lunes, 12 de noviembre de 2018

MONSEÑOR ROMERO Y LOS JÓVENES



Por. Juan Vicente Chopin[1]

La concepción que tiene Mons. Romero de los jóvenes es de tipo vocacional. En su magisterio están íntimamente relacionadas la idea de que haya más jóvenes candidatos para el sacerdocio y la idea de que ellos pueden aportar mucho a la transformación del mundo actual. Esas dos ideas las contextualiza en la situación socio-política que está viviendo El Salvador y en el magisterio eclesiástico latinoamericano, en particular el n. 15a del documento de Medellín (apartado Juventud) y el n. 1129 del documento de Puebla, a partir de los cuales inicia la construcción de una Iglesia pobre, misionera y pascual, en la que tienen un lugar privilegiado los pobres y los jóvenes. En ese sentido, el artículo presenta brevemente el contexto del tema en cuestión y en seguida desarrolla dos aspectos, por una parte, la importancia de las vocaciones en el magisterio de Mons. Romero y por otra el aporte que los jóvenes pueden dar a transformación social[2].

1.      Los pobres y los jóvenes en el corazón de Mons. Romero
Los argumentos que Mons. Romero aborda acerca de los jóvenes en sus homilías como arzobispo, se enmarcan, desde el punto de vista histórico, en la situación socio-política que está viviendo El Salvador, entre 1977 y 1980. Se trata de una guerra civil entre el ejército militar del Estado salvadoreño y las organizaciones revolucionarias del movimiento de izquierda. El punto aquí no es describir esa parte de la historia salvadoreña, sino poner de manifiesto que ambos ejércitos ─el estatal y el guerrillero─ requieren la incorporación de personas jóvenes para poder lograr sus objetivos militares. Evitar eso, era una preocupación recurrente en Mons. Romero, la cual lo lleva a rechazar el recurso a la violencia de las partes en conflicto. En este punto Mons. Romero se encuentra en una encrucijada entre las presiones de los militares, que lo acusan de «comunista» y los guerrilleros que esperan de él una aprobación del levantamiento armado. Pero Mons. Romero no cede a ninguna de las dos partes y se mantiene fiel a la praxis del amor evangélico y a los dictados del magisterio eclesiástico.
Ahora bien, Mons. Romero es fiel a las orientaciones pastorales emanadas del magisterio latinoamericano, en particular Medellín (1968) y Puebla (1979). Sin embargo, las orientaciones de Medellín son las que más aplica, por evidentes razones cronológicas, en tanto Puebla logra aplicarlo solamente el último año de su vida como arzobispo de San Salvador.
Así, el punto de partida de su ministerio al frente de la arquidiócesis de San Salvador es el numeral 15a de Medellín, en el cual se afirma: Que se presente cada vez más nítido en Latinoamérica el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres[3].
De momento hay que resaltar dos aspectos. En primer lugar, el n. 15a forma parte del sub-apartado V de Medellín, en que se trata de la Juventud; por tanto, se da por supuesto que en América Latina la configuración histórica de la Iglesia no es posible sin la participación activa de los jóvenes. En segundo lugar, Mons. Romero asume la triple caracterización de la Iglesia ─ pobre, misionera y pascual ─ como presupuesto de su ministerio episcopal en la arquidiócesis de San Salvador y aplica el concepto de liberación así como aparece en el magisterio de Pablo VI. Estos argumentos son claramente asumidos en su primera carta pastoral:
«Cuando he llamado “hora pascual” a este momento de nuestra Arquidiócesis, pensaba en toda esta exuberante potencialidad de fe, esperanza y amor de Cristo resucitado –viviente y operante- ha provocado en los diversos sectores de nuestra Iglesia particular y aún en sectores y personas que no pertenecen ni participan todavía en nuestra fe pascual. Con emoción de pastor me doy cuenta de que la riqueza espiritual de la Pascual, la herencia máxima de la Iglesia, florece entre nosotros y que ya se está realizando aquí el deseo que los Obispos expresaron en Medellín al hablar a los jóvenes:
“que se presente, cada vez más nítido, en América Latina, el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”»
[4].

En realidad, Mons. Romero le está dando continuidad al magisterio de Mons. Luis Chávez y González, quien había afirmado antes: «En la variedad de riqueza de las distintas Iglesias particulares el Espíritu Santo descubre y realiza la fisonomía y la vocación de la Iglesia: pobre, misionera, pascual, libre de todo poder humano y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres»[5]. En este sentido, Mons. Romero asume el magisterio de Mons. Luis Chávez y González y hace las debidas aplicaciones en el contexto de la guerra civil salvadoreña.

El otro documento latinoamericano que Mons. Romero tiene de referencia es el documento de Puebla. En la cuarta parte del documento, en la que se trata acerca de la Iglesia misionera al servicio de la evangelización en América Latina, se afirma lo siguiente: Así aparece palpable en América Latina la pobreza como sello que marca a las inmensas mayorías, las cuales al mismo tiempo están abiertas, no sólo a las Bienaventuranzas y a la predilección del Padre, sino a la posibilidad de ser los verdaderos protagonistas de su propio desarrollo[6].
Pero el numeral que más llama la atención a Mons. Romero es el n. 1132, en el cual se afirma: Los pobres y los jóvenes, constituyen, pues, la riqueza y la esperanza de la Iglesia en América Latina y su evangelización es, por tanto, prioritaria. Es decir, ambos segmentos de la población son indispensables en el proceso evangelizador. Así lo afirma en una de sus homilías:
Los pobres son un signo en América Latina. Las mayorías de nuestros países son pobres y, por eso, están capacitadas para recibir estos dones de Dios y, llenos de Dios, ser capaces de transformar sus propias sociedades. Me gusta que, junto con los pobres, Puebla dice que este signo es también de los jóvenes. Queridos jóvenes, ustedes son, como los pobres en América Latina, los signos de la presencia de Dios. Nuestra Iglesia siente un cariño especial, una responsabilidad especial por la mayoría pobre y por los jóvenes. Jóvenes y pobres van a reconstruir nuestra patria, confiemos de verdad que así ha de ser si nos disponemos como pueblo pobre y como pueblo joven, que lo es en su inmensa mayoría, a que la resurrección del Señor encuentre en esos dos grandes signos de El Salvador, pobres y jóvenes, los elementos capaces de reconstruir. No desesperemos, porque si esta es la esperanza de América Latina, en El Salvador hay mucha esperanza porque hay muchos pobres y muchos jóvenes (Homilía: 17 febrero 1980).

Mons. Romero cifra las esperanzas de construcción del tejido social salvadoreño en el aporte de los pobres y los jóvenes, porque en nuestro país constituyen la mayoría de la población y porque en ellos ha puesto Dios su mirada.    
En resumen, si por una parte la lógica pragmática y asesina de la guerra civil consume a los jóvenes y a los pobres, por otra parte, en la visión de Mons. Romero, son ellos los que, organizados, con juicio crítico e inspirados por el Espíritu Santo, «van a reconstruir nuestra patria».

2.      El joven, protagonista en un pueblo sacerdotal

La vocación y misión de los jóvenes, según Mons. Romero, se enmarca en la misión que la Iglesia tiene en la historia, en cuanto pueblo sacerdotal, incluso la vocación y misión que se desarrolla en el ámbito socio-político.

En su propuesta eclesial, Mons. Romero respeta la estructura formal y tradicional del desarrollo de la vocación en la Iglesia. Es decir, la primera forma de pertenencia a la Iglesia es el bautismo y ese bautismo debe ser asumido conscientemente en el sacramento de la confirmación. Esta es una idea muy frecuente en la predicación de Mons. Romero. Por ello, cuando realiza el sacramento de la confirmación en alguna comunidad, suele decir: que la edad de la confirmación tenía que ser esa, la de la juventud. Es un sacramento de juventud (Homilía: 25 septiembre 1977). Al mismo tiempo, el ejercicio práctico de dicha toma de conciencia debe hacerse en los ambientes normales y cotidianos de la existencia humana, sin buscar expresiones extraordinarias, buscando llegar a todos los ámbitos de la vida social:

Por eso, hermanos, es necesario que a la luz de Cristo Rey, examinemos que esas tres categorías de Cristo —profeta, sacerdote y rey— son características que el bautismo ha dado a cada bautizado para que colabore con Cristo. Como sacerdote, cada cristiano tiene que colaborar para que el mundo sea consagrado a Dios. El padre de familia, la madre de familia, los jóvenes, los niños, los bautizados, todos tienen que sentirse pueblo sacerdotal y hacer que su hogar, su empresa, su hacienda, su finca, su negocio, su trabajo, su taller, todo sea iluminado por esta realeza de Cristo, nuestro Señor (Homilía: 20 noviembre 1977).


Sin embargo, se evidencia que para Mons. Romero la pertenencia a la Iglesia no es solo una formalidad de tipo estructural. Más bien le da un sentido sobrenatural, es decir, para él el trabajo es una forma de enaltecer a la persona humana hasta «divinizarla», en el sentido de aproximarla más a Dios: Un día, dice el Concilio, todo este pueblo sacerdotal: religiosas, matrimonios, jóvenes universitarios, profesionales, campesinos, obreros, jornaleros, señoras del mercado, todo lo que es pueblo de Dios necesita hacer divino eso que trabaja con sus manos; ellos son pueblo sacerdotal. Ustedes le dan a todo su trabajo, en que se ganan la vida, un sentido divino, ofreciéndolo como hostias a Dios (Homilía: 28 mayo 1977).

Ese principio vocacional, que inicia con el bautismo y madura en la confirmación, debe alcanzar su plena realización en aquellos sacramentos que configuran la vida madura de un cristiano. En esta línea, Mons. Romero hizo referencias constantes a los jóvenes seminaristas y a los sacerdotes, para que ellos asumieran responsablemente su misión en la historia:

Entonces, hermanos, nos interesa mucho que estos jóvenes, diocesanos o religiosos, se formen en estas ideas santas de la Iglesia actual; que sean sacerdotes de su tiempo, que sean sacerdotes que defienden los derechos de Dios en medio de los hombres que son imagen de Dios, que sean verdaderamente los heraldos de un Evangelio del que Cristo dijo: “La verdad os hará libres”, de un Evangelio sin ataduras, de un Evangelio auténtico, de renovación; y, al mismo tiempo, sean el ejemplar auténtico de ese Evangelio que predican; sacerdotes santos, sacerdotes que su misma presencia arrastre hacia Cristo a los hombres, sacerdotes que sean en sus comunidades verdadero fermento de un cristianismo como lo necesitamos hoy. Gracias a Dios, hermanos, tenemos muy buenos sacerdotes y quisiéramos que nuestros seminaristas estudiaran su sublime ideal (Homilía: 28 mayo 1977).

Aunque estamos hablando de la doctrina tradicional de la Iglesia acerca de la vocación y misión de un cristiano en el mundo, sin embargo, la situación socio-política que vive El Salvador en ese momento, hace de lo ordinario algo extraordinario, en el sentido de la peligrosidad que comporta en esos años dar testimonio del Evangelio. Por ello, Mons. Romero habla con claridad a sacerdotes y seminaristas, para que asuman con parresía (valentía) su ministerio sacerdotal:

La misión del sacerdote tiene que ser muy grande para que así la traten, como trataron a Jesús, como trataron a los apóstoles. El ministerio de la Iglesia siempre será perseguido; no tenemos que extrañarnos de llamar a la Iglesia perseguida, si es una de sus notas históricas. Y los sacerdotes tenemos que estar dispuestos al martirio, a la persecución; y a los jóvenes seminaristas de hoy me gusta oírles decir que hoy sienten más ganas de su sacerdocio, se sienten más atraídos a esta obra que no es de apoltronados, de comodones, sino que es de héroes, de valientes, de seguidores de Cristo hasta la cruz (28 mayo 1977).

Algo muy importante en la cita anterior es que Mons. Romero considera que en El Salvador, una nota histórica de la Iglesia es el ser perseguida. Entonces la Iglesia no es solo una, santa, católica y apostólica; es también «perseguida». Es decir, no es algo transitorio en ella o meramente estético, sino un aspecto ínsito a su naturaleza sacramental. En este punto Mons. Romero no sólo exhortó a sus fieles a vivir con heroísmo su fe cristiana, sino que camina delante de la comunidad, testimoniando en primera persona aquello que predica. Y todo ello engrandece el ministerio sacerdotal, lo hace más creíble: Y ahora cuando los sacerdotes somos perseguidos, calumniados y hasta asesinados, sentimos que esas figuras sacerdotales se agigantan y hay muchos jóvenes que sienten el impulso de la vocación (Homilía: 28 mayo 1977).

Finalmente, Mons. Romero tiene frecuentes alusiones a la manera cómo los jóvenes deben vivir su compromiso político y su militancia en las organizaciones populares:

De allí, queridos jóvenes, si ustedes pertenecen a organizaciones políticas populares, magnífico; pero que sean cristianos. No se olviden que, al ir a confundirse con el pueblo en general, con las organizaciones populares, ustedes llevan un compromiso especial. Ustedes, además de ser pueblo de El Salvador, son pueblo elegido de Dios, pueblo sacro, consagrado a Dios, pueblo amado de Dios. No pierdan ese amor haciendo locuras que, talvez, les pueden imponer otras ideologías. Sepan ser fermento en sus organizaciones; sepan dar su compromiso político sin traicionar el amor que Dios les tiene como pueblo de Dios; sepan ser, donde quiera que vayan, familia de Dios. Así como no nos avergonzamos de nuestro hogar estando donde estemos, tampoco nos hemos de avergonzar ni sentirnos menos porque somos cristianos, ante otros que se vanaglorian de su poca fe (Homilía: 30 diciembre 1979).

Digna de resaltar es la  invitación que hace a los jóvenes a no perder su identidad cristiana incluso cuando son miembros del movimiento revolucionario. Pero les hace un claro llamado a ser fermento en la masa. Aun cuando los jóvenes participen en las organizaciones populares, ellos, al mantener firme su fe, siguen formando parte del Pueblo de Dios.
De modo que Mons. Romero no se opone a que los jóvenes participen en los procesos de liberación, pero exhorta a dicha liberación sea llevada a cabo desde los principios evangélicos y no solamente a partir de motivaciones intramundanas o inmanentes, sino inspirados por el Espíritu de Dios:

Por eso, no me canso de decir a todos los hombres, sobre todo, a los jóvenes que anhelan la liberación de su pueblo, que admiro su sensibilidad social y política, pero que me da lástima que la gasten por caminos que no son los verdaderos; que la Iglesia les está diciendo: por este camino, por el de Cristo. Pongan todo su empeño, toda su entrega, todo su sacrificio, hasta el afán de morir, pero muriendo por la causa de la liberación verdadera, que la ha garantizado aquel que está empapado del Espíritu de Dios y que no nos puede dar caminos de engaño; el que puede asumir todas las preocupaciones liberadoras, reivindicativas del pueblo, que son gritos que claman hasta Dios y que Dios tiene que escucharlos (Homilía: 27 enero 1980).


En el contexto en que dio esas declaraciones era difícil que escucharan a Mons. Romero, pero en ese momento era la única voz que clamaba por una sociedad  justa y pacífica, de ahí su empeño por alejar a los jóvenes del influjo negativo de las fuerzas que contendían en la guerra: Por más grandes que sean las preocupaciones y las responsabilidades de las luchas por el pueblo, no nos quedemos así, con energías inmanentes, sin trascendencia. Yo quisiera que hubiera muchos políticos, muchos jóvenes y hombres que se organizan, pero con un gran profundo sentido cristiano, y que llevaran este testimonio de trascendencia a este proceso de nuestro pueblo, que hoy, más que nunca, necesita el testimonio cristiano (2 marzo 1980).

3.      Los jóvenes, esperanza para el mundo

Según Mons. Romero, Dios tiene un designio sobre esa juventud de El Salvador (Homilía: 16 octubre 1977). Ahora bien, para poder forman parte de ese designio, los jóvenes deben responder a una pregunta fundamental: esto es lo más importante de vuestras vidas, queridos jóvenes: ¿para qué me quiere Dios? Y saber discernir por encima de todos los considerandos económicos y familiares: ¿para qué me quiere Dios? (Homilía: 30 diciembre 1979).

En definitiva, aquello que permite a un joven concretar su vocación es responder a las preguntas fundamentales de la vida. De tal mondo, que la vocación cristiana en general, que nace con el bautismo, debe concretarse en un proyecto de vida, por medio del cual el joven encuentra su justa colocación en el entramado histórico. Así lo piensa Mons. Romero:

Queridos hermanos, sobre todo ustedes, queridos jóvenes y niños, pregúntense como los Magos: “¿Esta es mi estrella?, ¿dónde está la realización plena de mi vida?, ¿dónde me quiere el Señor?”. La vocación la tenemos todos. No nace un hombre ni una mujer sin vocación de Dios. Todos tenemos un puesto en la historia, conocer ese puesto y desarrollarse allí es realizar su propia personalidad. Seamos felices buscando siempre para qué me quiere Dios (Homilía: 6 enero 1980).


Se trata de una cuestión escatológica, en cuanto que la categoría que rige este designio es la esperanza. De hecho, Mons. Romero sostiene que los jóvenes son esperanza de que en El Salvador hay fuerza salvífica de Dios encarnada también en los hombres (Homilía: 23 diciembre 1979). Y el cometido no es otro que la implantación del reino de Dios (Homilía: 24 septiembre 1977). Y no se trata de ser meros espectadores, sino de involucrarnos en el proceso de construcción: A ustedes, que en sus hogares como padres de familia, como madres de familia, como jóvenes en el mundo, están viviendo la belleza de esta hora cargada de esperanzas, sean protagonistas de la historia de la Iglesia. Préstenle todos sus brazos, toda su fuerza, todo su corazón (Homilía: 24 septiembre 1977).

Sin embargo, Mons. Romero identifica algunos aspectos que pueden obstaculizar la realización de ese reino, es decir, menciona algunos elementos que conforman el anti-Reino, entre ellos menciona: la violencia, los vicios y la tecnología.


Cuidado, hermanos, hay muchos, sobre todo entre los jóvenes, que ya no creen en las fuerzas espirituales y se lanzan a la guerrilla, y se lanzan al secuestro, y se lanzan a la violencia, como si ahí estuviera la solución. Cómo quisiera yo desvirtuar todas esas falsas idolatrías, que al fin y al cabo no son más que debilidades de la carne y que no conducen a nada bueno, para poner en cambio en el corazón de los guerrilleros, de los violentos, de los que atropellan, de los que torturan, de los que ponen su fuerza en el dinero, en la política, que la fuerza solamente viene de Dios; y que solo la fe es capaz de trasladar montañas y de hacer felices a los pueblos y a la historia (Homilía: 2 de octubre 1977).

En la visión de Mons. Romero lo que está sucediendo en ese momento en El Salvador no es solamente un conflicto social. La situación él la lee desde un punto de vista teológico, en el sentido de que considera que las personas, y en este caso los jóvenes, están idolatrando las realidades del mundo. La actitud correcta según él no es solo un compromiso social, sino un compromiso social desde la fe cristiana y sus valores.

Por otra parte, Mons. Romero distingue entre pobreza digna y pobreza indigna. Cuando explica la segunda da por supuesto que muchas personas viven su pobreza en modo acrítico, es decir sin preguntarse las causas de la misma. De ahí su afán por concientizar a los pobres, para que sean ellos protagonistas de su liberación y por supuesto, en esa tarea incluye a los jóvenes:

Jóvenes que me escuchan, no está allí la felicidad: en la droga, en el aguardiente, en la prostitución, en el robo, en el crimen, en la violencia. No, son bellotas de cerdos. Jamás te vas a sentir satisfecho. Fíjense cómo hay una pobreza pecadora. La pobreza del hijo pródigo era fruto de su propia mala cabeza. Y cuando la Iglesia se llama la Iglesia de los pobres, no es porque esté consintiendo en esa pobreza pecadora. La Iglesia se acerca al pecador pobre para decirle: conviértete, promuévete, no te adormezcas. Tienes que comprender tu propia dignidad. Y esta misión de promoción que la Iglesia está llevando a cabo también estorba; porque a muchos les conviene tener masas adormecidas, hombres que no despierten, gente conformista, satisfecha con las bellotas de los cerdos.
La Iglesia no está de acuerdo con esa pobreza pecadora. Sí, quiere la pobreza, pero la pobreza digna, la pobreza que es fruto de una injusticia y que lucha por superarse, la pobreza digna del hogar de Nazareth. José y María eran pobres, pero qué pobreza más santa, qué pobreza más digna. Gracias a Dios tenemos pobres también de esta categoría entre nosotros, y desde esa categoría de pobres dignos, pobres santos (Homilía: 11 septiembre 1977).


Podríamos decir, en este segundo aspecto, que Mons. Romero se santifica concientizando a los pobres y su santidad los dignifica. Muy pocas veces en la historia de El Salvador un pastor estuvo tan cerca de los marginados. En este sentido, Mons. Romero hace, como dice la Carta a los Hebreos (5,1), de puente entre Dios y los hombres; en él Dios se acerca a los pobres y los pobres se acercan a Dios. Es la sacramentalidad más diáfana y la más fecunda.

El tercer aspecto que Mons. Romero considera nocivo para la realización de los jóvenes es el mal uso de los recursos tecnológicos y en esto hay que decir que Mons. Romero se adelantó en mucho a sus colegas sacerdotes y obispos. Cuando él era sacerdote en la diócesis de San Miguel hizo declaraciones muy clarividentes al respecto.

Probablemente por su sensibilidad a los medios de comunicación, Mons. Romero desarrolla una visión crítica de la relación que los jóvenes deben establecer con los dispositivos electrónicos y digitales. Más que todo advierte del vaciamiento moral y espiritual que una persona puede padecer si se deja dominar por el influjo de los objetos electrónicos:

«…la vida moderna ha robado el tiempo a los valores espirituales: la carrera vertiginosa de la vida sigue el ritmo de la edad maquinaria que vivimos. El hombre está orgulloso de este adelanto técnico… sin embargo es necesario detenerse de vez en cuando unos minutos para orar. El hombre que no tiene tiempo para orar se ha hecho una máquina… solo es hombre el hombre que se sobrepone a la máquina y el vértigo moderno para sentirse en la serenidad de la plegaria un hijo de Dios»[7]

En estos momentos de la historia sus palabras acerca de la tecnología resultan proféticas, dominados como estamos por ella. Con una lucidez que impresiona afirma: La fuerza más potente del mundo no es el vapor, sino la fe. La energía más valiosa del mundo no es la electricidad sino el amor. El ideal más digno del hombre no es el campeón de boxeo, sino el santo. El tesoro más sublime del hombre no es la máquina, sino el alma[8]. Lo más sorprendente es que estas ideas las dijo cuando era un joven sacerdote.

Ya siendo obispo mantenía sus puntos de vistas al respecto, dejando claro que él tenía mucho respeto también de la ciencia y la tecnología:


Anoche, en una bellísima ceremonia, la graduación de los bachilleres del tecnológico de los salesianos, llena la iglesia de María Auxiliadora, yo les decía a los jóvenes: jóvenes, la Iglesia no les va a arrebatar su cultura y su técnica. Es la primera en respetar la autonomía de todas las culturas y de todas las técnicas. Pero sí quisiera decirles, como mensaje de la Iglesia, que se gloríen no solo de su técnica, que se gloríen de haberse educado en un colegio católico, y que le den inspiración cristiana a todo lo que ustedes van a hacer y valer en el mundo. Que no sean ya la vieja civilización del tanto vales, cuanto tienes. El hombre hoy no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Y el hombre es en la medida que es cristiano, porque todo hombre se realiza en la medida en que se realiza según el modelo del Hijo del hombre, Cristo, nuestro Señor (23 octubre 1977).

Estas mismas palabras, dichas en el presente histórico, retoman mucha actualidad, sobre todo en una era en la que muchas personas han vaciado su alma en los dispositivos tecnológicos y se mueven como narcotizados por los Smartphone, a los cuales han ofrendado su inteligencia.


4.      Conclusión
Durante el ejercicio de su ministerio arzobispal en San Salvador, para Mons. Romero las fuerzas principales de transformación social y eclesial son los pobres y los jóvenes. La razón más evidente es porque constituyen los grupos humanos más numerosos de la sociedad salvadoreña. Pero también porque eran los sectores más golpeados por la situación socio-política. Los movimientos armados en beligerancia usaban a los jóvenes para sus propósitos militares.
La vocación y misión de los jóvenes en la sociedad y en la Iglesia se lleva a cabo si ellos forman parte en modo consciente del pueblo sacerdotal o Pueblo de Dios. Para pertenecer a ese pueblo se requiere el bautismo para formar parte de la estructura visible de la Iglesia, pero supone además un proceso de concientización que tiene su primer nivel en el sacramento de la confirmación y su culminación en una vocación más madura, que puede ser el sacramento del sacerdocio. Este sacerdocio no puede ser visto como una forma de acomodación, sino que supone heroicidad y valentía al punto de ofrendar la vida si es necesario.
Los factores que según Mons. Romero impedían a los jóvenes la construcción del Reino de Dios en esos años eran la violencia, los vicios y la tecnología. Para poder vencer estas tentaciones los jóvenes deben desarrollar un espíritu crítico, con el fin de salir del estado de adormecimiento a los que estaban sometidos. Muy importantes son sus observaciones relativas al mal uso de la tecnología, que puede llegar incluso al vaciamiento espiritual de la persona.
Mons. Romero no se oponía a que los jóvenes participaran el las organizaciones sociales, pero siempre les exigió que no perdieran su identidad cristiana. La liberación que les predicó siempre sintonizó con la visión que de ella tenía el Papa Pablo VI, una liberación de todos los hombres y de todo el hombre.
Mons. Romero, hasta la fecha aun fascina a muchos jóvenes, ya sea por la crisis de liderazgos que vive nuestra sociedad como por la admiración que sienten de su talante profético. De modo que asumir en la propia vida las virtudes que llevaron a Mons. Romero hasta el martirio sigue siendo una fuente de inspiración en una cultura light y líquida, en la que el placer y la superficialidad campean, con su falta de compromisos y con una concepción del tiempo inmediatista, sin memoria histórica; con un concepto de realidad virtual que casi nunca desemboca en compromisos concretos a favor de los marginados y descartados de la historia.



[1] Director del Doctorado en Teología de la Universidad Don Bosco.
[2] He tomado como fuente primaria para redactar este artículo las homilías de Mons. Romero, cuando fue arzobispo de San Salvador, entre 1977 y 1980.
[3] Celam, Documento Medellín (Juventud), n. 15ª.
[4] O. A. Romero, Primera Carta Pastoral Iglesia de la Pascua (10.04.1977).
[5] Luis Chávez y González, Quincuagésima Primera Carta Pastoral Acerca de la celebración de la Primera Semana Arquidiocesana de Pastoral (30 de noviembre de 1975), pág. 16.
[6] Celam, Documento Puebla, n. 1129.
[7] O. A. Romero, «El primer mandamiento y la oración», en Semanario Chaparrastique, N° 2025 (14 de agosto de 1954), pág. 325-326.
[8] O. A. Romero, «Si habéis resucitado con Cristo», en Semanario Chaparrastique, N° 1766 (9 de abril de 1949), pág. 143-144.

No hay comentarios:

LA UNIVERSIDAD DONDE TRABAJO EN EL SALVADOR

LA UNIVERSIDAD DONDE ESTUDIE Y DONDE INICIE LA DOCENCIA

Seguidores