Por.
Juan Vicente Chopin[1]
La concepción que tiene
Mons. Romero de los jóvenes es de tipo vocacional. En su magisterio están
íntimamente relacionadas la idea de que haya más jóvenes candidatos para el
sacerdocio y la idea de que ellos pueden aportar mucho a la transformación del
mundo actual. Esas dos ideas las contextualiza en la situación socio-política
que está viviendo El Salvador y en el magisterio eclesiástico latinoamericano,
en particular el n. 15a del documento de Medellín
(apartado Juventud) y el n. 1129 del documento de Puebla, a partir de los cuales inicia la construcción de una
Iglesia pobre, misionera y pascual, en
la que tienen un lugar privilegiado los pobres y los jóvenes. En ese sentido,
el artículo presenta brevemente el contexto del tema en cuestión y en seguida
desarrolla dos aspectos, por una parte, la importancia de las vocaciones en el
magisterio de Mons. Romero y por otra el aporte que los jóvenes pueden dar a
transformación social[2].
1.
Los pobres y los jóvenes
en el corazón de Mons. Romero
Los argumentos que
Mons. Romero aborda acerca de los jóvenes en sus homilías como arzobispo, se
enmarcan, desde el punto de vista histórico, en la situación socio-política que
está viviendo El Salvador, entre 1977 y 1980. Se trata de una guerra civil
entre el ejército militar del Estado salvadoreño y las organizaciones
revolucionarias del movimiento de izquierda. El punto aquí no es describir esa
parte de la historia salvadoreña, sino poner de manifiesto que ambos ejércitos
─el estatal y el guerrillero─ requieren la incorporación de personas jóvenes
para poder lograr sus objetivos militares. Evitar eso, era una preocupación
recurrente en Mons. Romero, la cual lo lleva a rechazar el recurso a la
violencia de las partes en conflicto. En este punto Mons. Romero se encuentra
en una encrucijada entre las presiones de los militares, que lo acusan de
«comunista» y los guerrilleros que esperan de él una aprobación del
levantamiento armado. Pero Mons. Romero no cede a ninguna de las dos partes y
se mantiene fiel a la praxis del amor evangélico y a los dictados del
magisterio eclesiástico.
Ahora bien, Mons.
Romero es fiel a las orientaciones pastorales emanadas del magisterio
latinoamericano, en particular Medellín (1968)
y Puebla (1979). Sin embargo, las
orientaciones de Medellín son las que
más aplica, por evidentes razones cronológicas, en tanto Puebla logra aplicarlo solamente el último año de su vida como
arzobispo de San Salvador.
Así, el punto de
partida de su ministerio al frente de la arquidiócesis de San Salvador es el
numeral 15a de Medellín, en el cual
se afirma: Que se presente cada vez más
nítido en Latinoamérica el rostro de una Iglesia auténticamente pobre,
misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida
en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres[3].
De momento hay que
resaltar dos aspectos. En primer lugar, el n. 15a forma parte del sub-apartado
V de Medellín, en que se trata de la
Juventud; por tanto, se da por supuesto que en América Latina la configuración
histórica de la Iglesia no es posible sin la participación activa de los
jóvenes. En segundo lugar, Mons. Romero asume la triple caracterización de la
Iglesia ─ pobre, misionera y pascual
─ como presupuesto de su ministerio episcopal en la arquidiócesis de San
Salvador y aplica el concepto de liberación así como aparece en el magisterio
de Pablo VI. Estos argumentos son claramente asumidos en su primera carta
pastoral:
«Cuando he llamado “hora pascual” a
este momento de nuestra Arquidiócesis, pensaba en toda esta exuberante
potencialidad de fe, esperanza y amor de Cristo resucitado –viviente y
operante- ha provocado en los diversos sectores de nuestra Iglesia particular y
aún en sectores y personas que no pertenecen ni participan todavía en nuestra
fe pascual. Con emoción de pastor me doy cuenta de que la riqueza espiritual de
la Pascual, la herencia máxima de la Iglesia, florece entre nosotros y que ya
se está realizando aquí el deseo que los Obispos expresaron en Medellín al
hablar a los jóvenes:
“que se presente, cada vez más nítido, en América Latina, el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”» [4].
“que se presente, cada vez más nítido, en América Latina, el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”» [4].
En
realidad, Mons. Romero le está dando continuidad al magisterio de Mons. Luis
Chávez y González, quien había afirmado antes: «En la variedad de riqueza de las distintas Iglesias particulares el
Espíritu Santo descubre y realiza la fisonomía y la vocación de la Iglesia:
pobre, misionera, pascual, libre de todo poder humano y audazmente comprometida
en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres»[5]. En este sentido, Mons. Romero
asume el magisterio de Mons. Luis Chávez y González y hace las debidas
aplicaciones en el contexto de la guerra civil salvadoreña.
El otro documento
latinoamericano que Mons. Romero tiene de referencia es el documento de Puebla. En la cuarta parte del documento, en la que se trata acerca de la Iglesia misionera al servicio de la
evangelización en América Latina, se afirma lo siguiente: Así aparece palpable en América Latina la
pobreza como sello que marca a las inmensas mayorías, las cuales al mismo
tiempo están abiertas, no sólo a las Bienaventuranzas y a la predilección del
Padre, sino a la posibilidad de ser los verdaderos protagonistas de su propio
desarrollo[6].
Pero el numeral que
más llama la atención a Mons. Romero es el n. 1132, en el cual se afirma: Los pobres y los jóvenes,
constituyen, pues, la riqueza y la esperanza de la Iglesia en América Latina y
su evangelización es, por tanto, prioritaria. Es
decir, ambos segmentos de la población son indispensables en el proceso
evangelizador. Así lo afirma en una de sus homilías:
Los
pobres son un signo en América Latina. Las mayorías de nuestros países son
pobres y, por eso, están capacitadas para recibir estos dones de Dios y, llenos
de Dios, ser capaces de transformar sus propias sociedades. Me gusta que, junto
con los pobres, Puebla dice que este signo es también de los jóvenes. Queridos
jóvenes, ustedes son, como los pobres en América Latina, los signos de la
presencia de Dios. Nuestra Iglesia siente un cariño especial, una
responsabilidad especial por la mayoría pobre y por los jóvenes. Jóvenes y
pobres van a reconstruir nuestra patria, confiemos de verdad que así ha de ser
si nos disponemos como pueblo pobre y como pueblo joven, que lo es en su
inmensa mayoría, a que la resurrección del Señor encuentre en esos dos grandes
signos de El Salvador, pobres y jóvenes, los elementos capaces de reconstruir.
No desesperemos, porque si esta es la esperanza de América Latina, en El
Salvador hay mucha esperanza porque hay muchos pobres y muchos jóvenes (Homilía:
17 febrero 1980).
Mons. Romero cifra las
esperanzas de construcción del tejido social salvadoreño en el aporte de los
pobres y los jóvenes, porque en nuestro país constituyen la mayoría de la
población y porque en ellos ha puesto Dios su mirada.
En resumen, si por una
parte la lógica pragmática y asesina de la guerra civil consume a los jóvenes y
a los pobres, por otra parte, en la visión de Mons. Romero, son ellos los que,
organizados, con juicio crítico e inspirados por el Espíritu Santo, «van a reconstruir
nuestra patria».
2. El
joven, protagonista en un pueblo sacerdotal
La vocación y
misión de los jóvenes, según Mons. Romero, se enmarca en la misión que la
Iglesia tiene en la historia, en cuanto pueblo sacerdotal, incluso la vocación
y misión que se desarrolla en el ámbito socio-político.
En su propuesta
eclesial, Mons. Romero respeta la estructura formal y tradicional del
desarrollo de la vocación en la Iglesia. Es decir, la primera forma de
pertenencia a la Iglesia es el bautismo y ese bautismo debe ser asumido
conscientemente en el sacramento de la confirmación. Esta es una idea muy
frecuente en la predicación de Mons. Romero. Por ello, cuando realiza el
sacramento de la confirmación en alguna comunidad, suele decir: que la edad de la confirmación tenía que ser
esa, la de la juventud. Es un sacramento de juventud (Homilía: 25
septiembre 1977). Al mismo tiempo, el ejercicio práctico de dicha toma de
conciencia debe hacerse en los ambientes normales y cotidianos de la existencia
humana, sin buscar expresiones extraordinarias, buscando llegar a todos los
ámbitos de la vida social:
Por eso, hermanos, es necesario que a la
luz de Cristo Rey, examinemos que esas tres categorías de Cristo —profeta,
sacerdote y rey— son características que el bautismo ha dado a cada bautizado
para que colabore con Cristo. Como sacerdote, cada cristiano tiene que colaborar
para que el mundo sea consagrado a Dios. El padre de familia, la madre de
familia, los jóvenes, los niños, los bautizados, todos tienen que sentirse
pueblo sacerdotal y hacer que su hogar, su empresa, su hacienda, su finca, su
negocio, su trabajo, su taller, todo sea iluminado por esta realeza de Cristo,
nuestro Señor (Homilía: 20 noviembre 1977).
Sin embargo, se
evidencia que para Mons. Romero la pertenencia a la Iglesia no es solo una formalidad
de tipo estructural. Más bien le da un sentido sobrenatural, es decir, para él
el trabajo es una forma de enaltecer a la persona humana hasta «divinizarla»,
en el sentido de aproximarla más a Dios: Un
día, dice el Concilio, todo este pueblo sacerdotal: religiosas, matrimonios,
jóvenes universitarios, profesionales, campesinos, obreros, jornaleros, señoras
del mercado, todo lo que es pueblo de Dios necesita hacer divino eso que
trabaja con sus manos; ellos son pueblo sacerdotal. Ustedes le dan a todo su
trabajo, en que se ganan la vida, un sentido divino, ofreciéndolo como hostias
a Dios (Homilía: 28 mayo 1977).
Ese principio
vocacional, que inicia con el bautismo y madura en la confirmación, debe
alcanzar su plena realización en aquellos sacramentos que configuran la vida
madura de un cristiano. En esta línea, Mons. Romero hizo referencias constantes
a los jóvenes seminaristas y a los sacerdotes, para que ellos asumieran
responsablemente su misión en la historia:
Entonces, hermanos, nos interesa mucho que
estos jóvenes, diocesanos o religiosos, se formen en estas ideas santas de la
Iglesia actual; que sean sacerdotes de su tiempo, que sean sacerdotes que
defienden los derechos de Dios en medio de los hombres que son imagen de Dios,
que sean verdaderamente los heraldos de un Evangelio del que Cristo dijo: “La
verdad os hará libres”, de un Evangelio sin ataduras, de un Evangelio
auténtico, de renovación; y, al mismo tiempo, sean el ejemplar auténtico de ese
Evangelio que predican; sacerdotes santos, sacerdotes que su misma presencia
arrastre hacia Cristo a los hombres, sacerdotes que sean en sus comunidades
verdadero fermento de un cristianismo como lo necesitamos hoy. Gracias a Dios,
hermanos, tenemos muy buenos sacerdotes y quisiéramos que nuestros seminaristas
estudiaran su sublime ideal (Homilía: 28 mayo 1977).
Aunque estamos
hablando de la doctrina tradicional de la Iglesia acerca de la vocación y
misión de un cristiano en el mundo, sin embargo, la situación socio-política
que vive El Salvador en ese momento, hace de lo ordinario algo extraordinario,
en el sentido de la peligrosidad que comporta en esos años dar testimonio del
Evangelio. Por ello, Mons. Romero habla con claridad a sacerdotes y
seminaristas, para que asuman con parresía
(valentía) su ministerio sacerdotal:
La misión del sacerdote tiene que ser muy
grande para que así la traten, como trataron a Jesús, como trataron a los
apóstoles. El ministerio de la Iglesia siempre será perseguido; no tenemos que
extrañarnos de llamar a la Iglesia perseguida, si es una de sus notas
históricas. Y los sacerdotes tenemos que estar dispuestos al martirio, a la
persecución; y a los jóvenes seminaristas de hoy me gusta oírles decir que hoy
sienten más ganas de su sacerdocio, se sienten más atraídos a esta obra que no
es de apoltronados, de comodones, sino que es de héroes, de valientes, de
seguidores de Cristo hasta la cruz (28 mayo 1977).
Algo muy
importante en la cita anterior es que Mons. Romero considera que en El
Salvador, una nota histórica de la Iglesia es el ser perseguida. Entonces la
Iglesia no es solo una, santa, católica y apostólica; es también «perseguida».
Es decir, no es algo transitorio en ella o meramente estético, sino un aspecto
ínsito a su naturaleza sacramental. En este punto Mons. Romero no sólo exhortó
a sus fieles a vivir con heroísmo su fe cristiana, sino que camina delante de
la comunidad, testimoniando en primera persona aquello que predica. Y todo ello
engrandece el ministerio sacerdotal, lo hace más creíble: Y ahora cuando los sacerdotes somos perseguidos, calumniados y hasta asesinados,
sentimos que esas figuras sacerdotales se agigantan y hay muchos jóvenes que
sienten el impulso de la vocación (Homilía: 28 mayo 1977).
Finalmente, Mons.
Romero tiene frecuentes alusiones a la manera cómo los jóvenes deben vivir su
compromiso político y su militancia en las organizaciones populares:
De allí,
queridos jóvenes, si ustedes pertenecen a organizaciones políticas populares,
magnífico; pero que sean cristianos. No se olviden que, al ir a confundirse con
el pueblo en general, con las organizaciones populares, ustedes llevan un
compromiso especial. Ustedes, además de ser pueblo de El Salvador, son pueblo
elegido de Dios, pueblo sacro, consagrado a Dios, pueblo amado de Dios. No
pierdan ese amor haciendo locuras que, talvez, les pueden imponer otras
ideologías. Sepan ser fermento en sus organizaciones; sepan dar su compromiso
político sin traicionar el amor que Dios les tiene como pueblo de Dios; sepan
ser, donde quiera que vayan, familia de Dios. Así como no nos avergonzamos de
nuestro hogar estando donde estemos, tampoco nos hemos de avergonzar ni
sentirnos menos porque somos cristianos, ante otros que se vanaglorian de su
poca fe (Homilía: 30 diciembre 1979).
Digna de resaltar es
la invitación que hace a los jóvenes a
no perder su identidad cristiana incluso cuando son miembros del movimiento
revolucionario. Pero les hace un claro llamado a ser fermento en la masa. Aun
cuando los jóvenes participen en las organizaciones populares, ellos, al
mantener firme su fe, siguen formando parte del Pueblo de Dios.
De modo que Mons.
Romero no se opone a que los jóvenes participen en los procesos de liberación,
pero exhorta a dicha liberación sea llevada a cabo desde los principios
evangélicos y no solamente a partir de motivaciones intramundanas o inmanentes,
sino inspirados por el Espíritu de Dios:
Por eso, no me canso de decir a todos los
hombres, sobre todo, a los jóvenes que anhelan la liberación de su pueblo, que
admiro su sensibilidad social y política, pero que me da lástima que la gasten
por caminos que no son los verdaderos; que la Iglesia les está diciendo: por
este camino, por el de Cristo. Pongan todo su empeño, toda su entrega, todo su
sacrificio, hasta el afán de morir, pero muriendo por la causa de la liberación
verdadera, que la ha garantizado aquel que está empapado del Espíritu de Dios y
que no nos puede dar caminos de engaño; el que puede asumir todas las
preocupaciones liberadoras, reivindicativas del pueblo, que son gritos que
claman hasta Dios y que Dios tiene que escucharlos (Homilía: 27 enero 1980).
En el contexto en que dio
esas declaraciones era difícil que escucharan a Mons. Romero, pero en ese
momento era la única voz que clamaba por una sociedad justa y pacífica, de ahí su empeño por alejar
a los jóvenes del influjo negativo de las fuerzas que contendían en la guerra: Por más grandes que sean las preocupaciones
y las responsabilidades de las luchas por el pueblo, no nos quedemos así, con
energías inmanentes, sin trascendencia. Yo quisiera que hubiera muchos
políticos, muchos jóvenes y hombres que se organizan, pero con un gran profundo
sentido cristiano, y que llevaran este testimonio de trascendencia a este
proceso de nuestro pueblo, que hoy, más que nunca, necesita el testimonio
cristiano (2 marzo 1980).
3.
Los jóvenes,
esperanza para el mundo
Según Mons.
Romero, Dios tiene un designio sobre esa
juventud de El Salvador (Homilía: 16 octubre 1977). Ahora bien, para poder
forman parte de ese designio, los jóvenes deben responder a una pregunta
fundamental: esto es lo más importante de
vuestras vidas, queridos jóvenes: ¿para qué me quiere Dios? Y saber discernir
por encima de todos los considerandos económicos y familiares: ¿para qué me
quiere Dios? (Homilía: 30 diciembre 1979).
En definitiva,
aquello que permite a un joven concretar su vocación es responder a las
preguntas fundamentales de la vida. De tal mondo, que la vocación cristiana en
general, que nace con el bautismo, debe concretarse en un proyecto de vida, por
medio del cual el joven encuentra su justa colocación en el entramado
histórico. Así lo piensa Mons. Romero:
Queridos
hermanos, sobre todo ustedes, queridos jóvenes y niños, pregúntense como los
Magos: “¿Esta es mi estrella?, ¿dónde está la realización plena de mi vida?,
¿dónde me quiere el Señor?”. La vocación la tenemos todos. No nace un hombre ni
una mujer sin vocación de Dios. Todos tenemos un puesto en la historia, conocer
ese puesto y desarrollarse allí es realizar su propia personalidad. Seamos
felices buscando siempre para qué me quiere Dios (Homilía: 6 enero 1980).
Se trata de una
cuestión escatológica, en cuanto que la categoría que rige este designio es la
esperanza. De hecho, Mons. Romero sostiene que los jóvenes son esperanza de que en El Salvador hay fuerza salvífica de Dios
encarnada también en los hombres (Homilía: 23 diciembre 1979). Y el
cometido no es otro que la implantación
del reino de Dios (Homilía: 24 septiembre 1977). Y no se trata de ser meros
espectadores, sino de involucrarnos en el proceso de construcción: A ustedes, que en sus hogares como padres de
familia, como madres de familia, como jóvenes en el mundo, están viviendo la
belleza de esta hora cargada de esperanzas, sean protagonistas de la historia
de la Iglesia. Préstenle todos sus brazos, toda su fuerza, todo su corazón (Homilía:
24 septiembre 1977).
Sin embargo, Mons.
Romero identifica algunos aspectos que pueden obstaculizar la realización de
ese reino, es decir, menciona algunos elementos que conforman el anti-Reino,
entre ellos menciona: la violencia, los vicios y la tecnología.
Cuidado,
hermanos, hay muchos, sobre todo entre los jóvenes, que ya no creen en las
fuerzas espirituales y se lanzan a la guerrilla, y se lanzan al secuestro, y se
lanzan a la violencia, como si ahí estuviera la solución. Cómo quisiera yo
desvirtuar todas esas falsas idolatrías, que al fin y al cabo no son más que
debilidades de la carne y que no conducen a nada bueno, para poner en cambio en
el corazón de los guerrilleros, de los violentos, de los que atropellan, de los
que torturan, de los que ponen su fuerza en el dinero, en la política, que la
fuerza solamente viene de Dios; y que solo la fe es capaz de trasladar montañas
y de hacer felices a los pueblos y a la historia (Homilía: 2 de octubre 1977).
En la visión de
Mons. Romero lo que está sucediendo en ese momento en El Salvador no es
solamente un conflicto social. La situación él la lee desde un punto de vista
teológico, en el sentido de que considera que las personas, y en este caso los
jóvenes, están idolatrando las realidades del mundo. La actitud correcta según
él no es solo un compromiso social, sino un compromiso social desde la fe
cristiana y sus valores.
Por otra parte,
Mons. Romero distingue entre pobreza digna y pobreza indigna. Cuando explica la
segunda da por supuesto que muchas personas viven su pobreza en modo acrítico,
es decir sin preguntarse las causas de la misma. De ahí su afán por
concientizar a los pobres, para que sean ellos protagonistas de su liberación y
por supuesto, en esa tarea incluye a los jóvenes:
Jóvenes que me escuchan, no está allí la
felicidad: en la droga, en el aguardiente, en la prostitución, en el robo, en
el crimen, en la violencia. No, son bellotas de cerdos. Jamás te vas a sentir
satisfecho. Fíjense cómo hay una pobreza pecadora. La pobreza del hijo pródigo
era fruto de su propia mala cabeza. Y cuando la Iglesia se llama la Iglesia de
los pobres, no es porque esté consintiendo en esa pobreza pecadora. La Iglesia
se acerca al pecador pobre para decirle: conviértete, promuévete, no te
adormezcas. Tienes que comprender tu propia dignidad. Y esta misión de
promoción que la Iglesia está llevando a cabo también estorba; porque a muchos
les conviene tener masas adormecidas, hombres que no despierten, gente
conformista, satisfecha con las bellotas de los cerdos.
La Iglesia no está de acuerdo con esa
pobreza pecadora. Sí, quiere la pobreza, pero la pobreza digna, la pobreza que
es fruto de una injusticia y que lucha por superarse, la pobreza digna del
hogar de Nazareth. José y María eran pobres, pero qué pobreza más santa, qué
pobreza más digna. Gracias a Dios tenemos pobres también de esta categoría
entre nosotros, y desde esa categoría de pobres dignos, pobres santos (Homilía:
11 septiembre 1977).
Podríamos decir,
en este segundo aspecto, que Mons. Romero se santifica concientizando a los
pobres y su santidad los dignifica. Muy pocas veces en la historia de El
Salvador un pastor estuvo tan cerca de los marginados. En este sentido, Mons.
Romero hace, como dice la Carta a los
Hebreos (5,1), de puente entre Dios y los hombres; en él Dios se acerca a
los pobres y los pobres se acercan a Dios. Es la sacramentalidad más diáfana y
la más fecunda.
El tercer aspecto
que Mons. Romero considera nocivo para la realización de los jóvenes es el mal
uso de los recursos tecnológicos y en esto hay que decir que Mons. Romero se
adelantó en mucho a sus colegas sacerdotes y obispos. Cuando él era sacerdote
en la diócesis de San Miguel hizo declaraciones muy clarividentes al respecto.
Probablemente por
su sensibilidad a los medios de comunicación, Mons. Romero desarrolla una
visión crítica de la relación que los jóvenes deben establecer con los
dispositivos electrónicos y digitales. Más que todo advierte del vaciamiento
moral y espiritual que una persona puede padecer si se deja dominar por el
influjo de los objetos electrónicos:
«…la vida moderna ha robado el tiempo a
los valores espirituales: la carrera vertiginosa de la vida sigue el ritmo de
la edad maquinaria que vivimos. El hombre está orgulloso de este adelanto
técnico… sin embargo es necesario detenerse de vez en cuando unos minutos para
orar. El hombre que no tiene tiempo para orar se ha hecho una máquina… solo es
hombre el hombre que se sobrepone a la máquina y el vértigo moderno para
sentirse en la serenidad de la plegaria un hijo de Dios»[7]
En estos momentos
de la historia sus palabras acerca de la tecnología resultan proféticas,
dominados como estamos por ella. Con una lucidez que impresiona afirma: La fuerza más potente del mundo no es el
vapor, sino la fe. La energía más valiosa del mundo no es la electricidad sino
el amor. El ideal más digno del hombre no es el campeón de boxeo, sino el
santo. El tesoro más sublime del hombre no es la máquina, sino el alma[8]. Lo más sorprendente es
que estas ideas las dijo cuando era un joven sacerdote.
Ya siendo obispo
mantenía sus puntos de vistas al respecto, dejando claro que él tenía mucho
respeto también de la ciencia y la tecnología:
Anoche, en una bellísima ceremonia, la
graduación de los bachilleres del tecnológico de los salesianos, llena la
iglesia de María Auxiliadora, yo les decía a los jóvenes: jóvenes, la Iglesia
no les va a arrebatar su cultura y su técnica. Es la primera en respetar la
autonomía de todas las culturas y de todas las técnicas. Pero sí quisiera
decirles, como mensaje de la Iglesia, que se gloríen no solo de su técnica, que
se gloríen de haberse educado en un colegio católico, y que le den inspiración
cristiana a todo lo que ustedes van a hacer y valer en el mundo. Que no sean ya
la vieja civilización del tanto vales, cuanto tienes. El hombre hoy no vale por
lo que tiene, sino por lo que es. Y el hombre es en la medida que es cristiano,
porque todo hombre se realiza en la medida en que se realiza según el modelo
del Hijo del hombre, Cristo, nuestro Señor (23 octubre 1977).
Estas mismas
palabras, dichas en el presente histórico, retoman mucha actualidad, sobre todo
en una era en la que muchas personas han vaciado su alma en los dispositivos
tecnológicos y se mueven como narcotizados por los Smartphone, a los cuales han
ofrendado su inteligencia.
4.
Conclusión
Durante el ejercicio de
su ministerio arzobispal en San Salvador, para Mons. Romero las fuerzas
principales de transformación social y eclesial son los pobres y los jóvenes. La
razón más evidente es porque constituyen los grupos humanos más numerosos de la
sociedad salvadoreña. Pero también porque eran los sectores más golpeados por la
situación socio-política. Los movimientos armados en beligerancia usaban a los
jóvenes para sus propósitos militares.
La vocación y misión de
los jóvenes en la sociedad y en la Iglesia se lleva a cabo si ellos forman
parte en modo consciente del pueblo sacerdotal o Pueblo de Dios. Para
pertenecer a ese pueblo se requiere el bautismo para formar parte de la
estructura visible de la Iglesia, pero supone además un proceso de
concientización que tiene su primer nivel en el sacramento de la confirmación y
su culminación en una vocación más madura, que puede ser el sacramento del
sacerdocio. Este sacerdocio no puede ser visto como una forma de acomodación,
sino que supone heroicidad y valentía al punto de ofrendar la vida si es
necesario.
Los factores que según
Mons. Romero impedían a los jóvenes la construcción del Reino de Dios en esos
años eran la violencia, los vicios y la tecnología. Para poder vencer estas
tentaciones los jóvenes deben desarrollar un espíritu crítico, con el fin de
salir del estado de adormecimiento a los que estaban sometidos. Muy importantes
son sus observaciones relativas al mal uso de la tecnología, que puede llegar
incluso al vaciamiento espiritual de la persona.
Mons. Romero no se oponía
a que los jóvenes participaran el las organizaciones sociales, pero siempre les
exigió que no perdieran su identidad cristiana. La liberación que les predicó
siempre sintonizó con la visión que de ella tenía el Papa Pablo VI, una
liberación de todos los hombres y de todo el hombre.
Mons. Romero, hasta
la fecha aun fascina a muchos jóvenes, ya sea por la crisis de liderazgos que
vive nuestra sociedad como por la admiración que sienten de su talante
profético. De modo que asumir en la propia vida las virtudes que llevaron a
Mons. Romero hasta el martirio sigue siendo una fuente de inspiración en una
cultura light y líquida, en la que el placer y la superficialidad campean, con su
falta de compromisos y con una concepción del tiempo inmediatista, sin memoria
histórica; con un concepto de realidad virtual que casi nunca desemboca en
compromisos concretos a favor de los marginados y descartados de la historia.
[1] Director del Doctorado en Teología
de la Universidad Don Bosco.
[2] He tomado como fuente primaria
para redactar este artículo las homilías de Mons. Romero, cuando fue arzobispo
de San Salvador, entre 1977 y 1980.
[3] Celam,
Documento Medellín (Juventud), n.
15ª.
[4] O. A. Romero, Primera Carta
Pastoral Iglesia de la Pascua (10.04.1977).
[5] Luis Chávez y González,
Quincuagésima Primera Carta Pastoral Acerca
de la celebración de la Primera Semana Arquidiocesana de Pastoral (30 de
noviembre de 1975), pág. 16.
[6] Celam,
Documento Puebla, n. 1129.
[7] O. A. Romero, «El primer mandamiento y la oración», en Semanario
Chaparrastique, N° 2025 (14 de agosto de 1954), pág.
325-326.
[8] O. A. Romero, «Si habéis resucitado con Cristo», en Semanario
Chaparrastique, N° 1766 (9 de abril de 1949), pág. 143-144.
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