Charla dirigida en el polideportivo de la ciudad de San
Miguel, en la
JORNADA DE FORMACIÓN PARA LÍDERES PARROQUIALES
San Miguel, Sábado, 27 de octubre de 2012
En el marco del Año Jubilar convocado por el
obispo de la diócesis de San Miguel, Mons. Miguel Ángel Morán Aquino, con
motivo de celebrarse el centenario de erección de dicha diócesis.
Por: Juan Vicente Chopin.
Por: Juan Vicente Chopin.
1. Delimitación del tema
Antes de todo quiero definir los límites a
partir de los cuales voy a afrontar el tema.
El tema lo presentaré apoyándome principalmente
en los documentos de las Conferencias del CELAM: de Rio de Janeiro a Aparecida.
De modo que cualquier alusión a otro documento que no esté comprendido en esas
Conferencias responderá a la evolución que la correlación entre religiosidad
popular y evangelización haya tenido en ellas.
¿Por qué me concentro en esos documentos? Por la
afinidad cultural de los pueblos latinoamericanos, de los cuales formamos parte.
Los puntos que pretendo presentar son:
·
Significado
y correlación de los términos Religiosidad Popular y Evangelización.
·
Evolución
del significado de los términos en los documentos del CELAM.
·
Valoración
final sobre la correlación entre Religiosidad Popular y Evangelización.
2. Significado de los
términos
a)
Caracterizar
del término evangelización.
En el lenguaje común no hay una clara distinción
entre evangelización y misión. Las personas, miembros de nuestras comunidades
cristianas, con frecuencia intercambian como equivalentes estos términos.
En realidad, la cuestión acerca de la
terminología apropiada para referirse a la misión no está resuelta. Al
respecto, el Decreto Ad Gentes del
Concilio Vaticano II utilizó diversas expresiones para referirse a la misma
realidad; en cambio Pablo VI, en la Evangelii
Nuntiandi decidió utilizar el término evangelización;
en fin, Juan Pablo II, retoma el término misión,
pero en modo diferenciado, como «misión ad gentes», dirigida a los no
bautizados, como «nueva evangelización», dirigida a los bautizados alejados y
como «atención pastoral», orientada a los que frecuentan con regularidad las
comunidades cristianas. Con lo cual, sigue vigente la necesidad de clarificar
la terminología misionera.
Para nuestro propósito, en este artículo no nos
detendremos en el debate terminológico acerca de la misión y entenderemos la
evangelización, en modo general, es decir, como la difusión del evangelio en
todo el mundo llevada a cabo por los discípulos de Cristo. En todo caso, si se
quiere una caracterización, nos parece pertinente lo que dice Pablo VI, en el
n. 26 de Evangelii Nuntiandi: «evangelizar
es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, del Dios
revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo». Según esto, la
evangelización tiene su origen en la Trinidad, es la acción de Dios en la
historia, reflejada en el testimonio de las personas que profesan la fe
cristiana. Ya antes, el decreto Ad Gentes
había precisado el origen trinitario de la misión de la Iglesia, al afirmar
que «la Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su
origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios
Padre» (n. 2).
Con lo dicho, se puede entender que el cometido
de la evangelización, encomendada a la Iglesia, consiste en hacer que el misterio
del Dios Trinidad se abra paso en la historia. Así lo describe Pablo VI:
«Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los
ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar
a la misma humanidad» (EN, n. 18). De
ahí que el pontífice haga alusión a la complejidad del proceso evangelizador: «Ninguna
definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica
que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e
incluso mutilarla. Resulta imposible comprenderla si no se trata de abarcar de
golpe todos sus elementos esenciales» (EN,
n. 17).
Estas breves nociones pueden valer para
comprender el origen trinitario de la evangelización y el propósito de su
despliegue en la historia.
b)
Sentido
de la expresión religiosidad popular
Esta expresión no ha tenido una clara
definición. Ha pasado de ser considerada como una práctica religiosa de segunda
categoría, vista incluso en modo peyorativo, hasta ser considerada como un
tesoro de la tradición católica latinoamericana.
A mi modo de ver la dificultad para aferrar el
sentido de la religiosidad popular radica en que siempre, por lo menos en el
caso de los documentos de la Iglesia, ha sido leída de un modo unívoco, desde
un enfoque estrictamente católico, cuando ella, en sí misma, admite más de una
forma de interpretación. Esta afirmación se irá esclareciendo en la medida que
vayamos analizando cada documento del CELAM, en los cuales se nota esa evolución
—por lo menos hasta la fecha— que va de una valoración negativa a otra más positiva.
La religiosidad popular puede ser vista y
estudiada como fenómeno religioso. Vista así, forma parte del objeto de estudio
de la antropología cultural y no tendría que confundirse con la virtud de la
religión, que forma parte de la moral cristiana, y con la virtud de la fe, en
cuanto don de Dios, como parte de la teología. Es más, de la religiosidad
popular se ocupan muchas más disciplinas: la antropología cultural, la
psicología, la filosofía, la teología, la sociología, la etnografía, la
historia, el psicoanálisis. Con este panorama tan variado sería ingenuo
elaborar una definición unívoca de religiosidad popular, sin tener en cuenta el
horizonte interdisciplinar en que se mueve.
Lo que sí parece claro es que en la construcción
de la expresión religiosidad popular tienen un papel preponderante tres
categorías: la religión, la cultura y el tejido social denominado pueblo, entendiendo por tal las capas
más pobres de una determinada comunidad. Por eso es que, como veremos, algunos
documentos hablan, refiriéndose a ella como a la «religión del pueblo», una
frase, por cierto ambigua, pues está dando por supuesto, que hay un solo
concepto de religión y que es vivido en modo diferenciado por estratos sociales
diversos; por una parte, el pueblo ilustrado y educado, que vive una religión
en un modo más equilibrado y racional y, por otra parte, el pueblo elemental e ignorante, que expresa su
religión como puede, en un modo más sencillo.
Pues bien, esa distinción es falsa y está
fundada en una interpretación occidentalizada, tanto de la cultura como de la
religión. ¿En qué radica la diferencia de opinión en las personas acerca de la
religiosidad popular? De momento radica en el modo cómo se sitúan las personas
de frente a la religiosidad popular; así, pues, hay una diferencia cualitativa
entre el punto de vista del que está dentro del fenómeno con respecto a otra
persona que lo ve desde fuera, como algo que no le pertenece, a la manera de un
espectador, o como simple objeto de estudio, y que nunca se ha ejercitado a
fondo en la comprensión de sus elementos constitutivos. Pero, además radica, en
una valoración de tipo moral, de modo que alguien puede decir que la
religiosidad popular o alguna de sus manifestaciones son «buenas» o «malas».
El primer error a la hora de hablar de la
religiosidad popular es tener pre-juicios, entiéndase juicios previos acerca de
un fenómeno del cual se puede opinar, sólo si se le conoce, pero «conocer» aquí
no es adquisición de conceptos o ideas «acerca de», sino implicación en los
procesos mismos de la religiosidad popular.
En realidad, la religiosidad popular, en cuanto
fenómeno cultural, no es ni buena ni mala, es expresión de una cultura
determinada, que permite la confluencia de la fe, como don de Dios, de la religación
como estructura fundamental del hombre y de las raíces culturales propias de cada contexto étnico. Si se quiere, la
religiosidad popular es contexto, es ámbito de realización, es condición
posibilitante del encuentro entre fe,
religión y cultura. De este modo, solo quien haya profundizado la correlación
de estos tres aspectos estaría en condiciones de hacer un juicio pertinente
acerca de la religiosidad popular, lo demás sería mera suposición o prejuicio
de tipo etnocéntrico.
Como se ve, la correlación entre evangelización
y religiosidad es un fenómeno de amplia complejidad.
3.
Correlación
entre los términos y evolución de su significado en los documentos del Celam
a) El fundamento antropológico
En el
Concilio Vaticano II
Un aspecto que ha sido decisivo a la hora de
retomar el tema de la religiosidad popular es el presupuesto antropológico de
los documentos del CELAM. Un aspecto que, en el magisterio de la Iglesia coge
fuerza entre la realización del Concilio Vaticano II y el magisterio pontificio
de Pablo VI, incluso se podría alargar hasta el magisterio de Juan Pablo II,
pero ya en la gestión de este último pontífice es más evidente una tendencia
filosófica en el presupuesto antropológico, lo cual terminó por acentuar la
dialéctica entre antropología e ideología.
Manteniendo la mirada en Pablo VI, que en la última
sesión pública del Concilio Vaticano II, en alocución del martes 7 de diciembre
de 1965, afirma en diálogo franco con el humanismo laico que:
«El humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente, en toda su
terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La
religión del Dios que se ha hecho Hombre, se ha encontrado con la religión
-porque tal es- del hombre que se hace Dios ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una
lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia
del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía
inmensa lo ha penetrado todo. El descubrimiento de las necesidades humana -y
son tanto mayores, cuanto más grande se hace el hijo de la tierra- ha absorbido
la atención de nuestro sínodo. Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a
la trascendencia de las cosas supremas, conferirle siquiera este mérito y
reconocer nuestro nuevo humanismo: también nosotros -y más que nadie- somos
promotores del hombre» (n. 5).
La actitud dialogante de Pablo VI
encontró acogida en el episcopado latinoamericano y aparecerá con nítida
claridad en el n. 1 del documento de Medellín.
Manteniéndonos en la premisa del magisterio universal de la Iglesia. La
apertura al hombre y a su entorno cultural es puesta en evidencia por el
Pontífice:
«Ved,
por ejemplo, que las innumerables lenguas de los pueblos hoy existentes han
sido admitidas para expresar litúrgicamente la palabra de los hombres a Dios y
la palabra de Dios a los hombres; al hombre en cuanto tal se le ha reconocido
su vocación fundamental a una plenitud de derechos y a una trascendencia de
destino; sus supremas aspiraciones a la existencia, a la dignidad de la
persona, a la honrada libertad, a la cultura, a la renovación del orden social,
a la justicia, a la paz, han sido purificadas y estimuladas; y a todos los
hombres se le ha dirigido la invitación pastoral y misional a la luz evangélica»
(n. 6).
Es importante resaltar que la perspectiva de diálogo asumida por
el Pontífice no es especulativa, sino cordial, lo cual sintoniza con el sentir
de Juan XXIII y hace de la Iglesia una institución más cercana a los
sufrimientos del hombre contemporáneo:
«[La
Iglesia]…no se ha dirigido sólo a la inteligencia especulativa, sino que ha procurado
expresarse también con el estilo de la conversación corriente de hoy, a la cual
el recurso a la experiencia vivida y el empleo del sentimiento cordial
confieren una vivacidad más atractiva y una mayor fuerza persuasiva: ha hablado
al hombre de hoy tal cual es» (n. 6).
En el n. 7 del discurso, el Papa deja clara la
opción antropológica del Concilio: «toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir
al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en
todas sus necesidades».
Esta opción de la Iglesia no ha de entenderse como un antropocentrismo a
ultranza, como una concesión exagerada a las demandas del humanismo laico, sino
como un gesto de apertura al diálogo con el mundo moderno: «Todo esto y todo cuanto podríamos aún
decir sobre el valor humano del Concilio, ¿ha desviado acaso la mente de la
Iglesia en Concilio hacia la dirección antropocéntrica de la cultura moderna?
Desviado, no; vuelto, sí».
Sin lugar a dudas, el humanismo que propone el
Concilio es cristocéntrico. De modo que, si por una parte se afirma que «para conocer al hombre, al hombre verdadero, al
hombre integral, es necesario conocer a Dios» (n.7), por otra parte, también se afirma que «para conocer a Dios es necesario conocer al hombre» (n. 8), quedando salvado el hecho de que quien
profundiza el entorno en que vive el ser humano, estaría profundizando su
conocimiento de Dios:
«Y si
recordamos, venerables hermanos e hijos todos aquí presentes, cómo en el rostro
de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y
por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (cf. Mt
25,40), el Hijo del Hombre, y si en el rostro de Cristo podemos y debemos,
además, reconocer el rostro del Padre celestial:” Quien me ve a mí -dijo Jesús-
ve también al Padre” (Jn 14,9) , nuestro humanismo se hace
cristianismo, nuestro cristianismo se hace teocéntrico; tanto que podemos
afirmar también: para conocer a Dios es necesario conocer al hombre» (n. 8).
El presupuesto antropológico aparece también
reflejado en los documentos promulgados del Concilio Vaticano II. En la Lumen Gentium, por ejemplo, cuando habla
del carácter misionero de la Iglesia, abierta a los pueblos lejanos: «Con su obra [la Iglesia] consigue que todo
lo bueno que haya depositado en la mente y en el corazón de estos hombres, en
los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no desaparezca, sino
que cobre vigor y se eleve y se perfeccione para la gloria de Dios, confusión
del demonio y felicidad del hombre»
(n. 17).
Pero el número más adecuado a lo que estamos
diciendo es en n. 1 de Constitución
Pastoral Gaudium et Spes:
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en
Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del
Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos.
La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y
de su historia».
La convicción del documento es clara: «Es la persona del hombre la
que hay que salvar. […] pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y
conciencia, inteligencia y voluntad…»
(n. 3).
En la
Evangelii Nuntiandi (1975)
En coherencia con el Concilio, Pablo VI,
profundiza y especifica aun más el sentido de la opción antropológica. A
nosotros nos interesa este documento fruto del sínodo de 1974 sobre la evangelización,
porque presenta las primeras pinceladas del tema que nos ocupa: la religiosidad
popular y la evangelización.
El punto de equilibrio buscado entre el dato de
fe y la cultura moderna es expresado en el n. 3: «necesitamos absolutamente
ponernos en contacto con el patrimonio de fe que la Iglesia tiene el deber de
preservar en toda su pureza, y a la vez el deber de presentarlo a los hombres
de nuestro tiempo, con los medios a nuestro alcance, de una manera comprensible
y persuasiva».
No deja de impresionar la analogía que se nota
en la propuesta evangelizadora de Pablo VI y el método de evangelización
defendido por Bartolomé de las Casas en su escrito De Unico Vacationis Modo Omnium Gentium ad Veram Religionem (Alianza,
1990), probablemente el primer manual
moderno de Misionología, donde dice:
«Queda, pues, manifiesto que la voluntad para
mover al entendimiento de aquel que ha de ser instruido en la fe y verdadera
religión, para que preste su asentimiento y adhesión a las cosas de esa fe y
religión, se atrae, se estimula e inclina de un modo dulce, delicado y suave, con
libre albedrío, más aún con gusto, placer y amor. Por consiguiente es verdadero
y muy verdadero que la norma para enseñar y encaminar o atraer a la fe y
religión cristiana a quienes están fuera de ella, ha de ser persuasiva del entendimiento y
atractiva, excitativa y exhortativa de la voluntad» (p. 35).
Tanto Pablo VI como Bartolomé de las Casas
entienden que la evangelización no debe llevarse a cabo al modo de lo que los
especialistas llaman la misión contra
gentes, sino a favor de la gente, buscando favorecer sus justas
reivindicaciones en la historia, adquiriendo la forma de liberación: «como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús
anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que
oprime al hombre » (EN, n. 9).
Evangelio
y Cultura
El presupuesto de lo que luego será una
aplicación en la práctica de la religiosidad popular está en EN, n. 18: «la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza
divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la
conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos
están comprometidos, su vida y ambiente concretos». De modo que el ambiente o contexto donde se vive la fe es
determinante para su adecuada comprensión. Luego, el ámbito de realización del
evangelio adquiere la forma de cultura, sin la cual es imposible hablar de una
religiosidad popular: «lo
que importa es evangelizar —no de una manera decorativa, como un barniz
superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces— la
cultura y las culturas del hombre» (EN, n. 20). Aunque el evangelio no se
identifique con una cultura específica, sin embargo no puede prescindir de ella
para tener posibilidades de transitar en la historia. Evangelio y cultura son
los correlatos que posibilitan la adecuada comprensión de los horizontes del
Reino de Dios, contenido central de la evangelización:
«El Evangelio y, por consiguiente, la evangelización
no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto
a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el Evangelio es vivido
por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del reino
no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas
humanas. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización
no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a
todas sin someterse a ninguna» (EN, n. 20).
Planteadas así las cosas, la cultura en sentido
general y la religiosidad popular como una de sus especificaciones, son las que
posibilitan la comprensión de los contenidos de la evangelización, porque ellas
mismas, al entrar en el horizonte del Reino, forman parte del designio
salvífico de Dios. Tan estrecha es la relación que Pablo VI mira entre
evangelio y cultura que se atreve a afirmar que la ruptura entre ambas categorías «es sin duda
alguna el drama de nuestro tiempo» (EN, n. 20). De ahí la plena convicción
—en un alargamiento del concepto de cultura hasta un sentido social— de que «entre evangelización y promoción humana
(desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes», el primero
de ellos de tipo antropológico, en cuanto que al «hombre que hay que
evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales
y económicos» (EN, n. 31). Si bien el pontífice no admite que la comprensión de la
evangelización como liberación absolutice el principio antropocéntrico,
identificando liberación humana con la salvación en Jesucristo (cf. EN, n. 35), sino que la ve en modo integral: «no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión
económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero,
en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios» (EN,
n. 33). Esta visión integral da un respiro a la posibilidad de que la
evangelización no se restrinja a lo meramente religioso, sino que se interese
«de los problemas temporales del hombre» (EN,
n. 34). El universo de comprensión de la evangelización, implica respeto a la
verdad para poder acceder a la libertad, en tres direcciones: «La verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre
y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo» (EN, n. 78).
Religiosidad
popular y evangelización
La dificultad terminológica para referirnos a la
religiosidad popular retorna en la Evangelii
Nuntiandi, que en el n. 48, Pablo VI, le adjudica por lo menos tres
nombres: «piedad popular», «religión del pueblo», «religiosidad popular», pero
toma distancia de llamarla simplemente «religiosidad».
Bien orientada —dice el Papa— puede servir como
lugar de encuentro con Dios en Jesucristo.
La descripción que hace de ella es el siguiente: «La
religiosidad popular, hay que
confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a
muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda
frecuentemente a un nivel de manifestaciones
culturales, sin llegar a una verdadera adhesión
de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la
verdadera comunidad eclesial».
En su descripción el Papa distingue la religiosidad
popular de la religión, de las manifestaciones culturales y de la fe. Al hacerlo reconoce tácitamente que
es fácil confundir esos tres niveles de la realidad: la virtud de la religión,
el fenómeno antropológico de las religiones y la fe como don de Dios.
El tono con que el Papa presenta la religiosidad
popular es más bien prudente. Si está bien orientada, dice, puede aportar
muchos valores. Y se constata algo que dijimos más arriba, el pontífice la
refiere a los pobres y sencillos, pero con el sentido de poca profundidad en la
comprensión del misterio: «refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos
pueden conocer». No puede ignorarse el tono paternalista que utiliza.
Si nos atenemos a ese n. 48 de EN no podríamos afirmar que la
religiosidad popular sea vista en modo decisivo como un medio esencial
para difundir el evangelio. Es situada al interno de la «pedagogía de evangelización»,
pero no es algo determinante de la misma.
En el fondo, lo que ha sucedido en el documento es
que, no obstante la fuerte afirmación de la relación entre evangelio y cultura,
sin embargo, a la religiosidad popular, como expresión de la cultura, no se le
da el mismo peso que al concepto mismo de cultura.
b) Evolución del sentido de los términos en los
documentos del CELAM
A modo de sumario podemos decir que en los
documentos del CELAM lo que encontramos es una evolución en el modo de entender
la relación entre religiosidad popular y evangelización. De este modo, Medellín hace un juicio preponderantemente
negativo acerca de ella, aunque le reconozca algunos elementos positivos. Puebla, en cambio, define lo que ha de
entenderse por religiosidad popular. Santo
Domingo, por su parte, habla de la importancia de una evangelización
inculturada, sin afirmar la centralidad que juega la religiosidad popular en
ese proceso entre cultura y evangelio. Aparecida
supera el juicio negativo acerca de la religiosidad popular, utilizando un
lenguaje mucho más benévolo. De todos modos, hasta la fecha no se ha hecho una
opción clara en torno a la importancia que la religiosidad popular juega en el
proceso evangelizador. La causa puede estar en lo que ya dijimos, es decir, que
la religiosidad popular forma parte de un ethos
cultural que no se comprende desde la mera especulación intelectual, desde la
razón instrumental, su comprensión requiere que el interesado forme parte de
las prácticas de la religiosidad popular.
Con el panorama que hemos presentado ya se puede
especificar mejor el modo cómo los documentos del CELAM tratan la relación
entre religiosidad popular y evangelización.
En el documento de Río de Janeiro la relación entre religiosidad popular y
evangelización no ha sido tratada. Como dato interesante cabe destacar lo que
se sugiere en el título IX, Misiones,
indios y gente de color, es decir, la creación en América Latina de una institución
de carácter etnológico e indigenista. Ya se sabe que la religiosidad popular
también es del interés de los estudios de la etnografía y no cabe duda que para
una diócesis sería de mucha ayuda un instituto que estudiara a profundidad las
propias raíces culturales. En otras palabras no se puede afirmar en la línea de
los principios la importancia de la cultura en el proceso evangelizador y negar
ese principio en la práctica. Esto sería un acto de grave irresponsabilidad.
Medellín (1968)
En Medellín
se obra la recepción del Concilio Vaticano II. En primer lugar, es clara la
opción por el hombre, pero no un hombre genérico, sino situado, el hombre pobre.
El n. 1 de Medellín
sintoniza cabalmente con el tono del discurso de Clausura del Concilio Vaticano
II hecho por Pablo VI y que ya fue citado más arriba, en el sentido del
presupuesto antropológico:
«La Iglesia Latinoamericana, reunida en la
Segunda Conferencia General de su Episcopado, centró su atención en el hombre
de este continente, que vive un momento decisivo de su proceso histórico. De
este modo ella no se ha «desviado» sino que se ha «vuelto» hacia el hombre,
consciente de que «para conocer a Dios es necesario conocer al hombre».
La Iglesia ha buscado comprender este momento
histórico del hombre latinoamericano a la luz de la Palabra, que es Cristo, en
quien se manifiesta el misterio del hombre».
Retorna
también la idea de la «promoción del hombre en toda su dimensión» (Promoción
Humana, Justicia: n. 4), sintonizando en esto también con EN. Se habla de trabajar por una «cultura popular», dicho en el
ámbito de la educación, como contrapuesta a la educación de corte capitalista
que tiende siempre a responder en modo exclusivo al mercado (cfr. Promoción
Humana, Educación: 5).
Consideremos,
entonces, los aspectos más sobresalientes del documento en cuestión.
Pastoral Popular
El
documento dedica un epígrafe, en el apartado Evangelización y Crecimiento de la fe, para hablar de Pastoral
Popular. ¿Cuáles son los aspectos que se resaltan?
SITUACIÓN
·
Habla de una pastoral centrada
en la recepción de los sacramentos, habla de «sacramentalización» (n. 1).
·
Un juicio preponderantemente
negativo de la religiosidad popular (n. 2)
Fruto
de una evangelización realizada desde el tiempo de la Conquista... Basada en la
recepción de los sacramentos…, recepción que tiene más bien repercusiones
sociales que un verdadero influjo en el ejercicio de la vida cristiana.
Una
enorme reserva de virtudes auténticamente cristianas... Su participación en la
vida cultual oficial es casi nula y su adhesión a la organización de la Iglesia
es muy escasa.
Esta
religiosidad… puede entrar en crisis, y de hecho ya ha comenzado a entrar, con
el conocimiento científico del mundo que nos rodea.
·
Peligro de que la Iglesia, al
no incorporar en su cuerpo a la religiosidad popular, se convierta en secta (n.
3).
·
Se reconoce que si bien la
religión es la misma, ella se vive en modos diversos. Diciendo que «el pueblo
necesita expresar su fe de un modo simple, emocional, colectivo« (n.3).
·
No enjuiciar la religiosidad
popular desde una visión occidentalizada (n. 4):
Significado que esa religiosidad tiene en el contexto de la sub-cultura
de los grupos rurales y urbanos marginados.
Sus expresiones pueden estar deformadas y mezcladas en cierta medida con un patrimonio religioso
ancestral, donde la tradición ejerce un poder casi tiránico; tienen el peligro
de ser fácilmente influidas por prácticas mágicas y supersticiones que revelan
un carácter más bien utilitario y un cierto temor a lo divino, que necesitan de
la intercesión de seres más próximos al hombre y de expresiones más plásticas y
concretas. Esas manifestaciones religiosas pueden ser, sin embargo, balbuceos de una auténtica
religiosidad, expresada con los elementos culturales de que se dispone.
La fe llega al hombre envuelta siempre en un lenguaje
cultural y por eso en la religiosidad natural pueden encontrarse gérmenes de un
llamado de Dios.
PRINCIPIOS
TEOLÓGICOS
n. 5. Una pastoral
popular se puede basar en los criterios teológicos que a continuación se
enuncian.
La fe, y por consiguiente la
Iglesia, se siembran y crecen en la religiosidad culturalmente diversificada de
los pueblos. Esta fe, aunque imperfecta, puede hallarse aun en los niveles
culturales más bajos.
Corresponde precisamente a la
tarea evangelizadora de la Iglesia descubrir en esa religiosidad la «secreta
presencia de Dios»…
La Iglesia acepta con gozo y respeto,
purifica e incorpora al orden de la fe, los diversos «elementos religiosos y
humanos» que se encuentran ocultos en
esa religiosidad como «semillas del Verbo», y que constituyen o pueden
constituir una «preparación evangélica» .
6. Los hombres adhieren a la
fe y participan en la Iglesia en diversos niveles. No se ha de suponer
fácilmente la existencia de la fe detrás de cualquier expresión religiosa
aparentemente cristiana. Tampoco ha de negarse arbitrariamente el carácter de
verdadera adhesión creyente y de participación eclesial real, aun cuando débil,
a toda expresión que manifieste elementos espúreos o motivaciones temporales,
aun egoístas. En efecto, la fe, como acto de una humanidad peregrina en el
tiempo, se ve mezclada en la imperfección de motivaciones mixtas.
7. … Pertenece, pues, al acto de la fe, bajo el impulso del
Espíritu Santo, aquel dinamismo interior por el que tiende constantemente a
perfeccionar el momento de apropiación salvífica convirtiéndolo en acto de
donación y entrega absoluta de sí.
8. Por consiguiente, la
Iglesia de América Latina, …se propone y establece seguir una línea de
pedagogía pastoral que:
a) Asegure una seria re-evangelización de las diversas áreas
humanas del continente;
b) Promueva constantemente una re-conversión y una educación de nuestro pueblo en la fe a niveles cada vez más
profundos y maduros....
9. Santificarse y salvarse
no individualmente, sino constituidos en comunidad... anuncio de la Palabra del
Dios vivo… celebración de la Santísima Eucaristía»…
RECOMENDACIONES
PASTORALES
10. Estudios serios y
sistemáticos sobre la religiosidad popular… en universidades… en otros centros
de investigación socio-religiosa.
11. Que se estudie y realice
una pastoral litúrgica y catequética adecuada, …partiendo de un estudio de las
sub-culturas, de las exigencias y de las aspiraciones de los hombres.
12. Que se impregnen las
manifestaciones populares, como romerías, peregrinaciones, devociones diversas,
de la palabra evangélica. Que se revisen muchas de las devociones…
13. Que se procure la
formación del mayor número de comunidades eclesiales en las parroquias,
especialmente rurales o de marginados urbanos.
14. Para la necesaria
formación de estas comunidades, que se ponga en vigencia cuanto antes el
diaconado permanente y se llame a una participación más activa en ellas a los
religiosos, religiosas, catequistas especialmente preparados y apóstoles
seglares.
15. La pastoral popular
deberá tender a una exigencia cada vez mayor para lograr una personalización y
vida comunitaria, de modo pedagógico, respetando las etapas diversas en el
caminar hacia Dios.
Catequesis, religiosidad
popular y secularización
Uno
de las correlaciones mejor logradas del documento de Medellín se da entre: catequesis, religiosidad popular y
secularización. Esto en el apartado Evangelización
y crecimiento de la Fe – Catequesis.
Ciertamente
la religiosidad popular es uno de los mejores mecanismos de defensa ante la
invasión de los espacios privados por parte de la globalización y su respectivo
proceso de secularización. La religiosidad popular al estar sujeta a la
territorialidad se opone perfectamente al fenómeno del no-lugar, que imponen los espacios virtuales y los lugares de
tránsito, como espacios evasores de la problemática histórico-cultural.
En
este caso, el juicio acerca de la religiosidad popular es más positivo:
2. A pesar de observarse un
crecimiento en el proceso de secularización, la religiosidad popular es un elemento válido en América Latina. No puede prescindirse de ella… La
religiosidad popular puede ser ocasión o
punto de partida para un anuncio de la fe. Sin embargo se impone una
revisión y un estudio científico de la
misma, para purificarla de
elementos que la hagan inauténtica no destruyendo, sino, por el contrario,
valorizando sus elementos positivos. Se evitará así un estancamiento en formas
del pasado, algunas de las cuales aparecen hoy, además de ambiguas, inadecuadas
y aun nocivas.
Un
criterio básico es que la catequesis sea situada en un contexto histórico y
cultural: «No basta, pues, repetir o explicar el Mensaje. Sino que hay que
expresar incesantemente, de nuevas maneras, el «Evangelio» en relación con las
formas de existencia del hombre, teniendo en cuenta los ambientes humanos,
éticos y culturales y guardando siempre la fidelidad a la Palabra revelada»
(n. 15). En esa línea, y en sintonía con Directorio General de la Catequesis,
se recomienda «formar catequistas laicos, preferentemente autóctonos» (n. 17).
Aquí
es importante resaltar lo que se dice de la misión de los sacerdotes, llamados
a no quedarse con conocimiento meramente académicos, sino a encarnarse en el
proceso histórico y cultural: «la misión del presbítero, en efecto, exige una
cultura encarnada y dinámica, constantemente actualizada y profundizada, que no
se reduzca a un mero cultivo intelectual, sino que abarque todo el sentido de
la «humanitas», enriquecida con sus valores vividos sacerdotalmente» (La
Iglesia visible y sus estructuras – Sacerdotes: n. 26).
Puebla (1979)
Cuando
Puebla reafirma la opción por los
pobres iniciada por Medellín, también
recuerda el peligro de que se puedan perder los valores culturales de nuestros
pueblos: «La verdad es que va aumentando más y más la distancia entre los
muchos que tienen poco y los pocos que tienen mucho. Los valores de nuestra
cultura están amenazados. Se están violando los derechos fundamentales del
hombre» (Mensaje a los pueblos de América Latina, n. 2).
Una
distinción necesaria va en la línea de no confundir la religiosidad popular con
la Iglesia Popular, una cuestión que el documento afronta en los nn. 262-263.
Son dos temas distintos aunque tengan el mismo predicado «popular». La Iglesia
Popular es una expresión más vanguardista con respecto a la Iglesia oficial.
Esta última interpreta que la Iglesia Popular es una iniciativa paralela a su
misión. De momento este tema no tiene interés para nuestro propósito.
Evangelizar en profundidad
El
documento exhorta a «evangelizar en lo hondo, en la raíz, en la cultura del
pueblo» (n. 203). De modo que una de las preocupaciones particulares del documento,
junto con la promoción humana y la liberación, es: «la redención integral de las
culturas, antiguas y nuevas de nuestro continente, teniendo en cuenta la
religiosidad de nuestros pueblos» (n. 343).
Evangelización de la cultura
La
premisa que introduce las observaciones acerca de la religiosidad popular es la
relación Evangelio-Cultura. En esto coincide con el Vaticano II y con EN.
Si
la cultura «abarca la totalidad de la vida de un pueblo» (n. 387), entonces, «En
el cuadro de esta totalidad, la evangelización busca alcanzar la raíz de la cultura, la zona de sus valores
fundamentales, suscitando una conversión que pueda ser base y garantía de la
transformación de las estructuras y del ambiente social» (n. 388).
Habría
que tomar más en serio la opción pastoral que hace Puebla con respecto a la cultura:
395. La acción evangelizadora de nuestra Iglesia
latinoamericana ha de tener como meta general la constante renovación y
transformación evangélica de nuestra cultura. Es decir, la penetración por el
Evangelio de los valores y criterios que la inspiran, la conversión de los
hombres que viven según esos valores y el cambio que, para ser más plenamente
humanas, requieren las estructuras en que aquéllos viven y se expresan.
396. Para ello, es de primera importancia atender a la religión de nuestros pueblos,
no sólo asumiéndola como objeto de evangelización, sino también, por estar ya
evangelizada, como fuerza activamente evangelizadora.
De
este modo llegamos a los numerales que han motivado el título de este artículo:
Evangelización y religiosidad popular.
Noción y afirmaciones
fundamentales
Por
primera vez se define la religiosidad popular:
444. Por religión del pueblo, religiosidad
popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas
por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las
expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia
cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. La religión del
pueblo latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión
de la fe católica. Es un catolicismo popular.
En
otro número se dirá que la religiosidad popular: «en su núcleo, es un acervo de
valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la
existencia» (448).
La
definición tiene un tono positivo y está vinculado a la noción antropológica.
Se mantiene el hecho de que es un tipo de religión «vivida preferentemente por
los pobres y sencillos» (n. 447) (cf. EN 48).
Cambia mucho la perspectiva y el tono sospechoso que le daba el documento de Medellín, en el n. 450 se dice que: La religiosidad popular no solamente es objeto de evangelización, sino que, en cuanto
contiene encarnada la Palabra de Dios, es
una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo.
Sin
embargo, por descuido, puede deformarse:
453. Por falta de atención de los agentes de
pastoral y por otros complejos factores, la religión del pueblo muestra en
ciertos casos signos de desgaste y deformación: aparecen sustitutos aberrantes
y sincretismos regresivos. Además, se ciernen en algunas partes sobre ella
serias y extrañas amenazas que se presentan exacerbando la fantasía con tonos
apocalípticos.
Descripción de la religiosidad
popular
454. Como elementos positivos de la piedad
popular se pueden señalar:
·
la
presencia trinitaria…
·
amor
a María…
·
los
difuntos…
·
la
conciencia de dignidad personal y la fraternidad solidaria…
·
la
conciencia de pecado y de necesidad de expiación…
·
la
capacidad de expresar la fe en un lenguaje total que supera los racionalismos…
·
la
Fe situada en el tiempo (fiestas) y en lugares (santuarios y templos)…
·
la
sensibilidad hacia la peregrinación como símbolo de la existencia humana y
cristiana…
·
la
capacidad de celebrar la fe en forma expresiva y comunitaria…
·
la
integración honda de los sacramentos y sacramentales en la vida personal y
social…
·
el
afecto cálido por la persona del Santo Padre…
·
la
capacidad de sufrimiento y heroísmo…
·
el
valor de la oración…
·
la
aceptación de los demás.
Evangelización de la
religiosidad popular: proceso, actitudes y criterios
Uno
de los puntos más discutidos en la dinámica de la inculturación es la
iniciativa de la dirección que toma una de las partes implicadas en el proceso.
En el número que sigue, por ejemplo, la iniciativa es de la fe cristiana y la
religiosidad popular pasa a segundo plano, entiéndase al plano pasivo, al plano
meramente receptor. Ante este punto de vista siempre se mantiene la cuestión:
¿qué puede aportar la cultura local al contenido del mensaje evangélico? ¿ es
sólo un recipiente o tiene algo que decir sobre sí misma?
Veamos cómo lo plantea el numeral:
457. Como toda la Iglesia, la religión del pueblo
debe ser evangelizada siempre de nuevo. …esta evangelización ha de apelar a la «memoria cristiana de nuestros pueblos».
…pedagogía pastoral, en la que el catolicismo popular sea asumido, purificado,
completado y dinamizado por el Evangelio. …diálogo
pedagógico, a partir de los últimos eslabones que los evangelizadores de
antaño dejaron en el corazón de nuestro pueblo.
Lo
bueno en este numeral es que los sujetos implicados en la relación entre
religiosidad popular y evangelización no la Iglesia
y la cultura, sino el Evangelio y la cultura. En esta perspectiva la
Iglesia funciona como sujeto que facilita el proceso de inculturación,
necesitada ella misma de encarnarse en las culturas con las que mantiene una
relación.
Tareas y desafíos
Hay
una tarea indispensable en este momento de la historia de la Iglesia en América
Latina. Se trata de la adecuada integración de tres tipos de estrategias
pastorales que se deducen de tres tipos de práctica pastoral: la pastoral urbana, la pastoral campesina y la pastoral indígena.
La línea transversal que atraviesa esos tres campos de la acción pastoral es el
fenómeno de las migraciones: migraciones al interno de un país, migraciones de
un país a otro. Todo ello agudizado por la puesta en crisis de la localidad por
parte de las redes virtuales. La religiosidad popular, hija de la cultura,
necesita estar situada en una topografía y se rige por los ciclos de la
naturaleza y los astros. La etérea «realidad» que ostenta el universo virtual
cuestiona la esencia misma de las raíces culturales. Con todo ello urge
integrar bien esos elementos.
Así
se puede comprender lo que dice Puebla:
460. Estamos en una situación de urgencia. El cambio de una sociedad agraria a una
urbano-industrial somete la religión del pueblo a una crisis decisiva. Los
grandes desafíos que nos plantea la piedad popular para el final del milenio en
América Latina configuran las siguientes tareas pastorales:
461. a)
La necesidad de evangelizar y catequizar adecuadamente a las grandes mayorías que
han sido bautizadas y que viven un catolicismo popular debilitado.
462. b)
Dinamizar
los movimientos apostólicos..
revisar las espiritualidades, las actitudes y las tácticas de las élites de la
Iglesia con respecto a la religiosidad popular.
463. c)
Adelantar una creciente y planificada
transformación de nuestros santuarios
para que puedan ser «lugares
privilegiados» (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 5: AAS 71
p. 231) de evangelización.
464. d)
Atender
pastoralmente la piedad popular campesina e indígena…
465. e)
Favorecer la mutua fecundación entre Liturgia
y piedad popular…
466. f)
Buscar las reformulaciones y
reacentuaciones necesarias de la religiosidad
popular en el horizonte de una civilización urbano-industrial.
469. Si la Iglesia no reinterpreta la religión
del pueblo latinoamericano, se producirá un vacío que lo ocuparán las sectas,
los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío y la
indiferencia o el pansexualismo pagano. Nuevamente la Iglesia se enfrenta con
el problema: lo que no se asume en Cristo, no es redimido y se constituye en un
ídolo nuevo con malicia vieja.
Liturgia y piedad popular
El
tema de la religiosidad popular vuelve a aparecer en el capítulo III: Medios para la comunión y participación. Hay
una valoración positiva de la religiosidad popular. Sin embargo, hay una frase
que puede generar un cierto desconcierto:
911. América Latina está insuficientemente evangelizada. La gran parte del pueblo expresa su
fe prevalentemente en la piedad popular.
La
idea da a entender que la piedad popular es deficiente con respecto a la fe de
una persona evangelizada. ¿No sería mejor hacer la lectura al revés? Es decir,
dado que no es posible en Latinoamérica vivir la fe si no es vinculada a
la religiosidad popular, ¿no sería mejor
estudiarla a fondo y apoyarse de ella para acceder a las capas populares de la
sociedad? La respuesta a estas cuestiones requiere de una seria reflexión.
Valoración
En
cuanto a la valoración que hace el documento acerca de la religiosidad popular
no hay diferencia respecto de los restantes, exceptuando el documento de Aparecida, que prácticamente pide
disculpas por haber hablado de «purificar» la religiosidad popular y precisando
mejor el sentido de la afirmación.
La
cuestión se plantea del siguiente modo:
913. La piedad popular presenta aspectos positivos como: sentido de lo
sagrado y trascendente; disponibilidad a la Palabra de Dios; marcada piedad
mariana; capacidad para rezar; sentido de amistad, caridad y unión familiar;
capacidad de sufrir y reparar; resignación cristiana en situaciones
irremediables; desprendimiento de lo material.
914. Pero también presenta aspectos negativos: falta de sentido de pertenencia a la Iglesia;
desvinculación entre fe y vida; el hecho de que no conduce a la recepción de
los sacramentos; valoración exagerada del culto a los santos con detrimento del
conocimiento de Jesucristo y su misterio; idea deformada de Dios; concepto
utilitario de ciertas formas de piedad; inclinación, en algunos lugares, al
sincretismo religioso; infiltración del espiritismo y, en algunos casos, de
prácticas religiosas del Oriente.
915. Con mucha frecuencia se han suprimido formas
de piedad popular sin razones valederas o sin sustituirlas por algo mejor.
En
este parte del documento de Puebla,
las recomendaciones pastorales respecto a la piedad popular son:
935. La piedad popular conduce al amor de Dios y
de los hombres y ayuda a las personas y a los pueblos a tomar conciencia de su
responsabilidad en la realización de su propio destino. La
auténtica piedad popular, basada en la Palabra de Dios, contiene valores
evangelizadores que ayudan a profundizar la fe del pueblo.
936. La expresión de la piedad popular debe
respetar los elementos culturales nativos.
937. Para que constituya un elemento eficaz de
evangelización la piedad popular necesita de una constante purificación y clarificación
y llevar no sólo a la pertenencia a la Iglesia, sino también a la vivencia
cristiana y al compromiso con los hermanos.
Conclusiones
959. Traten los agentes de
pastoral de recuperar los valores
evangelizadores de la piedad popular...
960. Se empleará la piedad
popular como punto de partida para
lograr que la fe del pueblo alcance madurez y profundidad, por lo cual
dicha piedad popular se basará en la Palabra de Dios y en el sentido de
pertenencia a la Iglesia.
961. No se prive al pueblo de
sus expresiones de piedad popular. En lo que haya que cambiar procédase gradualmente
y previa catequesis para llegar a algo mejor.
962. Orientar los
sacramentales al reconocimiento de los beneficios de Dios y a la toma de
conciencia del compromiso que el cristiano tiene en el mundo.
963. Presentar la devoción a
María y a los Santos como la realización en ellos de la Pascua de Cristo y recordar que debe conducir a la vivencia de la Palabra y
al testimonio de vida.
No
cabe duda que, entre los documentos CELAM, el que mejor ha presentado la
cuestión de la relación entre religiosidad popular y evangelización es el
documento de Puebla.
Santo Domingo (1992)
El
mérito de Santo Domingo es afirmar la
necesidad de la inculturación en el proceso evangelizador.
Desde
el n. 1, reafirma la continuidad con las Conferencias anteriores y acentúa el
valor de la cultura: Animados por el
Espíritu Santo nos disponemos a impulsar con nuevo ardor una Nueva
Evangelización, que se proyecte en un mayor compromiso por la promoción integral del hombre e impregne con la luz del Evangelio las
culturas de los pueblos latinoamericanos.
En
este contexto: La inculturación del Evangelio es un imperativo del seguimiento de
Jesús y necesaria para restaurar el rostro desfigurado del mundo (n. 13).
Este
documento sitúa el origen de la religiosidad popular en el mestizaje con los
colonizadores:
18. Como consecuencia, el encuentro del
catolicismo ibérico y las culturas americanas dio lugar a un proceso peculiar
de mestizaje, que si bien tuvo
aspectos conflictivos, pone de relieve las raíces católicas así como la
singular identidad del Continente. Dicho proceso de mestizaje, también
perceptible en múltiples formas de religiosidad
popular y de arte mestizo, es conjunción de lo perenne cristiano con lo
propio de América, y desde la primera hora se extendió a lo largo y ancho del
Continente.
Para
poder clarificar los elementos implicados en el mestizaje se necesita un diálogo entre el Evangelio y los distintos
elementos que conforman nuestras culturas para purificarlas y perfeccionarlas
desde dentro, con la enseñanza y el ejemplo de Jesús, hasta llegar a una
Cultura Cristiana (n. 22).
¿Cómo
entiende el documento la religiosidad popular?
36. La religiosidad popular es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe. No se trata
sólo de expresiones religiosas sino también de valores, criterios, conductas y
actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro
pueblo, formando su matriz cultural. … Es necesario que reafirmemos nuestro
propósito de continuar los esfuerzos por comprender cada vez mejor y acompañar
con actitudes pastorales las maneras de sentir y vivir, comprender y expresar
el misterio de Dios y de Cristo por parte de nuestros pueblos, para que purificadas de sus posibles
limitaciones y desviaciones lleguen
a encontrar su lugar propio en nuestras Iglesias locales y en su acción
pastoral.
Ya
se ve que este documento acentúa el prejuicio acerca de la religiosidad popular
pidiendo constantemente su purificación. En el documento de Aparecida hay un mea culpa por haber cargado mucho la tinta en la sospecha acerca de
la religiosidad popular.
Entre
los desafíos pastorales vinculados a la nueva evangelización está uno que nos
interesa:
Integre en los programas de
formación sacerdotes y religiosas cursos específicos de Misionología e instruya
a los candidatos al sacerdocio sobre la importancia de la inculturación del
Evangelio (n. 128).
En
el n. 128 estamos ante una de las claves para desentrampar el drama de la
separación entre evangelización y religiosidad popular. Hay que decir, que en
el proceso de formación de los sacerdotes deberían integrarse mejor los
necesarios conocimientos racionales recibidos en el seminario con el fundamento
cultural de los lugares de procedencia de los candidatos al sacerdocio.
La cultura cristiana
El
documento parte del criterio teológico de la encarnación: «en la encarnación, asume y expresa todo lo
humano, excepto el pecado, entonces el Verbo de Dios entra en la cultura» (n.
228).
Mantiene
los criterios usados hasta hoy por todos los documentos:
230. La
inculturación del Evangelio es un
proceso que supone reconocimiento de los valores evangélicos que se han
mantenido más o menos puros en la actual cultura; y el reconocimiento de nuevos
valores que coinciden con el mensaje de Cristo. Mediante la inculturación se
busca que la sociedad descubra el carácter cristiano de estos valores, los
aprecie y los mantenga como tales. Además, intenta la incorporación de valores
evangélicos que están ausentes de la cultura, o porque se han oscurecido o
porque han llegado a desaparecer. …La fe, al encarnarse en esas culturas, debe corregir sus errores y evitar sincretismos.
Aparecida (2007)
Hay
una actitud de humildad de frente a la realidad en este documento: «Esto nos ha
enseñado a mirar la realidad con más
humildad, sabiendo que ella es más grande y compleja que las
simplificaciones con que solíamos verla en un pasado aún no demasiado lejano y
que, en muchos casos, introdujeron conflictos en la sociedad, dejando muchas
heridas que aún no logran cicatrizar» (n. 36).
El
lenguaje, es mucho más respetuoso para referirse a la religiosidad popular: Conocemos, en nuestra cultura
latinoamericana y caribeña, el papel tan noble y orientador que ha jugado la
religiosidad popular, especialmente la devoción mariana, que ha contribuido a
hacernos más conscientes de nuestra común condición de hijos de Dios y de
nuestra común dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales,
étnicas o de cualquier otro tipo (n. 37).
El
n. 38 habla de que la tradición cultural latinoamericana se está erosionando, a
causa del influjo de los medios de comunicación, que contribuyen a lo que en el
n. 46 se le llama una nueva colonización
cultural.
Se
reconoce también que la causa de la religiosidad
popular ha de buscarse en el mestizaje
que es la base social y cultural de nuestros pueblos latinoamericanos y
caribeños (n. 88).
De
evangelización inculturada se habla en el n. 248, si bien en modo marginal y
vinculada a la animación bíblica de la pastoral. Sin embargo, es fuerte la
convicción que encontramos en el n. 367 y que nos puede servir de presupuesto: La
pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven
sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos.
¿Cómo
se entiende la religiosidad popular?
Es
vista como espacio de encuentro con Jesucristo. La definición aparece situada
en el apartado n. 6: El itinerario
formativo de los discípulos misioneros.
El
lenguaje cambia mucho, palabras de elogio para la religiosidad popular:
258.
El Santo Padre destacó la “rica y
profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos
latinoamericanos”, y la presentó como “el precioso
tesoro de la Iglesia católica en América Latina”. Invitó a promoverla y a protegerla. … La “religión del pueblo latinoamericano es expresión
de la fe católica. Es un catolicismo popular”, profundamente
inculturado, que contiene la dimensión más valiosa de la cultura
latinoamericana.
261. La piedad popular penetra delicadamente la
existencia personal de cada fiel y, aunque también se vive en una multitud, no es una “espiritualidad de masas”.
En el numeral
que sigue, encontramos el mea culpa
del que hablamos arriba:
262.
Es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y
penetrar cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo
puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha
sembrado. La piedad popular es un “imprescindible punto de partida para
conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”.
Por eso, el discípulo misionero tiene que ser “sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus
valores innegables”. Cuando
afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté
privada de riqueza evangélica.
263.
No podemos devaluar la espiritualidad
popular, o considerarla un modo secundario de la vida cristiana, porque
sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del
amor de Dios. En la piedad popular, se contiene y expresa un intenso sentido de
la trascendencia, una capacidad espontánea de apoyarse en Dios y una verdadera experiencia de amor teologal. Es
también una expresión de sabiduría
sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la
ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso, la
llamamos espiritualidad popular. Es
decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el
Señor, integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades
más concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de
los sencillos, que, no por eso, es menos espiritual, sino que lo es de otra
manera.
264. La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la
Iglesia y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas
vibraciones de la América profunda. Es parte de una “originalidad histórica
cultural” de los pobres de este continente, y fruto de “una síntesis entre las culturas y la fe
cristiana”. En el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo una
poderosa confesión del Dios vivo que
actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe…
265. Nuestros
pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, …Nuestra Madre querida…
Entre el n.
262 y n. 265 se recupera claramente el valor positivo de la religiosidad
popular. Ahora bien, cuánto esto pueda verse reflejaado en la realidad, es otro
tema. Pero, se agradece el tono de aprecio y valoración que se hace de ella.
4. Líneas para la
correlación entre Religiosidad Popular y Evangelización
Hay
que orientar la mirada al n. 449 del documento de Puebla para comprender lo que ha pasado y está pasando en muchas
partes acerca de la religiosidad popular: Allí
el mensaje evangélico tiene oportunidad, no siempre aprovechada pastoralmente,
de llegar «al corazón de las masas».
4.1.
No se ha aprovechado plenamente la religiosidad popular para evangelizar.
4.2.
Una de las causas que ha obstaculizado la adecuada integración entre religiosidad
popular y evangelización es el prejuicio que los agentes de la pastoral han
tenido respecto a la religiosidad popular.
4.3.
La adecuada comprensión de lo que es religiosidad popular supone la pertinente
integración de los siguientes elementos:
·
la virtud de la religión (teología moral);
·
la virtud sobrenatural de la fe, como don de Dios (teología
sistemática);
·
la religiosidad, como religación (antropología filosófica);
·
la cultura (vista principalmente desde la antropología cultural);
4.4.
La adecuada comprensión de lo que es evangelización
supone la integración de los siguientes elementos:
·
la misión cristiana como actio Dei (Misionología);
·
la correlación entre acto creador y acto redentor (teología sistemática);
·
la categoría Reino de Dios,
como ámbito de comprensión (Escatología);
·
la metodología de trabajo
(teología pastoral).
4.5.
El único camino posible para lograr frutos de la relación entre religiosidad
popular y evangelización es conocer a profundidad ambas partes de la relación.
La religiosidad popular mediante una práctica concreta en una experiencia
cultural determinada y la evangelización sabiendo integrar teológicamente los
misterios de la fe cristiana.
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