conducir a los invitados a las bodas de su Hijo (Cfr. Mt
22,3), ellos no son más que el que los envía (Cfr. Jn13,16) pero quien los oye
a ellos, escucha a Cristo y quien escucha a Cristo, también escucha al Padre (Cfr.
Lc 10,16), porque el que los recibe a
ellos recibe a Cristo y en Cristo al Padre (Cfr. Jn 13,20). En la Iglesia,
desde entonces, siempre resuena fuerte aquel «Como el Padre me ha enviado a mí por eso yo los envío a ustedes» (Cfr.
Jn 20,21).
A su vez, los
apóstoles enviarán a otros y realizarán su envió como el Señor se los había
pedido, esto queda manifestado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Se sigue entonces un esquema del envío que
parte desde la Trinidad misma, Cristo es el enviado del Padre y quienes lo
reconozcan lo harán con la gracia del Espíritu Santo, por eso también, Cristo
promete enviar al Espíritu Santo (Cfr. Jn 14, 26; 15,26, 16,7; Lc 24,49; Hch 1,
4). Y aquellos que tienen al Espíritu Santo y reconozcan a Cristo como enviado
del Padre para salvación de los pecados, no sólo aceptarán esto sino que se
sabrán urgidos de anunciar a los demás la Buena Noticia. La fe cristiana no
solo es para vivirla es también para compartirla. Esto lo podemos ver brevemente
con un paradigmático ejemplo, nos referimos al apóstol San Pablo, que tomando
conciencia que Cristo lo amó y se entregó por él (Cfr. Gál 2,20), lo estima
todo como basura comparado con la obtención del conocimiento de Cristo (Cfr. Flp
3,8); este conocer es darse cuenta del amor infinito y eterno del Padre en el Hijo hacia toda la humanidad (Cfr. Jn
3,16). Por eso ahora «Ya no hay
diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace
diferencia entre hombre y mujer » (Gál 3,28). Y porque no hay ya ninguna
diferencia eso significa que todos son hermanos, con quien siempre se es deudor
de amor (Rm 13,8-10). Y por ello, urge darles el don más preciado, la fe en
Cristo para que se nutran de ese verdadero amor inconmensurable del Padre, por
eso puede exclamar: «¡ay de mí sino
evangelizo!» (1Cor 9,16).
[1] Sacerdote diocesano de la
Diócesis de San Vicente, El Salvador, C.A.; actualmente rector del Seminario
Menor Pío XII, de la misma diócesis.
[2] Al hablar de
Israel como pueblo de Dios estamos hablando también de su triple carácter como
pueblo elegido, llamado y enviado; no se debe hablar del pueblo de Dios sin
tener en cuenta las realidades que recién mencionamos, si lo hacemos
vaciaríamos la riqueza teológica que encierra la expresión «pueblo de Dios» y
la reduciríamos a una expresión exánime y de pobreza conceptual tal que
limitaría toda concepción teológica posterior. Israel es pueblo de Dios, antes
de apuntar cualquier otro tipo de razón, en cuanto ha sido elegido, llamado y
enviado. Así que iniciamos nuestro breve estudio con un acercamiento a estos
conceptos (elección, llamada y misión) aplicándolos al pueblo de Israel, no sin
antes hacer una breve aclaración. Tanto la elección, la llamada y la misión son
elementos presentes de modo unitario en la realidad histórica llamada pueblo de
Israel, esto significa que no se puede dar uno sin el otro, pues Dios cuando
elige, llama y cuando llama, convoca para algo; sin embargo, por razones
metodológicas necesitamos hacer una separación terminológica-conceptual que nos
permita un mejor estudio, al final notaremos que existe entre ellos una unidad
tal que es imposible que se dé uno sin la presencia del otro o que exista uno
sin estar en función del otro.
[3] Cfr. J. GUILLET, «Elección» en VTB, 264. A este respecto conviene
mencionar que Israel tiene tanta conciencia de su elección que hasta se
cometieron abusos interpretativos al respecto, se consideraba la elección en
términos de superioridad. Por eso en el Nuevo Testamento no se niega que Israel
sea elegido (Cfr. Mt, 2,6; Lc 1, 10.16.32s; 13,16; Mt 8,12; 12,39; 15,24), sin
embargo, Jesucristo rechaza las falsas consecuencias de esta elección (Cfr. Mt
3,7; Lc8, 21; 13,23; 16,19-31). Por tanto, decir que Israel no tenía conciencia
de ser pueblo elegido es un error respecto al conocimiento del pueblo de Dios
en el Antiguo Testamento. Puede verse esto en G. von RAD, Teología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1975.
[6] J. E. STAM, «Elección», en DIB, 187. Y continua diciendo: «En
contraste con documentos de pueblos paganos contemporáneos, que atribuyen su
“elección” a su superioridad nacional, el deuteronomista se halla perplejo ante
el misterio, ¿por qué Yahvéh escogió a Israel para redimirlo de Egipto y
entregarle la tierra de Canaán? No fue porque eran más numerosos, poderosos e
importantes (Cfr. Dt 7,7, 7,1), ni más justos y piadosos (Cfr. Dt 9,4-7) sino a pesar de ser “pueblo de dura
cerviz” (Cfr. Dt 9, 6-8.13; 5,21). Fue por el puro amor y el favor inexplicable
de Yahvéh (Cfr. Dt 4,37s; 7,6-8; Ex 33,19), confirmado por su juramento y pacto
(Cfr. Dt 7,8; 9,4s)», p. 188.
[7] I.
ELLACURÍA, «Historicidad de la salvación cristiana», en I. ELLACURÍA – J.
SOBRINO, ed. Mysterium liberationis, I, UCA editores, San Salvador 2008, 334.
[8]
Los relatos patriarcales revelan que Dios hizo un pacto con
Abraham, el cual constituyó una elección y la base de toda exposición
subsecuente de la elección (Cfr. Gen 15, 18; 17, 2-21) De
hecho, tanto el relato del Éxodo (Cfr. Ex 2, 24; 6, 4) como muchos pasajes
deuterocanónicos sobre la elección (Cfr. Dt 4, 31-37: 7, 6-9, etc.) hacen
referencia retrospectiva a este pacto.
[10] J. GUILLET, «Elección», en VTB, 264. En esta misma línea también están los prodigios narrados por otros pasajes
bíblicos como el de la nube que aparece en el libro de los Números (Cfr. Nm
9,
15-17.23) o la milagrosa toma de Jericó (Cfr. Jos 6, 1-27). La lista, de hecho,
es más larga, bástenos estas muestras para hacernos una idea general. En ellos
y en los restantes está implícito o explícito el hecho electivo de Dios para
con Israel.
[13] Eso queda remarcado en libros sagrados como el de
Jonás, si bien el ejemplo es personal pero refleja la conciencia del pueblo.
Jonás piensa que ir a predicar a un pueblo pagano no vale la pena, que no tiene
sentido, de todos modos Nínive no es el pueblo elegido, a lo cual Dios le
reprocha severamente. El libro bíblico presenta el siguiente esquema:
Elección-llamada de Jonás (Cfr. Jon 1,1), Reacción de rechazo de Jonás (Cfr.
Jon 1, 3), consecuencias de la desobediencia (Cfr. Jon 1, 3-15; 2, 1-13),
obediencia a la elección-llamada y misión por medio de la predicación a la
ciudad pagana de Nínive (Cfr. Jon 3), enojo de Jonás por la conversión (Cfr.
Jon 4,1-3), Yahvéh explica por qué lo mandó (Cfr. Jon 4, 4-10).
[14] Ama a la viuda de Sarepta enviándole al profeta Elías que le
resucita a su hijo (Cfr. 1 Re 17,7-24), ama al sirio Naaman a quien da sanidad
(Cfr. 2 Re 5), la historia de Ruth deja entrever que Dios no sólo ama a los que
no son israelitas sino que también los elige para ayudar a cumplir su plan de
salvación.
[15] A este
respecto conviene tener en cuenta lo que nos dice Marco Salvati respecto al
tema de la elección en su sentido escatológico, que tiene que ver también con
la elección en la historia, pues ésta se da en cuanto que Dios nos ha elegido
para llevarnos a la eternidad, el teólogo italiano dice: «La elección,
entendida como acción histórica con que Dios llama a Israel y a la humanidad al
pacto salvífico, tiene como antecedente la predestinación, es decir, una toma
de posición en-favor -de y como punto final la glorificación eterna del
hombre…El concilio de Quercy (853) recuerda que “Dios quiere que todos los
hombres se salven, sin excepción (Cfr. 1 Tim 2,4) aunque no todos se salvan”
(DS 623); esto significa que, si alguno no goza de la salvación, esto se debe a
que algunos se sustraen de forma culpable y autónoma de la voluntad de Dios: “el
hecho que unos se salven es un don que se les hace; el hecho que algunos se
pierdan, es por su culpa” O sea que la
elección no se da para formar el grupo de los condenados y de los salvados, eso
no viene de Dios, por eso continua diciendo “En la comprensión del misterio de
la elección no hay que caer en las redes
del individualismo (¿por qué uno se salva y otro no?)”: la elección se refiere
a la comunidad de Israel, a la comunidad eclesial, a la comunidad humana», G.
M. SALVATI, «Elección», en DTE,
299-300.
[18]
«Si bien la Biblia nos ha conservado toda una serie de “vocaciones”
fuertemente personalizadas, nos revela también que el conjunto del pueblo de la
Alianza ha recibido una vocación específica y esta ha hecho de su historia una
verdadera “historia santa”. Y sólo a través de los acontecimientos, dichosos y
desgraciados, es como Israel tomará conciencia de su vocación como pueblo
“llamado” a una misión profética en el seno de la humanidad». M. HUBAUT, Dios te llama por tu nombre.
Vocación y Misión, Mensajero, Bilbao 2004, 41.
[19]
Es interesante lo que nos dice J. A. ESTRADA: «El pueblo es de Dios y de él
viene su identidad. Para Israel la historia profana es también la salvífica. Su
Dios no es alguien lejano y despreocupado de la suerte del hombre, sino, al
contrario, es el origen de la vida y el Señor de la historia que interviene
salvando y mostrando el camino de la salvación». J A ESTRADA, «Pueblo de Dios», en I. ELLACURÍA – J. SOBRINO, ed. Mysterium liberationis, II, UCA editores, San Salvador 2008, 176.
[22] A. CENCINI, Dios de mi Vida. Discernir la acción divina en la historia personal,
Paulinas, Bogotá 2009, 28.
[23] J. J. ROUSSEAU, El Contrato Social, Maxtor, Valladolid 2008.
El capítulo VI del Libro I, lo titula
«El Pacto Social», 24-29.
[25] T. BARGIEL, «Vocación» en DTE, 1034-1035. Si
bien el ejemplo que nos presenta T. BARGIEL es entorno a la llamada personal, eso mismo pasa
con la llamada comunitaria, ya que Israel también será llamado por Dios como
atestigua Is 48,12. Sobre que la Palabra
de Dios es creadora puede verse también: M. HUBAUT, Dios te llama por tu nombre. Vocación y Misión, 49; L. RUBIO, El Misterio de Cristo en la Historia de la Salvación, Sígueme,
Salamanca 1998, 53.
[27] J. PIERRON-P. GRELOT, «Misión», en VTB, 548; J. RATZINGER, La Iglesia,
una comunidad siempre en camino, 116.
[29] J. PIERRON-P. GRELOT, «Misión», en VTB, 548. Es
interesante lo que apunta J Ratzinger: «setenta (setenta y dos) era según la
Tradición judía (Gen 10; Ex 1,5; Dt32, 8), el número de los pueblos del mundo.
El hecho de que el Antiguo Testamento griego, nacido en Alejandría fuera
atribuido a setenta(setenta y dos) traductores debía significar que con aquél
texto en lengua griega el libro sagrado de Israel se había convertido en la
Biblia de todos los pueblos, como luego ocurrió de hecho, al adoptar los
cristianos aquella versión», J. RATZINGER,
La
Iglesia. Una comunidad siempre en camino, 22-23.
[31] A. M. GERARD, por ejemplo, plantea que «el
examen del texto induce con mucha más seguridad a ver en la “Señora Electa” una
personificación de la Iglesia o, mejor aún de una Iglesia particular, asamblea
de los cristianos cuya “madre” es ella, resultando efectivamente ellos mismos
elegidos (Cfr. 1Pe 1,1) por Dios para servir a su eterno designio de salvación (Cfr.
Rm 11, 7; 1 Cor 1, 27-30)», A.M. GÉRARD, «Electa, Señora» en DEB, 495.
[33] Cfr. A. ALCALÁ, Iglesia, BAC, Madrid 1963, 81-88;112-115; J A. SAYÉS, La Iglesia de Cristo, Palabra, Madrid 2003, 204-227; F. MATEOS, Cristo amó a su Iglesia, Nueva Evangelización, México 1997, 94-98.
[35] Para un
estudio más profundo sobre la terminología ocupada en el Nuevo Testamento
entorno al concepto de la primitiva comunidad cristiana recomendamos el texto y
las notas explicativas de L. COENEN, «Iglesia(Ekklēsía)», en
DTNT, II, Sígueme, Salamanca 1980, 322-334.
[41]
A este respecto M. Hubaut comenta: « En la Biblia toda vocación está
ligada a una misión […] Toda vocación es una misión destinada a liberar a
nuestros hermanos de la opresión […] No somos nosotros mismos los que nos damos
una misión, sino que la recibimos», M. HUBAUT, Dios te llama por tu nombre.
Vocación y Misión,
20.
No hay comentarios:
Publicar un comentario