En el 43 aniversario del martirio de San Óscar Arnulfo Romero
Este día hemos venido a resucitar con Monseñor Romero. La proclamación solemne de su canonización no es suficiente, ahora se requiere la incorporación de su legado en nuestra praxis cristiana y ciudadana.
1.
Ciudadanía responsable
La figura de Romero como patriota y ciudadano se abre paso. Llamar a Romero
«patriota» resulta extraño, sin embargo, él tiene una concepción precisa del
patriotismo. Resulta extraño porque quienes organizaron su asesinato se llaman
también a sí mismos «patriotas» y, además, «cristianos católicos». ¡Qué ironía!
Incluso llegaron a afirmar que asesinando a Romero le hacían un bien a la
iglesia y a la patria. En ese momento ellos creían proteger a ambas
instituciones ―iglesia y patria― de la amenaza del comunismo. Se
cumplió así en Romero la Palabra de Dios: «llegará la hora en que todo el que
los mate piense que da culto a Dios» (Jn 16,2). Pero no se puede ser un
verdadero patriota y asesino al mismo tiempo.
Pero, así como hay obispos que dan la vida por la iglesia y por la patria, también los hay que traicionan la patria. Por ejemplo, la primera y única vez que Maximiliano Hernández Martínez se reeligió, en 1935, fue respaldado por Monseñor Juan Antonio Dueñas y Argumedo, a la sazón obispo de San Miguel. Paradójicamente, es el obispo que profetizó el episcopado de Romero, siendo éste todavía un niño.
Dueñas y Argumedo
redactó la exaltación patriótica en honor al presidente reelecto. Consideró que
ese 1º de marzo de 1935 era: «el día jubiloso de la Patria, efeméride gloriosa
de nuestra democracia, signada por canon Constitucional para llevar a efecto la
trasmisión del Poder Presidencial de la República, con miras patrióticas de
engrandecimiento nacional, mediante el reinado de la justicia y de la paz». Pasaba
por alto Dueñas y Argumedo las modificaciones hechas a la constitución por
Martínez y, sobre todo, la matanza de indígenas, muchos de ellos también
cristianos. El fin práctico e ideológico de detener el avance del comunismo
pudo más que la fe del obispo. En cambio, su colega y contemporáneo, Monseñor
José Alfonso Belloso y Sánchez no pensaba las cosas de la misma manera. Increpó
a los terratenientes haciéndoles una serie de preguntas en una circular
dirigida exclusivamente a ellos: «¿Sabe usted cómo viven sus colonos? ¿Tienen
ellos en sus viviendas cierta comodidad o higiene? ¿Se les paga el salario
suficiente, no sólo para el vivir cotidiano, sino también para que sostengan a
su familia, a base de economía y honradez? ¿Los colonos y empleados todos,
trabajan de tal manera que puedan cumplir con sus obligaciones religiosas? ¿Se
les da facilidades para que sus hijos reciban la instrucción conveniente?
¿Cuentan con médico y medicinas para sus enfermedades ordinarias,
particularmente si viven en zonas malsanas? ¿No se abusa de la debilidad de los
niños obligándolos a trabajos incompatibles con su edad? ¿Se impone a las
mujeres, sobre todo a las que son madres, obligaciones que les imposibilitan
atender a sus niños?» [J. A. Belloso y Sánchez, «Circular que se ha pasado a
las personas terratenientes», en Revista Eclesiástica 17 (1932, II)
8-10; enero de 1932]. Belloso y Sánchez no actuó con zalamería, no arrastró su
dignidad episcopal ante los poderosos. De hecho, tiene más claridad de criterio
cuando afirma: «Si todos los patronos tratan a sus trabajadores de modo que no
se deje ni una sola de estas cosas sin cumplir, creemos, y estamos seguros de
ello, que el peligro comunista quedará completamente conjurado» (Ibid.).
Ofuscado por el
poder, Dueñas y Argumedo comete el mismo error que cometió el obispo Eusebio de
Cesaréa en el siglo IV al exaltar la figura del emperador Constantino I,
buscando también él un fin práctico: detener la matanza de los cristianos. Ambos
obispos comparan a ambos tiranos, cada uno en su tiempo, con Moisés el libertador
del pueblo de Israel, que habían de llevar al cristianismo por mejores derroteros.
Envalentonado por Eusebio, Constantino I llega a decir a los obispos de la
época que «mientras ellos eran obispos de lo que está dentro de la Iglesia, él
había sido constituido por Dios obispo de lo que está fuera» (cfr. Eusebio de
Cesaréa, Vida de Constantino, p. 348. Gredos 1994). Ni siquiera bautizado
estaba el emperador cuando dijo eso. Se hizo bautizar en paso de muerte por un
obispo arriano (hereje).
En cambio, Dueñas y
Argumedo, a sabiendas de que profesaba la teosofía, dice a Martínez: «ciudadano
católico, como sois, Excelentísimo señor Presidente, ilustrado en vuestra fe
religiosa». Tanto de Eusebio de Cesarea como de Dueñas y Argumedo se puede
decir que la potestad que otorga un cargo eclesiástico no asegura moralidad.
Por la consecución de un fin pragmático en el plano político, la iglesia no se
debe arrodillar ante ningún poder de este mundo. Nosotros oramos para que
nuestros obispos no sean tan pusilánimes como los dos obispos que hemos
mencionado.
El ministerio
episcopal de Romero contrasta con los dos ejemplos que hemos presentado. Él
nunca se somete al criterio de los poderosos. Por el modo como concibe este
aspecto bien puede ser considerado también un «mártir de la patria».
En sus palabras: «Un
motivo que impele al sacrificio, es el amor a la patria. El hombre debe amar a
su patria. Y cuando el bien de ella lo exige, debe el patriota sacrificarle
hasta la vida. Lo contrario sería no ser patriota. Sin arrancar ese amor a la patria
―y más bien
robusteciéndolo― el católico debe amar hasta el delirio, hasta el
sacrificio, a su Iglesia» [O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones»,
en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945), pág.
38-39].
Romero se plantea la pregunta: ¿cuál patria? Pregunta que vale para
nosotros, ¿qué tipo de patria queremos para las futuras generaciones? Estas son
las preguntas que plantea Romero: «¿Cuál Patria? ¿La que sirven nuestros
gobiernos no para mejorarla sino para enriquecerse? ¿La de esa historia cochina
de liberalismo y masonería cuyos propósitos son embrutecer al pueblo para
maniobrarlo a su capricho? ¿La de las riquezas pésimamente distribuidas en que
una “brutal” desigualdad social hace sentirse arrimados y extraños a la inmensa
mayoría de los nacidos en su propio suelo? ¿La de los profesionales y obreros y
padres de familia, etc. sin pisca de sentido de responsabilidad?» [O. A.
Romero, «¿Cuál Patria?», en Semanario Chaparrastique, N° 2375 (8 de septiembre de
1962), pág. 519].
2.
Resucitemos con Romero: la ciudadanía activa y responsable
El patriotismo de Romero nos lleva a pensar en una ciudadanía activa y responsable. Mencionamos algunos rasgos sobresalientes de dicha ciudadanía:
1. Es crítica y analítica. De joven sacerdote, Romero refiriéndose a los salvadoreños decía: «El salvadoreño es por naturaleza un ciudadano que se lleva a donde se quiere; basta empujarlo. Parece que no tiene voluntad propia, porque cualquiera lo puede manejar. Pueblos de esta clase solo necesitan un capataz y ya se subyugan» [O. A. Romero, «La dejadez cívica salvadoreña», en Semanario Chaparrastique, N° 2352 (24 de marzo de 1962), pág. 490].
2. Es activa y participativa. No es gregaria. Romero le apuesta a una ciudadanía que se sobrepone a la masa amorfa del ciudadano medio: «No se puede pensar que manden menos y que impongan su voluntad con la anuencia omnímoda a la manada de ovejas. Es necesario [que el salvadoreño] sacuda su marasmo y su apatía, el miedo lo apabulla pues teme las represalias de los pocos que manejan a los dos millones. Que deje el salvadoreño de ser manada o hato para que entre en rol de los hombres libres, mediante el uso de sus derechos que nadie ni nada le puede restringir» [O. A. Romero, «La dejadez cívica salvadoreña», en Semanario Chaparrastique, N° 2352 (24 de marzo de 1962), pág. 490-491. O. A. Romero, «Después de las elecciones», en Semanario Chaparrastique, N° 2839 (14 de marzo de 1964), pág. 628].
3. Es liberadora y apegada a la Doctrina Social de la Iglesia. En lo que respecta la liberación, Romero son dice: «hombres liberadores con una inspiración de fe y, junto a esa inspiración de fe, en segundo lugar, hombres que ponen, a la base de su prudencia y de su existencia, una doctrina: la doctrina social de la Iglesia». Y muy sugerente resulta su invitación a aplicar la Doctrina Social de la Iglesia: «La doctrina social de la Iglesia que les dice a los hombres que la religión cristiana no es un sentido solamente horizontal, espiritualista, olvidándose de la miseria que la rodea. Es un mirar a Dios y, desde Dios, mirar al prójimo como hermano y sentir que todo lo que hiciéreis a uno de estos a mí lo hicisteis».
4. Es inclusiva e intergeneracional. Al revisar la muerte martirial de Rutilio Grande y de sus compañeros no es difícil concluir que, en este martirio en particular, se puede notar la integralidad del martirio en su forma generacional. En él se consuma el testimonio de un adolescente, de un hombre de mediana edad y de un adulto mayor. Es decir: Nelson Rutilio Lemus, de 16 años, Rutilio Grande, de 48 años y Manuel Solórzano, de 72 años. Además, la Iglesia está llamada a respetar y defender la dignidad de los menores de edad, ancianos y personas incapaces de defenderse.
5.
Una
motivación de amor:
Predicando en el funeral de Rutilio, Romero decía: «Una motivación de amor,
hermanos; aquí no debe palpitar ningún sentimiento de venganza; aquí no grita
un revanchismo; son los intereses de Dios que nos manda amarlo sobre todas las
cosas y nos manda amarlos a los otros como a nosotros mismos. Y si es cierto
que hemos pedido a las autoridades que diluciden este crimen, que ellos tienen
en sus manos los instrumentos de la justicia en el país y tienen que aclararlo,
no estamos acusando a nadie, no estamos emitiendo juicios adelantados.
Esperamos la voz de una justicia imparcial, porque en la motivación del amor no
puede estar ausente la justicia. No puede haber verdadera paz y verdadero amor
sobre bases de injusticia, de violencias, de intrigas».
3. Demandas del pueblo
Entre las demandas que este momento histórico reclama a nuestra sociedad, manifestamos las siguientes:
1. En este día en que se conmemora el 43 aniversario del martirio de Monseñor Romero y con ello el día internacional del derecho a la verdad en relación con violaciones graves de los derechos humanos y la dignidad de las víctimas, pedimos al gobierno de El Salvador, a la fiscalía general de la República, que sean liberadas las personas capturadas injustamente en el contexto de la aplicación del régimen de excepción.
2. También pedimos a la jerarquía de Iglesia Católica a que se pronuncie con claridad a favor de las víctimas, injustamente capturadas, en flagrante violación de sus derechos.
3. Nos manifestamos en contra de toda demagogia y populismo en el ejercicio del poder. Propugnamos un gobierno que resuelva las necesidades reales de la población: regulación de los precios de la canasta básica, educación y salud de calidad, respeto a los recursos naturales, etc.
Estimados hermanos, resucitemos con Monseñor Romero. Sacudámonos la apatía y la superficialidad, superemos el miedo que nos apabulla. Dejemos de ser manada o hato y entremos en el rol de los hombres y mujeres libres, mediante el uso de nuestros derechos, que nadie ni nada nos debe restringir.
¡Viva El Salvador libre, viva Monseñor Romero ¡ ¡Viva la Iglesia de los
mártires ¡
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