Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones
“Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III de Madrid, y director de San Romero de América, mártir por la
justicia (Tirant lo Blanch, Valencia, 2015)
El 12 de marzo de 1977 el jesuita Rutilio Grande, de 48
años, y los campesinos Manuel Solórzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de
16 años, fueron objeto de una emboscada por parte de una unidad de la Guardia
Nacional de El Salvador, que ametralló el vehículo en el que viajaban los tres
ocupantes y los asesinó a sangre fría cuando se dirigían a la población del
Paisnal, donde había nacido Rutilio, para celebrar la eucaristía. Los primeros
testigos del asesinato fueron los campesinos de Aguilares, de donde era párroco
Rutilio, que encontraron los tres cuerpos “llenos de balas”.
Rutilio, Manuel
y Nelson se convertían así en los protomártires
de la persecución desatada por los militares y los sucesivos gobiernos
salvadoreños apoyados por la oligarquía y, a partir de 1980, por los Estados
Unidos, contra la Iglesia popular
salvadoreña formada por comunidades eclesiales de base, sacerdotes,
religiosos, religiosas, teólogos, teólogas, líderes y lideresas de comunidades,
catequistas, etc., comprometidos en la defensa de los derechos humanos en un
país donde estos eran transgredidos sistemáticamente, en la lucha por la
justicia en un país donde reinaba la injusticia estructural y en la defensa de
la vida de las mayorías populares amenazada a diario por un sistema militar,
político y económico violento .
La persecución se
prolongó durante casi tres lustros y provocó, entre muchos asesinatos, los de
monseñor Romero en 1980 y de los seis jesuitas y dos mujeres en 1989. 43 años
después de aquel asesinato va a tener lugar la beatificación de los tres
protomártires de Aguilares. ¿Quién es Rutilio Grande?
Nació en la
pequeña población del Paisnal en 1928. Ingresó en el seminario de San José de
la Montaña, de San Salvador, en 1941 y unos años después entró en la Compañía
de Jesús. Estudió en la facultad de Teología de los jesuitas de Oña (Burgos,
España), donde fue ordenado sacerdote en 1959. Fungió como formador del
Seminario de San José de la Montaña y posteriormente como párroco de Aguilares.
Fue en Aguilares
donde Rutilio hizo la opción radical por
los colectivos campesinos empobrecidos, contribuyó a su concientización en la
defensa de sus derechos en un lugar donde la tierra estaba en manos de unos
pocos terratenientes y la mayoría de la población vivía en una situación de
miseria, y redescubrió a Dios en medio de
la marginación.
“Dios –acostumbraba a decir en sus sermones-
no está en las nubes acostado en una hamaca. A él le importa que las cosas les
vayan mal a los pobres por aquí abajo”. A partir de la experiencia del Dios de
los pobres y de un análisis crítico de la realidad, animó a los campesinos a
organizarse y a reclamar sus derechos. En dicha tarea contó con el apoyo de
otros sacerdotes de la zona, entre ellos al padre colombiano Mario Bernal.
La reacción de los terratenientes no se hizo esperar.
Acusaron a los sacerdotes de subversivos y de alterar el orden social. El
sacerdote colombiano Mario Bernal, ya citado, párroco de Apopa, fue detenido,
encarcelado, torturado y posteriormente expulsado del país por el Gobierno. El 13
de febrero de 1977 tuvo lugar una manifestación popular de protesta contra la
expulsión del sacerdote colombiano, a la que siguió una eucaristía en la que
Rutilio Grande denunció a los responsables de tamaña persecución contra la
Iglesia de los pobres en una homilía conocida como el “Sermón de Apopa”:
“¡Es peligroso ser cristiano en nuestro medio! –dijo-.
¡Es peligroso ser verdaderamente católico! Prácticamente es ilegal ser
cristiano auténtico en nuestro país… ¡Ay de ustedes, hipócritas, que del diente
al labio se hacen llamar católicos y por dentro son inmundicia de maldad! ¡Son
Caínes y crucifican al Señor cuando camina con el nombre de Manuel, con el
nombre de Luis, con el nombre de Chabela, con el nombre del humilde trabajador
del campo!...
“Mucho me temo,
mis queridos hermanos y amigos, que muy pronto la Biblia y el Evangelio no
podrán entrar por nuestras fronteras. Nos llegarán las pastas nada más, porque
todas sus páginas son subversivas… Mucho me temo, hermanos, que si Jesús de
Nazaret volviera, como en aquel tiempo, bajando de Galilea a Judea, es decir,
desde Chalatenango a San Salvador, yo me atrevo a decir que no llegaría, con
sus homilías y acciones, en este momento, hasta Apopa.
“Yo creo que lo
detendrían allí, a la altura de Guazapa. Allí lo pondrían preso y a la cárcel
con él. Se lo llevarían a muchas Juntas Supremas por inconstitucional y
subversivo. Al hombre-Dios, al prototipo de hombre, lo acusarían de revoltoso,
de judío extranjero, de enredador de ideas exóticas y extrañas, contrarias a la
‘democracia’, es decir, contrarias a la minoría. Ideas contrarias a Dios,
porque lo son del clan de Caínes. Sin duda, hermanos, lo volverían a
crucificar” (puede leerse el texto completo de esta homilía en Carta a las Iglesias, año 17, n, 371,
1-15 de febrero: https://www.marxists.org/espanol/tematica/elsalvador/grande/1977/feb/13.htm.
Coincido con Martin Maier, autor de Oscar Romero. Mística y lucha por la justicia, prólogo de Jon
Sobrino (Herder, Barcelona, 2005), en que con esta homilía Rutilio Grande firmó
su sentencia de muerte. “Si le han asesinado por lo que hizo, yo tengo que
seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos”, fue el comentario de monseñor Romero, arzobispo de
San Salvador y amigo de Rutilio ante los cadáveres de los tres asesinados, momento en el que se produjo su “conversión”
a la Iglesia de los pobres.
A partir de ese
momento Romero decidió no participar en acto alguno del Gobierno de El Salvador
mientras no se investigara el crimen y no dejó de levantar su voz profética
contra el Gobierno y contra la clase dominante, que quiso comprar su libertad
de expresión con todo tipo de prebendas. El domingo 20 de marzo suspendió todos
los servicios religiosos de la archidiócesis y celebró una sola misa delante de
la catedral, a la que asistieron decenas de miles de personas.
Monseñor Romero reconoció que en Aguilares “se inició un
movimiento atrevido de un evangelio más comprometido”. Presentó a Rutilio como
“un peregrino campesino” y “hermano entre los pobres”, que encarnó a “un Cristo
que es persecución…, enfermedad…, con su cruz a cuestas” y lo definió como
“nuestro primer mártir”, que murió por defender la vida de los pobres”.
Tras la muerte
de Rutilio vinieron los asesinatos de otros sacerdotes, la represión
generalizada contra la Iglesia católica, la transgresión sistemática de los
derechos humanos y las masacres contra poblaciones civiles indefensas. Siguiendo
el ejemplo de su amigo Rutilio, Romero denunció los abusos del Gobierno, que
legitimaba la violencia hasta convertirla en uno de los pilares del Estado y
mantenía a las mayorías populares en una situación crónica de pobreza
estructural. Condenó la violencia del Ejército contra los líderes políticos,
religiosos y sindicales defensores de los derechos humanos.
Defendió un cambio de estructuras que permitiera un mejor
reparto de la riqueza, y no sólo reformas de fachada que dejaran las cosas como
estaban. Hizo constantes llamamientos a la reconciliación entre la guerrilla y
ejército; una reconciliación que pasaba por el abandono de las armas y por la
instauración de una sociedad más justa. Y todo ello a través de la palabra en
sus homilías pronunciadas cada domingo en la catedral y transmitidas a todo el
país por la radio de la diócesis.
Próxima la celebración del 40 aniversario del asesinato
de monseñor Romero –el 24 de marzo- y cercana la fecha de la beatificación de
Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, reconocidos como
mártires, el papa Francisco ha calificado a Romero y a Rutilio de “un tesoro y una fundada esperanza para la
Iglesia y la sociedad salvadoreña”.
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