Por: Juan Vicente Chopin
1. Enfoque
La
misión es un acto de misericordia. Esto es así por una razón teológica, que no
hemos sido nosotros los que amamos primero a Dios, sino que él nos amó y nos
envió a su Hijo (cf. 1Jn 4,10). En
todo acto misionero hay una prioridad de Dios respecto de los actos humanos. A
eso se refiere el Papa Francisco cuando afirma que: «En cualquier forma de
evangelización el primado es siempre de Dios» (Evangelii Gaudium, 12).
Ahora
bien, nosotros hemos tenido acceso a ese amor misericordioso de Dios, en primer
lugar, en el acto creador, pero sobre todo, en el acto redentor, en cuanto,
«Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre» (Misericordiae Vultus, 1). Tenemos acceso a la misericordia del Padre
en la caridad del Hijo. Como nos dice el Papa en su mensaje: «La manifestación
más alta y consumada de la misericordia se encuentra en el Verbo encarnado» (Mensaje).
Por
consiguiente, lo que nosotros vivimos en la actualidad y que sostiene nuestro
testimonio en la historia es el amor misericordioso del Padre, revelado en
Jesucristo. Se trata de un Dios cercano a todo el género humano, pero en
particular de los pobres: él «se implica con ternura en la realidad humana del
mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos» (Mensaje).
Finalmente,
el Espíritu Santo continúa en la historia de la humanidad sosteniendo y
haciendo presente en nosotros el amor del Padre, de tal suerte que las personas
con quienes nos encontramos puedan también ver en nuestros actos ese amor con
el cual hemos sido redimidos. A tal punto que si nosotros conocimos el amor de
Dios por la «salida» de Dios en el Hijo, asimismo, la Iglesia sigue ese mismo
dinamismo de salida y va al encuentro de los hombres ejerciendo «un diálogo
respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas» (Mensaje).
2. Escuchemos al Papa
Ahora meditemos dos textos del magisterio del
Papa Francisco para profundizar nuestra misión en la historia:
De la Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, n. 12:
Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería
un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante
todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es «el
primero y el más grande evangelizador»[Evangelii Nuntiandi, 7]. En cualquier forma de evangelización el
primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e
impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo
misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que
Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe
manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1
Jn 4,19) y que «es Dios quien hace
crecer» (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en
medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero.
Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo.
Del Mensaje del Domund 2016:
La misericordia hace que el
corazón del Padre sienta una profunda alegría cada vez que encuentra a una
criatura humana; desde el principio, él se dirige también con amor a las más
frágiles, porque su grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en
su capacidad de identificarse con los pequeños, los descartados, los oprimidos (cf. Dt 4,31; Sal 86,15;
103,8; 111,4). Él es el Dios bondadoso,
atento, fiel; se acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos,
especialmente de los pobres; se implica con ternura en la realidad humana del
mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos (cf. Jr 31,20). El término usado por la Biblia para
referirse a la misericordia remite al seno materno: es decir, al amor de una
madre a sus hijos, esos hijos que siempre amará, en cualquier circunstancia y
pase lo que pase, porque son el fruto de su vientre. Este es también un aspecto
esencial del amor que Dios tiene a todos sus hijos, especialmente a los
miembros del pueblo que ha engendrado y que quiere criar y educar: en sus
entrañas, se conmueve y se estremece de compasión ante su fragilidad e
infidelidad (cf. Os 11,8).
Y, sin embargo, él es misericordioso con todos, ama a todos los pueblos y es
cariñoso con todas las criaturas (cf. Sal 144.8-9).
3. La misión compartida
El Papa Francisco ha querido que el Domund sea contextualizado en el Jubileo
de la misericordia, cuyo lema principal es Misericordiosos como el Padre, en el modo como lo entiende el evangelista Lucas:
« Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es
misericordioso » (Lc 6,36).
De tal manera que si el punto de partida de la
misión puede ser visto a partir de un imperativo, así también y con el mismo grado de importancia, la
misión tiene sentido solo si se realiza bajo el imperativo de la misericordia.
La perspectiva jubilar en que enmarca el Papa la
celebración del Domund de este año
puede resumirse con sus palabras:
«Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo
habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el
tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la
evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de
testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía
la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre» (Misericordiae Vultus, 4).
Pautas
para el diálogo:
a)
Si la
misericordia de Dios es el punto de partida de la misión: ¿qué aspectos de
nuestra vida personal y social hacen que
relativicemos este principio constitutivo de la misión?
b)
El
Mensaje del Papa dice de Dios que «Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se
acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los
pobres». ¿Qué puesto tienen los pobres en el proceso evangelizador de nuestra
comunidad? ¿Son los protagonistas o son solo meros destinatarios?
c) ¿Qué propósitos y qué acciones hay que tomar para que
la misericordia sea efectivamente aquello que sostenga la actividad misionera
de la Iglesia?
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