lunes, 17 de enero de 2011

FORMARSE CRISTIANAMENTE ¿POR QUÉ? Y ¿PARA QUÉ?


La formación permanente de los cristianos es una prioridad -o por lo menos debería serlo-. Pero formarse no es tarea fácil, requiere constancia y disciplina. Y sin embargo, una persona bien formada, es más efectiva que otra menos formada. Los tiempos que corren en materia de vivencia de la fe cristiana no dan espacio a la improvisación. El que improvisa está fuera del juego.
En esa línea no me extraña lo que afirma el documento de Aparecida: La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe, requieren una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia. Miramos a Jesús, el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos (n. 276).

¿Por qué formarse?
Porque la evangelización es un proceso complejo. Por consiguiente, el que mejor entiende su complejidad, está en condiciones de realizarla mejor. Por tanto, la misión produce mejores efectos cuando se la conoce mejor.
Cuando alguien ignora los elementos constitutivos de la misión hace cosas que no tienen nada que ver con ella. Se cae en el fanatismo religioso. Se decanta en lo improvisado, se pierde tiempo y recursos. Y, en el caso más grave, se llega a pensar que doctrina cristiana, derecho canónico y misión son términos intercambiables, cuando en realidad son complementarios.

¿Para qué formarse?
Para dar pleno cumplimiento al deseo innato por una vida plena, que toda persona y todo discípulo experimentan en sí mismos: El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña (Aparecida, n. 277).
Nos formamos para entrar en la dinámica del discipulado consciente, que está en clara oposición al gregarismo que impone la religión de las masas.
El discipulado consciente entiende la formación no sólo desde el punto de vista académico, sino como una experiencia de vida. Tal experiencia inicia con un encuentro con Jesucristo, expresión encarnada de la voluntad del Padre. Si tal encuentro es sincero -y en ello se notará si la formación está produciendo sus efectos- entonces, la conversión vendrá como algo natural. Entendiendo por tal, no simplemente el sentimentalismo del converso reprimido, sino el itinerario de retorno hacia la fuente vital, otrora abandonada por las acciones negativas de nuestra vida.
El discipulado inicia con el encuentro y con la conversión, pero madura en la dura lucha por la fidelidad a Jesucristo. Es decir, la persona se pone en camino de querer entender mejor las palabras y el estilo de vida de aquel con quien se ha encontrado.
En el caso que se adquiera la condición de discípulo, por lo menos en el grado del seguimiento, entonces muy probablemente encontraremos otras personas que también buscan con sincero corazón al Señor, personas de las cuales, por vía de comunión en los principios de lucha, ya no nos decimos amigos, sino hermanos.
En fin, los hermanos que celebran la vida en Cristo y han gozado de sus beneficios, sienten el deseo de compartir esa alegría de vida con otros que están iniciando su discipulado o simplemente no lo han iniciado. Así inicia la misión y así se explica el para qué de la misma (Cfr. Aparecida, n. 278).
Pero, ninguno de los elementos mencionados -encuentro con Jesús, conversión, discipulado, comunión y misión- tendrían algún sentido si no notamos las dimensiones de la existencia en que se fundan.
Toda misión necesita un contexto, y el más inmediato es el contexto humano -porque el Primer misionero se hizo hombre-; después viene el contexto comunitario -porque convocó a los que él quiso-.
Y como él mismo fue llamado a su vocación con la fuerza del Espíritu Santo, entonces la segunda dimensión es la espiritual, no en cuento opuesta a "carnal", sino en cuanto que sigue las modulaciones que va sugiriendo el Espíritu Santo en los discípulos.
A estas alturas de nuestra reflexión no es difícil comprender la razón por la que los documentos de la Iglesia llaman al Espíritu Santo el protagonista de la misión.
Por tanto, todo el proceso de formación de los cristianos está orientado hacia aquello que es específico de la Iglesia: la acción pastoral y misionera (Cfr. Aparecida, n. 280).

AL QUE IMPROVISA LA EVANGELIZACIÓN LLÁMESELE SU ASESINO

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