martes, 16 de enero de 2024

La autocracia electoral como parásito político

 

 Por: Juan V. Chopin

Se denomina «autócrata» a una persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema de un Estado. Su régimen político es la «autocracia», que es la forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley. Por ello, al autócrata se le confunde con el dictador, el tirano, el déspota y el sátrapa.

La autocracia es un «parásito político» (sit venia verbo) en tanto utiliza el sistema democrático para instalarse en el poder, pero una vez que está dentro del sistema, lo debilita y no decide matarlo de inmediato, porque le ayuda a mantenerse con vida.

Una autocracia se dice «electoral» cuando simula a un sistema democrático basado en elecciones populares. Así, las elecciones celebradas dentro de la autocracia electoral destacan por el control. Es decir, existe una sensación de democracia en cuanto a que los ciudadanos pueden votar y elegir a sus representantes, pero en realidad se vigila y presiona o bien a los candidatos o bien a los electores (Pascual: 2022). 

El autócrata electoral apela, como argumento esencial, al respaldo popular para justificar la concentración de los poderes en un solo individuo y en el grupo que lo apoya.

Los rasgos emblemáticos de esa forma de gobierno incluyen la anulación de los controles democráticos, la degradación de la deliberación pública, la sustitución del libre acceso a la información por la propaganda política emitida por el régimen, el ataque a los medios de comunicación y a las organizaciones de la sociedad civil, el abuso de las facultades en demérito de los derechos de las minorías, la confrontación directa con el poder Judicial independiente y la sumisión política del poder Legislativo (Merino: 2023).

En el proceso de acumulación del poder, el autócrata se verá obligado a cambiar el texto de la Constitución o, al menos, a no tomarlo en cuenta, acusando su texto de ser expresión de un «pacto de corruptos».

Pero el autócrata necesita el apoyo popular (es su fuerza vital). Por ello, no se atreve a anular las elecciones, aunque preferiría mantenerse en el poder sin recurrir a ellas. El brigadier Maximiliano Hernández Martínez en su segunda y tercera reelección sí las anuló.

Esos gobiernos no se instalan a través de asonadas militares, a la manera clásica de las dictaduras, pero promueven la polarización política y utilizan toda la maquinaria del Estado para afirmarse en el mando (Merino: 2023). 

El autócrata es un experto en licuar la memoria y la historia. Así lo considera el Papa Francisco: «un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción» (Francisco: Laudato Si’, n. 14).

Así, para los regímenes autocráticos, las instituciones solo existen en función de las personas que las encabezan, quienes deben obedecer siempre las instrucciones del Ejecutivo. De aquí que cualquier posición contraria a las decisiones tomadas por la “oligarquía política” sea vista como una traición y como prueba de que sus titulares son enemigos del gobierno. Esas instituciones no son apreciadas por sus méritos ni por su apego a la Constitución sino por su obediencia: no hay órganos autónomos sino consejeros o comisionados; no hay poder Judicial sino jueces y ministros; no hay gobiernos estatales sino gobernadores; no hay poder Legislativo sino legisladores. Todos los cargos son vistos desde los nombres propios y las lealtades políticas de quienes los ocupan (Merino: 2023).

Garantizar la vigencia de las normas constitucionales, organizar elecciones apegadas a la ley, abrir la información pública y evitar reformas constitucionales caprichosas son anhelos que se pierden, enrarecidos, en los pocos focos de resistencia que quedan: en algunos medios de comunicación social, en las redes y las organizaciones sociales, en la débil oposición y el casi nulo disenso. Así, la autocracia está a las puertas.

Si para el autócrata el presupuesto histórico y la memoria que lo sostiene son una farsa, entonces lo que sucederá mañana, es decir, en el futuro, es, desde ya, también una farsa. Pero eso no le preocupa, ya que su concepción del tiempo se apega a la era digital, que lo entiende como un presente sin historia.

 

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