Había prometido publicar algunos temas suplementarios. Inicio con el que obtuvo más votos. No es un tema fácil de tratar, pero haré el intento de presentarlo en sus líneas generales.
San Agustín decía que la iglesia camina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios y su intuición entró en el Concilio Vaticano II: en el n. 8 de la Lumen Gentium se afirma que así como Cristo, efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia está destinada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación[i].
Para la Iglesia no es opcional realizar su misión en pobreza y persecución, esa condición le viene impuesta por su misma naturaleza histórico-sacramental.
Ahora bien, para que la Iglesia pueda realizar esa misión en fidelidad a ese principio se requiere un ejercicio constante de la responsabilidad en la historia, es decir, debe asumir los dolores y sufrimientos del mundo como propios, pues, con ello sigue los pasos de Jesús; en otras palabras, está llamada al ejercicio de la misericordia.
Evidentemente, cuando la Iglesia se toma en modo responsable su misión sacramental en la historia, esto casi siempre la lleva a enfrentarse con el mal que impera en el mundo. Pero, justamente en ese conflicto ella se conforma a su Señor, que no vino a ser servido, sino a servir (cfr. Mt 20,28). De modo que a la Iglesia responsable no le extraña que algunos de sus miembros sean torturados y asesinados por esos poderes del mal. De hecho, la Iglesia nació bajo la cruz, del costado de Cristo, padeció bajo los emperadores romanos, y sigue padeciendo bajo los “emperadores” del mundo moderno y contemporáneo. De modo que el martirio tiene continuidad en la historia, es decir, no se refiere solamente a los primeros siglos de la historia del cristianismo, sino que lo podemos encontrar también en nuestros días.
Por tanto, el martirio es, por una parte, la máxima expresión de la responsabilidad eclesial, y, por otra parte, hace de la Iglesia una institución creíble. El martirio da credibilidad a los testigos, que no buscan poder o ganancia material, sino que donan su propia vida por Cristo. Ellos manifiestan al mundo la fuerza inerme y colmada de amor por los hombres. De este modo los cristianos desde los albores del cristianismo hasta nuestros días, han sufrido persecución a causa del evangelio[ii]. En el presente artículo se trata de hacer una lectura eclesial del martirio desde la experiencia latinoamericana del mismo, leyéndolo a partir de las categorías de sacramento y de responsabilidad. Para ello proponemos dos ejemplos: por una parte la visión pastoral del arzobispo mártir, Mons. O. A. Romero; por otra parte, la visión eclesiológica del teólogo mártir Ignacio Ellacuría.
[i] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium (21 de moviembre de 1964), n. 8: AAS 57(1965), 11.
[ii] Cfr. Congregación Para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), n. 8, Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2007.
1 comentario:
Hola padre Juan Chopin, un saludo fraterno. Soy el p. Juan Carlos, de Santa Ana, compartimos un poco la otra vez en el retiro para sacerdotes de las OMP, en septiembre pasado. Bueno aqui está lo que pienso...
Parece que como Iglesia hemos perdido nuestra responsabilidad o la hemos olvidado, ya no tenemos martires, quizas por miedo; sobre todo, porque ni nos gusta la pobreza mucho menos la persecusión. Estando bien yo que importa el prójimo.
Espero con ansias la continuación de este artículo.
Bendiciones.
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