viernes, 14 de octubre de 2022

LOS MÁRTIRES «UN DON GRATUITO DEL SEÑOR» En el 4º aniversario de la canonización de San Óscar Arnulfo Romero


14.10.2022

Por: Juan V. Chopin
Foto: Bogran Almendares.

El Papa Francisco, dirigiéndose a la delegación de salvadoreños en la Sala Clementina, Ciudad del Vaticano (Roma), el 14 de octubre del corriente año, citando al beato Cosme Spessotto dice que «los mártires son “un don gratuito del Señor”».

Las palabras del Papa se enmarcan en la conmemoración del cuarto aniversario de la canonización de Monseñor Romero y de la reciente beatificación de los sacerdotes Rutilio Grande y Cosme Spessotto, y de los laicos Nelson Lemus y Manuel Solórzano.

Para esta reflexión me apoyaré en el discurso que compartió con la delegación salvadoreña el día de ayer y lo complementaré con el mensaje que el Papa impartió a los obispos centroamericanos el 24 de enero de 2019, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, realizada en Panamá.

1. Los mártires, «perlas preciosas» de la Iglesia

Lo primero que llama la atención es el modo cómo el Papa ve a los mártires, es decir: como «rubíes bordados en el manto inconsútil [sin costura] de Jesús». La frase evoca la pasión de Cristo, la túnica sin costura de Jesús, el Mártir primordial (cf. Jn 19, 23-24; Ap 1, 5). Muestra así el Papa a su auditorio, con una sutileza encomiable, que hasta el verdugo más cruel sabe apreciar el valor de las cosas. Y el salmo se nos hace patente: «se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica» (Sal 22,19). Estamos ante el manto sin costura del martirio. El único que puede abrigar correctamente el frío de la iglesia sufriente y la tisis de la iglesia indolente.

Las gotas de sangre derramadas por Jesús y por sus mártires «son joyas preciosas», nos dice el Papa, desde su mística del martirio. Pero es también la mística de la cruz, a la manera como la entendía Pablo, como una dialéctica que enfrenta la presunción ―«si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo» (Ga 6,3)― y la donación total ―« ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo¡ » (Ga 6,14)―. Ver a los mártires como algo que me da prestigio y no discernir la profundidad de su legado es caer en la insensatez del que: «atesora riqueza para sí, y no se enriquece en orden a Dios» (Lc 12,21).

El tesoro de los mártires pierde brillo, cuando se les exalta, pero no se le promueve efectivamente. Es lo que lamentaba el profeta Isaías: «me han honrado con sus labios, mientras que su corazón está lejos de mí» (Is 29,13). El Papa no quiere eso y considera que Dios es: «quien nos los presenta ahora para nuestra edificación y como camino a seguir, porque los problemas no terminaron, la lucha por la justicia y por el amor de los pueblos sigue». Lacónicamente sentencia: «son un regalo para nuestra edificación». Por tanto, su legado: «puede y debe ser profundizado en nuestras comunidades», insiste el Papa.

2. Los mártires, «piedra de tropiezo»

No es común que un Papa exprese públicamente su aprecio por un mártir, a menos que ello le palpite en su corazón. Así, Francisco no tiene empacho en reconocer: «Yo sentí mucho la vida de estos mártires, la viví mucho, viví el conflicto de pro y contra. Y es una devoción personal: a la entrada de mi estudio tengo un pequeño cuadrito con un pedazo del alba ensangrentada de san Óscar Romero y una catequesis chiquitita de Rutilio Grande, para que me hagan acordar que siempre hay injusticias por las que hay que luchar, y ellos marcaron el camino». Bastaría con que cada uno de nosotros revisara lo que tiene guardado en sus espacios más íntimos para saber quiénes somos.

Esta vez fue benévolo, Su Santidad. En otras condiciones hubiera dicho: «El martirio de Mons. Romero no fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio-testimonio, sufrimiento anterior, persecución anterior, hasta su muerte. Pero también posterior, porque una vez muerto –yo era sacerdote joven y fui testigo de eso– fue difamado, calumniado, ensuciado, o sea que su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado. No hablo de oídas, he escuchado esas cosas. O sea que es lindo verlo también así: un hombre que sigue siendo mártir. Bueno, ahora ya creo que casi ninguno se atreva pero después de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias. Solo Dios sabe las historias de las personas y cuántas veces, a personas que ya han dado su vida o que han muerto, se las sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua.» (03.10.2015).

Y es que los mártires, par quien no los ama, son piedra de tropiezo. Así, para el mezquino, los mártires, como en la novela de Tolkien, son un tesoro para la degustación personal. Sin embargo, el mártir es piedra angular, no para el gusto personal, sino material precioso e indispensable para la edificación de la nueva Iglesia: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo» (1Pe 2, 4-5). De lo contrario se convierte: «en piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra» (1Pe 2, 8).

3. Martirio y sinodalidad

Jesucristo decía que Él era el Camino (cf. Jn 14,6). Con ello proponía el mét-odo(s) para estar en el mundo. Santo Tomás de Aquino, interpretando esto, sostenía que lo importante no es de dónde partimos y a dónde llegamos, sino cómo hicimos para llegar. En este sentido, el Papa propone el pensamiento de Rutilio Grande, como aporte contextualizado para andar el camino: «En estos momentos en los que estamos llamados a reflexionar sobre la sinodalidad de la Iglesia, tenemos en estos mártires el mejor ejemplo de este «caminar juntos», pues el padre Grande fue martirizado mientras “caminaba hacia su pueblo” (cf. San Óscar Romero, Homilía 14 marzo 1977). Eso es lo que cada uno de ustedes, obispos, sacerdotes y agentes pastorales, piden hoy al Señor, ser como ese “sacerdote —Rutilio— con sus campesinos —los beatos Manuel y Nelson—, siempre de camino hacia su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos” (cf. ibíd)».

Pero para lograr eso, nos dice el Papa, no es suficiente con «pasear al santo en una imagen de devoción, sino que implica, sobre todo, asumir el testimonio de la fe, la esperanza, el amor que este santo nos dejó en su vida».

4. Martirio y denuncia profética

San Pablo exhortaba: «no os acomodéis al mundo presente» (Rm 12,2). En el sentido de no recorrer el camino más fácil, de estar con el más poderoso, bajo el argumento de estar con los pobres. Ya los evangelistas prevenían: «sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros» (Mt 20,25-26).

Por ello el Papa nos anima: «Y este proyecto de camino, de camino espiritual, de oración, de lucha, a veces tiene que tomar la forma de la denuncia, de la protesta, no política, nunca, evangélica siempre. Mientras haya injusticias, mientras no se escuchen los reclamos justos de la gente, mientras en un país se estén dando signos de no madurez en el camino de plenitud del Pueblo de Dios, ahí tiene que estar nuestra voz contra el mal, contra la tibieza en la Iglesia, contra todo aquello que nos aparta de la dignidad humana y de la predicación del Evangelio». De hecho, el Papa llega a ser mucho más enfático, habla de: «los más pobres, los presos, los que no les alcanza para vivir, los enfermos, los descartados».

5. La kénosis de los mártires hoy

El Papa Francisco dice que la vida y la enseñanza de San Romero «son fuente de inspiración para nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros obispos. Él también fue mala palabra. Sospechado, excomulgado en los cuchicheos privados de tantos obispos». Pero, sobre todo, nos interesa lo que dice acerca de la genética de la Iglesia centroamericana, en orden a su configuración histórica: «Apelar a la figura de Romero es apelar a la santidad y al carácter profético que vive en el ADN de vuestras Iglesias particulares».

La kénosis sacerdotal va orientada en la línea de un episcopado que está más allá de su funcionalidad ministerial y se ve más en una línea paterna, donde la compasión y la comprensión tienen un puesto central. De tal modo que al exaltar la figura de Monseñor Romero y proponerlo como modelo de pastor, se ponen en cuestión los modos autoritarios y feudales de ejercer el episcopado. El Papa, estaría proponiendo un modelo de pastor en Monseñor Romero, amén también del descrédito que pesa sobre la casta sacerdotal debido a los delitos cometidos por algunos de ellos.

La kénosis pobre aparece más evidente, en cuanto que el Papa Francisco se inscribe en la corriente eclesial que privilegia la expresión de la Iglesia como Iglesia de los pobres y para los pobres (Juan XXIII, Pablo VI). Una Iglesia que toma distancia de los poderes hegemónicos y de los «padrinos» cuyas ayudas a la Iglesia proceden del crimen organizado o de negocios mal habidos en general. Se centra más en la línea testimonial y martirial, que se coloca de la parte de los marginados y comparte su destino, muchas veces hasta la muerte.

6. Conclusión

Al haber inspirado nuestra reflexión en la sangre de los mártires como piedra preciosa y angular de la comunidad crisrtiana, vienen a nuestra mente aquellas enigmáticas palabras: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen» (Mt 7, 6).

Romero es esa piedra viva desechada por los arquitectos salvadoreños. Es el primogénito de los muertos salvadoreños.

Al interno de este escenario eclesial recreativo o genético, los pastores deben renunciar al modelo dominador y prepotente, optando por el servicio y la compasión, en el modo como aparecen en la persona de Monseñor Romero. Una nota indispensable en la nueva expresión de la Iglesia salvadoreña es saber escuchar el clamor del pueblo y, al interno de este pueblo, poner atención a los jóvenes y a los pobres; pero no solo por razones sociológicas, en cuanto estos conglomerados sociales constituyen la mayoría de la población, sino por razones teológicas, puesto que en ellos se revela Dios en modo privilegiado. Una nueva primavera misionera es posible en América Central, en tanto en cuanto asumamos el reto planteado por el Papa Francisco en su discurso, sumándonos a la Iglesia profética, pobre y kenótica, inspirada en la sangre de los mártires.

«La Palabra de Dios no está encadenada» (2Tm 2,9).

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